Los rolêzinhos asaltan la frontera de clase

Gabriela Moncau Traducción: Waldo Lao

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Sao Paulo, Brasil. Los guardias de seguridad del mall Itaquera, en la zona este de la ciudad, se miraron entre sí. Era el 7 de diciembre de 2013. Los adornos navideños mostraban el periodo de consumo en que los grandes y ricos centros comerciales suelen estar llenos. Pero el público que se aproximaba no era el de costumbre, sino  jóvenes de la periferia, muchos negros, seis mil de ellos. Claro, el mall está abierto para todos, pero no para ellos. A los encargados de la seguridad se les pidió que solicitaran refuerzos, pues el “orden” había sido “perturbado”. En poco tiempo llego la policía militar.

Desde entonces, decenas de rolezinhos (ir a dar la vuelta) ya sucedieron y continúan, muchos de ellos marcados por bombas, bastonazos, detenciones, tiendas cerradas, los clientes corriendo y tumultos.

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Vinicius se mira en el espejo. Da una leve sonrisa azulada (la nueva moda son los elásticos de colores en los dientes), muestra la cadena de oro y los lentes obscuros. Se acomoda la gorra, que combina con la camisa roja marca Lacoste. Los tenis son Adidas. A sus 17 años, el morador de Capão Redondo, un barrio ubicado en la periferia, zona sur de la capital paulista, se está acostumbrando a la fama.

Es uno de los creadores de lo que se conoce como rolêzinho,  y tiene hoy más de 90 mil seguidores en el Facebook. La historia comenzó hace un año, cuando se reunió con unos amigos para hacer unos videos, “porque el Facebook estaba muy quieo”.  “Cazamos los asuntos del momento y hacemos videos divertidos.  Y las personas lo comenzaron a seguir, les fue gustando, y las chicas lo admiran”, relata sentado frente a la computadora.

Del éxito en las redes sociales surgieron los “encuentros con los fans”: “para conocernos, besarnos, hacer fotos, disfrutar. Y como fue creciendo, resolvimos crear el rolêzinho. Es para que todo mundo que vive en la periferia se divierta”, describe. “Escogimos el mall por ser un buen punto de referencia, además de tener tiendas, cine y comida”.

“Si los universitarios no pueden encontrarse frente a la facultad, lo harán en un bar; en la periferia, quedarse en el bar es pagar para divertirse y volverse un número más de los que sólo engordan las cifras sobre asesinatos”, resume el poeta y escritor de literatura marginal, Ferrez, en su artículo Todo nuestro, nada nuestro.

Camila tiene 14 años y ya fue a dos rolêzinhos. El primero en el mall, y el segundo en el parque Ibirapueira. Ansiosa y arreglada, explica lo que la llevó hasta allá: “Vine a hacer fotos con ‘el Alemán’ y con Vinicius Andrade, porque ellos son famosos”.

Los rolêzinhos crecieron y se expandieron. Ya uvieron lugar en los malls Itaquera, Campo Limpo, Jardim Sul, Tucuruvi, JK Iguatemi, Interlagos y Guarulhos, entre otros. En poco tiempo, las administraciones de seis centros comerciales recurrieron a la justicia que, como era de esperarse, les dio la razón. La multa establecida a los practicantes de los rolêzinhos en caso de que entren a los malls es de 10 mil reales (5 mil dólares) aparte de la represión policial, ahora legitimada judicialmente. Otros centros comerciales prohibieron la entrada de menores sin compañía (y con pocos recursos, obviamente). El JK Iguatemi, en su ansiedad de frenar la entrada de cualquier “sospechoso”, llegó a impedir la entrada de los funcionarios.

“Prohíben la música a un volumen alto, el baile funk, que se paseen por el mall, prohíben, prohíben, prohíben. Sale más barato crear leyes que dar conocimientos”, describe el texto de Ferréz. “No existe educación que funcione. Por eso el rolêzinho no sucede en las bibliotecas. Así que no vale la pena echar la culpa al sonido de las favelas”.

“Cuando llega un fresa, hijo de papi, no dicen nada. A los que venimos con las cadenas y las gorras, a la policía le gusta agarrarnos. Me parece que hay mucho racismo y prejuicio envuelto en eso. Ni siquiera saben de nuestra historia, las dificultades que pasamos en la favela. Ellos dicen ‘ahhh, es funkero, de la favela”, opina Vinicius.

La música que les gusta a estos jóvenes es la del funk ostentación, que evoca el lujo y el consumo. “Siempre escuchamos, atentos a lo que ellos dicen para nosotros usarlo, ropa de marca; nosotros estamos siempre atentos. Cuando lanzan el funk, cada uno busca una forma para comprar. Yo hago algunos trabajos, a veces mi mamá me ayuda”, dice Vinicius, rodeado de sus amigos del barrio.

Con las palmas acompañando el ritmo,  cantan la descripción de lo que cargan en el  cuerpo: “Yo estoy de Adidas / Yo estoy de Nike / De cadena  de oro / Y la camisa es Lacoste / Yo estaba en el baile / Pasándola bien / de la nada comencé/ a pasarla mal / loco de whisky / loco de ciró / Yo estaba muy lindo / Vistiendo una Lacoste /  La jovencita se asustó /  Y comenzó a gritar / Carajo que dolor en el pecho / Me ayuda / ¿Quien fue quien la mordió? /  El cocodrilo de Lacoste”.

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“Esa situación expone que el racismo es una cosa enraizada en la cultura brasileña. La clase alta no acepta la existencia de grupos organizados en las periferias, quieren que los jóvenes se queden presos en las favelas, los lugares que no tienen infraestructura ni tampoco diversiones”, defiende Jussara, integrante de un grupo organizado por personas de la periferia, el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), que organizó un acto frente al mall Jardim Su, el “rolezão”. “Ese apartheid es una cosa que el movimiento social organizado no acepta” completa la militante.

Uneafro y el Circulo Palmarino también organizaron un “rol” contra el racismo, en el JK Iguatemi. Al percibir la llegada de los 400 manifestantes, las puertas se cerraron hasta el día siguiente.

Cerca de cien organizaciones, entre las cuales están el Movimiento Negro Unificado (MNU), Quilombo Raza y Clase, Bocada fuerte Hip Hop, Asociación de amigos y familiares pres@s (AMPARAR), las Madres de Mayo y la Red 2 de Octubre,  firmaron y divulgaron un manifiesto de “apoyo a la juventud negra pobre y de las periferias de la ciudad de Sao Paulo, por el derecho a la circulación y la expresión de su arte y cultura”.

En la opinión de la antropóloga Rosana Pinheiro Machado, en el texto Etnografía de los rolêzinhos, el acto de ir a un mall es un acto político “porque esos jóvenes se están apropiando de cosas y un espacio que la sociedad les niega día a día”. Pero advierte que hay un abismo entre esa apropiación y la idea de resistencia.  Para ella, en tanto esos símbolos globales de poder, el caso de las marcas, sean adorados, “la libertad nunca será plena y la peor de las dependencias será eterna: la ideológica”.

“La apropiación de espacios simbólicos hegemónicos nos muestra una permanente tensión que intenta resolver la brutal violencia que esta por detrás de ese acto”, define la antropóloga. Su lado optimista, explica, no niega el placer que esos jóvenes dicen sentir cuando se visten de esa forma y circulan por el mall para “ser vistos”. Su lado pesimista ve “menos subversión política y más un llamado desesperado para pertenecer al orden global”.

“En la selva es así, uno vale por lo que tiene”

“Aquí en la favela es así. La mayoría de las personas te miran por lo que  tienes. Si uno tiene ropa de marca, todo mundo quiere ser tu amigo y te admira”, argumenta Vinicius. “Si uno está descuidado y va de chanclas, es ignorado en la favela”. “Uno por amor, dos por dinero, en la selva es así, uno vale lo que tiene”, decía Mano Brown (que además, nació y creció en el mismo barrio que Vinicius y muchos otros del rolêzinho).

Es paradójico: en la sociedad de consumo, los grandes centros comerciales niegan a base de la fuerza – del Estado  y de la justicia  – el acceso a personas que adoran, consumen y ostentan sus productos. Y la “cosa de la favela” es usar ropas caras. “A nosotros nos gusta mostrar lo que podemos. A quien es rico le gusta andar más discreto, con unos tenis sencillos, pero una casa buena”, explica Vinicius.  “Ellos nos tiran de la favela porque a nos gusta llamar la atención, y nosotros hacemos combinaciones, usamos lentes, la camisa, la cadena, el gorro, todo de marca”, complementa.

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La repercusión de los rolêzinhos es tan grande que la presidenta sintió que tenía que hacer algo. Llamó a una reunión a algunos ministros  y representantes de la Asociación Brasileña de Shopping (Alshop). Como acción, el poder federal –cuyo slogan es “un país de todos”- deliberó sobre hacer un pronunciamiento. “Ese tipo de eventos no pueden ser tratados como crimen”, declaró la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT). El ministro de la Secretaría General de la Presidencia, Gilberto Carvalho, quedó encargado de monitorear el caso.

“Ese movimiento tiene que ser respetado, pero tiene que ser respetado en un lugar específico. Los centros comerciales no son lugar para esas personas”, lanzó Nabil Sayhoun, presidente de la Alshop, en un programa del portal Terra.

Los rolêzinhos siguen sucediendo, pero cada vez más son transferidos hacia los parques. “Hay mucha discriminación contra los favelados, contra los negros. No me parece correcto, pero resolvimos salir de allá para no dar más problemas”, justifica Plínio Dinitz, también morador del barrio Capão Redondo y otro de los organizadores de los rolêzinhos.

En el día 29 de enero se reunieron organizaciones de los rolêzinhos, representantes de malls, el Ministerio Público y la Delegación de Sao Paulo. El acuerdo fue de que los centros comerciales serán avisados antes de los eventos, y la participación puede ser limitada. Las direcciones de los establecimientos, en tanto, no se comprometen a recibir a los jóvenes, aún con el aviso previo. La Delegación dijo a la prensa que pretende usar la articulación de los “rolezeros” para campañas gubernamentales.

“La clase media ve a los sujetos vistiendo las mismas marcas que ellos visten (o todavía más caras),  pero no se reconoce en los jóvenes cuyos cuerpos parece que necesitan ser domados. La clase media no se reconoce en el Otro y siente una molestia profunda y perturbadora por eso”, sintetiza Rosana Machado en su texto. Y finaliza: “Si la poesía de la política del rolêzinho es que es un acto fruto de la violencia estructural (aquella que es fruto de la negación de los derechos humanos y fundamentales): ella va y vuelve. Toda esa violencia cotidiana producida en recusar al Otro y, claro también por medio de golpes de la policía, volverá a asombrar cuando menos se espere”.

02 de febrero de 2014

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