“El narcotráfico nos arrebató nuestra identidad”: migrante guerrerense en la Ciudad de México

Testimonio anónimo

Ciudad de México. Chilacachapa es un pueblo prehispánico, de origen chontal, ubicado en el municipio de Cuetzala del Progreso, en el centro norte del estado de Guerrero.

Nuestra comunidad indígena, compuesta por poco más de mil 500 habitantes, al igual que otros pueblos guerrerenses, vive marginación, olvido, pobreza y falta de servicios elementales, entre otras problemáticas de tipo social, económico, educativo y cultural. Esto provoca un constante movimiento migratorio de sus pobladores en la búsqueda de oportunidades, desarrollo y crecimiento familiar. Hubo un tiempo en que el municipio estuvo habitado por más de cinco mil personas. Nuestro andar nos llevó a colonias populares del Distrito Federal y su Zona Metropolitana, y a establecer residencia -legal o ilegal- en los Estados Unidos de Norteamérica.

Para sobrevivir, nuestras familias migrantes engrosaron las filas de la economía informal. La organización natural de los “Chilas” y la identidad marcada por las tradiciones y costumbres se sumaron a la del trabajo en comunidad. Así incursionamos en la venta de revistas atrasadas, corporativizada por la entonces Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) del PRI (Partido Revolucionario Institucional). Con una organización independiente nos desprendimos y formamos la Unión de Vendedores de Libros y Revistas Atrasadas A.C. “Vicente Guerrero”. Otros más se dedicaron a la venta de tacos y tamales, al comercio en tianguis y de abarrotes y, con el tiempo, al arrendamiento de habitaciones.

En la década de los setentas, ochentas y noventas, los puestos fijos y semifijos de la “Vicente Guerrero” representaron una verdadera oportunidad para mejorar el nivel de vida de las familias de Chilacachapa. Muchos de los hijos tuvieron la oportunidad de ir a la escuela, llegar a la Universidad Nacional Autónoma de México y concluir una profesión.

Muchos de esos jóvenes universitarios de “Chila” regresaron temporalmente a la comunidad para organizarse con los representantes del pueblo bajo una demanda añeja: la introducción de agua potable, ya que la falta de este líquido vital causó por años el deceso de muchos pobladores que, al consumir agua contaminada de los pozos y ante la falta de verdaderos centros de salud, morían principalmente de cólera. La otra demanda era política: acabar con el cacicazgo del PRI, representada en aquel entonces por la familia Rabadán.

Los migrantes radicados en la Ciudad de México en los ochenta, provenientes del centro de la ciudad y de las colonias Pensil, Presa, Xalpa y Santo Domingo, decidieron imprimir un periodiquito, al que llamaron El Tequimil, en alusión a un paraje representativo del pueblo, en donde decían los viejos concejeros, ya muertos de por sí, que era el “lugar en donde se asentaron Las Langostas” –que por cierto es el significado de Chilacachapa. Desde esta modesta publicación, irregular por falta de recursos económicos, se informaba la gestión del proyecto de agua potable -encabezado por el Instituto Politécnico Nacional-, se llamaba a la organización, se denunciaba el abuso de los grupos priistas, se explicaba las tradiciones y costumbres y se informaban las consecuencias del alcoholismo.

Después de El Tequimil, vinieron Alborada Campesina y otras expresiones independientes y partidarias, así como otras generaciones de universitarios que aspiraron a desarrollar organización comunitaria. La última brigada multidisciplinaria que asistió al pueblo provenía de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

Dar prioridad al trabajo partidista, en torno al naciente Partido de la Revolución Democrática (PRD), causó división y deformaciones en la organización independiente de Chilacachapa. El arribo de líderes al poder municipal desactivó la lucha; algunos pobladores tomaron distancia, mientras otros asumimos responsabilidades como jefes y jefas de familia.

Y cuando otra generación de “Chilas” decidió reconstruir la organización, motivada por el hallazgo de una cripta de mil 400 años de antigüedad y el interés por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) por explorar la zona arqueológica de Chilacachapa, se topó con “Los Pelones”, grupo de la  delincuencia organizada llevada por un sujeto al que apodan “El Perro”. Se dice que este personaje es nativo del pueblo, que desde antes ya existían personeros que en secreto se dedicaban a la producción de enervantes, pero nunca se metían con los oriundos, los pueblos vecinos y mucho menos con los visitantes. Era un pueblo tranquilo y pintoresco, con sus usos y costumbres.

Este grupo criminal empezó a operar en terrenos que arrebataron a los campesinos. En los años 2008 y 2009 hicieron pública su presencia en los festejos del carnaval, y después abiertamente extorsionaron a los comerciantes de plaza, con el llamado “derecho de piso”. En el 2010 iniciaron los secuestros y desapariciones de personas de grupos delincuenciales contrarios, contra aquellos que se negaban a formar parte del grupo y contra quienes no cubrían el derecho de piso o de protección. En 2011, 2012 y 2013 agudizaron estas prácticas no sólo en Chilacachapa sino también en todas las localidades del municipio de Cuetzala del Progreso, entre las que destaca por sus muertos: Tianquizolco, Apetlanca, La Lagunita, Cuetzala, El Cuadrante San Francisco y pueblos vecinos como: El Calvario, Tonalapa del Río, Coatepec de los Costales, Machito de las Flores y  el municipio de Cocula.

En los caminos sinuosos, los migrantes de la Ciudad de México y de los Estados Unidos que retornábamos a Chila para convivir con nuestros familiares durante las fiestas del Carnaval, la Semana Santa, el 25 de julio en honor al señor Santiago Apóstol, en las fiestas patrias del 8 de octubre, el Día de Muertos, la Navidad y el Año Nuevo, nos encontramos con retenes de grupos fuertemente armados quienes despojaban y ultrajaban a los visitantes, y en ocasiones les quitaban sus vehículos si eran de modelos recientes. El que se resistía era golpeado o secuestrado; en la carretera aparecieron camionetas quemadas, en pleno día entraban a los pueblos para asesinar y levantar gente.

El terror se apoderó de esa zona guerrerense, y familias enteras empezaron a recoger sus pocas cosas para huir. La delincuencia impuso toque de queda, la comunidad residente de la Zona Metropolitana y de los Estados Unidos dejamos de ir, impotentes indignados y frustrados por no haber sido capaces de defender nuestro pueblo.

Las estadísticas oficiales  no llegan por estos rumbos, pero el pueblo asegura que han sido asesinadas más de un centenar de personas en el periodo de 2010 a 2013 y que se han llevado a cabo más de 40 secuestros ¿Cuántos más? ¿Quién sigue?

Hoy nos encontramos desplazados, mancillados, expulsados de nuestras raíces. Primero fueron los españoles, luego el capitalismo salvaje que nos sumió en la marginación y pobreza y ahora el narcotráfico.

Con dolor sufrimos la negra noche en la que una vez más nos despojan de nuestra identidad, que no es poca cosa, pues nuestro andar prehispánico inicio a principios de 1700. Por eso tenemos que rescatar nuestra tierra, en donde están nuestros muertos a los que en algún tiempo les tocó defender y resistir los embates en nombre de la civilización y el progreso.

Hoy nos arrebataron el pueblo por falta de organización, no pudimos responder frente a la corrupción municipal en manos del PRD, lo dejamos pasar y luego ese poder municipal se coludió con la delincuencia y fue presa del narcotráfico. ¿Hasta cuándo volveremos a respirar el aire fresco de nuestro pueblo, sin el temor de ser secuestrados o asesinados?

Publicado el 10 de febrero de 2014

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