Agua, el otro conflicto egipcio

Edgar Córdova Morales

El mundo ve hacia la Plaza Tahrir, pero en el submundo egipcio hay sed, hambre y mucha inconformidad y resistencia. Un conflicto con Etiopía por las aguas del Nilo puede llevar a la región a conflictos por el agua, nunca antes vistos.

Medio Oriente, tan rico en petróleo y tan pobre en recursos hídricos. La casi totalidad de los países de la región enfrentan actualmente episodios de escasez de agua, cada vez más recurrentes en parte por el actual cambio climático. Dichas crisis llevaron al agua a formar parte de los asuntos cruciales y a consolidarse como un recurso estratégico capaz de reconfigurar el panorama geopolítico de la región. Su importancia es tal que la disputa ya dio lugar a conflictos regionales. La cuestión del abastecimiento de agua incidirá cada vez más en las relaciones políticas en Medio Oriente.

“La alternativa es agua o sangre, y todas las opciones están abiertas”, afirmó hace un par de meses el ex presidente egipcio Mohamed Morsi. ¿La razón? Siempre el agua, pero aquí se trata de la Cuenca del Nilo, considerada una de las principales “zonas hidroconflictivas” del mundo. La amenaza era y es contra el gobierno etíope, que tomó recientemente la decisión de construir la gigantesca presa “Renacimiento” en la zona del Nilo Azul.

La Cuenca del Nilo se extiende a lo largo de casi 6 mil 700 kilómetros, representa tres millones de kilómetros cuadrados y abarca 11 países del noreste y oriente de África.

El Nilo es el sistema fluvial internacional más largo del mundo. Abarca una zona política y económicamente heterogénea que cuenta al menos con 200 millones de personas, lo cual genera una situación extremadamente asimétrica en cuanto a la posibilidad de utilización del recurso hídrico.

Egipto es un país en donde el Nilo juega un papel esencial a lo largo de su historia: su población, agricultura, su prosperidad y actual supervivencia dependen completamente del río. El Nilo hizo a Egipto, y también puede amenazar su existencia.

Históricamente, Egipto ha controlado el caudal del río, y es la potencia económica, industrial y diplomática entre los países ribereños. En 1929, bajo el control británico, se firmó un tratado que hasta la actualidad ha variado muy poco, con algunas modificaciones décadas después. En él se concedió a Egipto derecho de veto sobre proyectos hidrológicos en el Nilo de los otros países ribereños. El posterior tratado de 1959 reguló el reparto de las aguas con Sudán, aunque Egipto siguió gozando de una posición privilegiada: más de 50 mil millones de metros cúbicos sobre un total de 84 mil, y el derecho a vetar la construcción de cualquier embalse más allá de sus fronteras. De esta forma, Egipto se consolidó como polo hegemónico de la Cuenca bajo políticas unilaterales.

Sin embargo, las cosas cambiaron, y mucho.  En 2010 cuatro países no árabes de la Cueca del Nilo (Uganda, Ruanda, Tanzania y Etiopía) firmaron el Acuerdo de Entebbe para una nueva repartición de las aguas del Nilo, y por lo tanto para reducir la cuota hídrica egipcia. En 2011, Etiopía anunció la construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, que actualmente está en construcción y elevó las tensiones políticas entre Egipto y el resto de los países de la Cuenca a niveles históricos.

El Cairo teme que el proyecto de la Gran Presa afecte el caudal del Nilo a su paso por el país. Dicho proyecto hidroeléctrico se perfila para convertirse en el más grande e importante del continente africano y catapultará a Etiopia una posición de mayor relevancia regional en contraposición a Egipto, con lo que modificará el panorama hidropolítico de la Cuenca del Nilo.

A nivel local, Egipto vive una crisis en casi todos los aspectos, derivada de las revueltas del 2011. Su transición política está marcada por la violencia y la falta de consenso político. El ex presidente Morsi está fuera del juego y la inestabilidad persiste.

Aunado a la vulnerabilidad política-institucional, Egipto vive una gran emergencia medioambiental por la escasez de agua. Cerca de agosto, el entonces Ministro de Recursos Hídricos y Riego de Egipto, Mohame Bahaa El-Din lo confirmó. Declaró: “la crisis en la distribución y gestión del agua que enfrenta Egipto en estos días, y las quejas de los agricultores por la falta de agua, confirman que no podemos dejar de lado una sola gota de la cantidad que nos llega desde el Alto Nilo». La situación no ha cambiado. La inestabilidad institucional, los conflictos por el acceso a los recursos, las crisis alimentarias, las revueltas y la fragilidad de las infraestructuras conforman elementos de vulnerabilidad que, al acumularse, generalmente culminan en un desastre.

El desastre no es un fenómeno repentino, sino el resultado de la construcción de un proceso social basado en la acumulación de vulnerabilidades, en donde se hace necesaria la cooperación política a todos los niveles, como en el  actual conflicto de la Cuenca del Nilo.

¿Qué puede pasar? Dicho proyecto no sólo amenaza el papel hegemónico egipcio en la región, sino que provocará, a mediano plazo, un desastre medioambiental marcado por la falta de acceso al agua entre la población egipcia. Si bien la mayoría de las negociaciones por el acceso a recursos hídricos se caracterizan por la cooperación internacional, el caso que opone a Egipto y Etiopía implica intereses económicos a gran escala, así como dos visiones irreconciliables, por lo que ambos países tendrán dos opciones: negociación forzada o palabras mayores.

La resolución y la postura que tome el gobierno egipcio repercutirán de forma directa entre las poblaciones más vulnerables. La actual situación política egipcia no ayuda, pero tengamos esperanzas.

Quedan muchas dudas, pero una cosa es segura: el agua es vida, y las grandes multinacionales no sólo ya lo entendieron, sino que el oro azul  se consolida como uno de los negocios predilectos del ya incierto futuro.

El mundo ve hacia la Plaza Tahrir, pero en el submundo egipcio hay sed, hay hambre y mucha, pero mucha, inconformidad y resistencia, y tanto fundamentalistas como liberales se enfrentan por un futuro en donde parece que no hay coexistencia.

La lucha por el agua implica un complejo entramado de actores que van más allá de nuestra imaginación. Mientras muchas zonas están seriamente amenazadas, la dimensión local del conflicto del agua no ha tenido la atención necesaria por parte de los investigadores, muchas veces concentrados en los análisis geopolíticos internacionales y de gran escala.

¿Qué hará el gobierno egipcio para evitar su inevitable declive en la Cuenca del Nilo? Hay sólo dos opciones: conflicto o mediación. Y, ¿qué futuro sin agua pueden tener millones de ciudadanos marginales y agricultores en uno de los países más áridos del mundo?

Hay muchas interrogantes, pero una cosa es segura: la guerra por el agua afecta siempre a los más vulnerables. Las víctimas tienen que sobrevivir, y de ser posible, luchar por su dignidad.

Publicado el lunes 11 de noviembre de 2013

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