Somonte, un oasis de tierras ocupadas en España

Martina Plata

Andalucía, España. En Somonte hay oasis de cultivos diversos en medio de campos dedicados al monocultivo intensivo, y se siembra según los principios tradicionales. Son 400 hectáreas recuperadas de la especulación y las manos de los terratenientes, que se trabajan colectivamente.

Julio en Andalucía. Por lo menos este momento de 2013, cuando salimos de Málaga, no es tan caliente como de costumbre. La temperatura se acerca a los 40 grados pero no los supera. Rumbo a Sevilla, la autopista atraviesa montes cubiertos de olivos, vides o placas solares alineadas hasta el horizonte, según la lógica matemática de los programas de la agricultura europea. Tierra productiva y vencida, al menos según las apariencias.

Para alcanzar Somonte, dejamos las vías rápidas en Osuna y seguimos una carretera recta a través del campo. A lo lejos brilla una luz cegadora, como algún incendio sin humo o nave extraterrestre nunca vista, alrededor de la cual parece que estamos girando. En La Campana, sobre la carretera Sevilla-Córdoba, tomamos la dirección de Palma del Río hasta un anuncio extrañamente marcado por el sello de la Junta de Andalucía, órgano de poder dominado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde el año 1975. De hecho, la instancia pública vendió Somonte y ya no debe tener ningún lazo con el lugar. El anuncio indica la entrada de la finca.

Anunciamos nuestra visita. Tres edificios de un solo piso rodean el amplio corral donde los perritos del rancho se persiguen ladrando, mientras que un halcón herido se arriesga, acercándose a por algo de comer. En las paredes, las frases pintadas nos interpelan: ¡Andaluces, no emigréis, combatid! ¡La tierra es vuestra, recobradla! ¡Somonte pal pueblo, que el mundo lo sepa! Los rostros de los revolucionarios – Zapata, el Che, Abdelkrim, el vasco Argala y Malcolm X – están aquí también.

Lola y los latifundistas

Lola viene hacia nosotros para recibirnos. Es jornalera desde muy joven y miembro activa del Sindicato de Obreros del Campo – Sindicato andaluz de trabajadores (SOC-SAT), la organización que apoya la ocupación de la finca de Somonte desde principios de marzo de 2012, hace ya un año y medio. Es el SOC también el que promovió la reforma agraria, las ocupaciones y las recuperaciones de tierras a favor de los obreros del campo después de la muerte del dictador Francisco Franco; desde su creación en 1977, defiende más específicamente a los jornaleros y campesinos sin tierra, y es miembro de la coordinación europea de Via Campesina.

Lola es una mujer andaluza, enérgica y digna. Su pelo largo y tan negro como sus ojos y su mirada, sonriente pero decidida, comunican fuerza. Con ella, entramos enseguida en la discusión. Explica que en Andalucía, más de la mitad de las tierras está en mano de unos pocos grandes terratenientes – más del 50 por ciento de las tierras pertenece a un dos por ciento de propietarios como Mario Conde, ex-director del Banco Español de Crédito (Banesto), condenado varias veces por extorsión y desvío de dinero, y sobre todo, a la duquesa de Alba. Esto deja a miles de trabajadores agrícolas sin acceso a la tierra. Y hoy, muchas de estas tierras incluso ya no se cultivan. La luz ardiente que brillaba a lo lejos durante el trayecto a Somonte encuentra aquí explicación: se trata de un campo de placas solares cuyo calor y luz se reflejan en una torre central. Y es verdad que vimos en muchas ocasiones ese paisaje inquietante de campos estériles invadidos por productores de electricidad. Sí, entonces estamos en otro planeta aquí.

O bien ocurre que las tierras se cultivan pero sólo aparentemente, según las subvenciones. Y es que de un año al otro se ven plantados trigos o girasoles, según las directivas de arriba, con el fin único de cobrar el dinero de Europa. Esa gente no deja que la tierra descanse o la dejan sin cultivar, y no respetan para nada el saber heredado de los campesinos ni las reglas elementales que permitirían producir una alimentación de calidad. Éste es el caso, en Europa, de todas las zonas donde predomina la lógica de los cultivos industriales o de las directivas de la PAC (Política Agrícola Común). Se conforman únicamente con las lógicas productivas y financieras. La presencia ininterrumpida del mismo partido en Andalucía durante casi 40 años favorece el desarrollo de un sistema profundamente corrupto y clientelista.

Una parte de las tierras adquiridas por la Junta de Andalucía, 20 mil hectáreas, fue objeto de la reforma agraria. La idea era crear trabajo y redistribuir las tierras. Después se impuso poco a poco la visión liberal que llevó al endeudamiento de los campesinos-colonos que querían hacerse propietarios. Basados en la crítica de la reforma agraria a favor de una política de privatización, los poderes públicos venden hoy por precios inaccesibles lotes como Somonte, buscando hacer operaciones financieras importantes y llenar las cajas del Estado.

Los campesinos sin tierra no tienen otro remedio que vender su fuerza de trabajo, pero muchas veces no encuentran empleo siquiera. Lola nos explica en detalle que una nueva ley quiere subir a 35 días de trabajo efectivo y declarado como el mínimo exigido para poder cobrar un pequeño subsidio de desempleo, 600 euros durante seis meses. Sin embargo, resulta muy difícil para un jornalero encontrar trabajo, y aún más trabajo declarado. Para tener derecho al desempleo, hay que cotizar con unos 80 euros cada mes. Si hacemos el cálculo, obtenemos 600 euros por 6 meses que son 3 mil 600 euros, menos 80 euros por 12 meses (son 960 euros), son 2640 euros por año, o sea, 220 euros por mes para vivir con  una familia. Lola añade: “Hoy hay gente que sufre hambre en Andalucía. Somonte ofrece verduras y frutas sin vender a organizaciones de personas en situaciones muy difíciles.”

Frente a estos problemas, el SOC lucha por la redistribución de las tierras y promueve una producción de autosuficiencia. En Somonte se cultiva primero para autoalimentarse. Lola explica que la finca fue adquirida en 1983 por la Junta de Andalucía, que la quería vender en una subasta pública en 2012 en beneficio de un rico terrateniente. Dos edificios recién construidos estaban en el lote ocupado el día antes de la adjudicación. La policía intervino un mes y medio después, en abril, para desalojar a los ocupantes, que volvieron a ocupar el lugar al día siguiente, sin otras amenazas de expulsión desde entonces probablemente porque el propietario cobra el dinero europeo. Pero ¿hasta cuándo?

La historia familiar de Javier

Después fuimos a dar la vuelta por la finca con Javier, un hombre de 50 años, jornalero desde los 15 y orgulloso de su trabajo: “Ser agricultor es un trabajo digno”, afirma con voz grave y sonrisa inmensa. Un sombrero de paja del que nunca se separa le permite desafiar los rayos del sol. Su mirada viva y profunda es la de un hombre libre que hace lo que le gusta y lo defiende con su vida y su fuerza. Javier pasa la mayoría de su tiempo en Somonte. Está muy involucrado en la defensa de esta ocupación por razones sociales, donde intervienen la historia del país y de su familia, el amor a la tierra y los motivos políticos -basados en la reflexión y claras posiciones que comparte con el SOC, del que también es miembro.

En Somonte, en el momento en que llegaron los ocupantes, quedaban algunas huellas de cultivos de melocotón. No se había sembrado nada más desde que los poderes públicos adquirieron las tierras, excepto un pequeño bosque de árboles que se conservó para dar sombra. Hoy, en Somonte hay oasis de cultivos diversos en medio de campos dedicados al monocultivo intensivo, y se siembra y se cultiva según los principios de los cultivos tradicionales, sin pesticidas ni fertilizantes. Hay trigo “aragón” para el consumo propio y trigo orgánico para vender, plantas medicinales, rábanos, cebollas y patatas (un hectárea), calabacines, berenjenas negras y blancas, tomates pequeños y gordos, largos y redondos, amarillos, rojos y verdes, sandías, pimientos de varias especies, melones, 200 olivos recién plantados que darán aceitunas de mesa, frutales, calabazas – algunas especiales de Francia-, y hasta tabaco (“¡Basta de prohibiciones!”, dijeron).

Javier sabe que antaño, en vez de regar los olivos, se les echaba polvo al remover la tierra y eso protegía los árboles, sus hojas y las frutas de los ardores del sol. Y se pone rabioso al evocar a los tecnócratas que creen saberlo todo desde lejos y quieren cambiar desde arriba prácticas adquiridas y transmitidas a lo largo del tiempo. En contra de los pulgones utilizan leche desnatada, que también le da brillo a las hojas de las plantas, jabón de potasio o mariquitas, y la cantidad de los pulgones ha disminuido. En contra de las babosas -hay pocas- usan cáscaras de huevos. Otras golosas de los cultivos son las liebres, que se comen los melones. Javier es un cazador, a la imagen de su padre: caza para comer y respeta a los animales. Se altera contra la asociación más grande de España, que es la de los cazadores: historias de dinero, venta de armas utilizadas sin respeto, sin saber, sin iniciación, que conducen al desastre ecológico.

Con su dedo indica los límites del territorio de Somonte, 400 hectáreas, de las cuales 140 fueron cultivadas este año: “Aquí. Hasta los arbustos hacia abajo, allá hasta lo alto del terreno, y ahí hasta el río Genil”, de donde sale un sistema de irrigación del lado de las tierras privadas -financiado por el dinero público- mientras que las tierras públicas del lado de Somonte quedan sin ningún riego. Hoy los ocupantes de la finca utilizan el pozo, a partir del cual montaron una red de tubos de caucho. Como la mayoría del material y de las plantaciones, estos tubos le fueron ofrecidos a Somonte: el pueblo de Marinaleda, situado a unos 30 kilómetros, le prestó las máquinas agrícolas, y los dos tractores son regalos de la solidaridad sindical. Somonte recibió también un apoyo importante por parte de Longo Maï.

Y es que por aquí pasan a menudo personas y caravanas de solidaridad organizadas. Cuando llegamos, nos encontramos con cinco jóvenes venidos de Francia; dos de ellos acaban de pasar un mes y medio en la finca y quieren volver pronto. Hay trabajo aquí y todo apoyo es bienvenido.

Existió más solidaridad entre campesinos hace apenas 20 años, antes del boom de la construcción. “Los socialistas destruyeron el movimiento social y se perdió la conciencia obrera”, explica Javier. También se muestra lúcido cuando le preguntamos si son numerosos los jornaleros implicados en la ocupación y nos contesta: “No, desgraciadamente, muchos tienen miedo todavía. Y sigue muy viva la idea que se inculcó según la cual no se puede hacer nada bueno sin el patrón. La mentalidad fascista aún impregna a la gente”.

Javier conoce la historia de la guerra civil española y de sus genocidios: “Hubo 450 mil desaparecidos en España a causa del franquismo. La gente hambrienta mató a las vacas para comer, lo que desató el furor del propietario; para vengarse, reclamó el asesinato de 10 personas por cada vaca sacrificada. Trescientas cincuenta personas murieron así en Palma del Río, cuya historia queda marcada por la represión, las persecuciones, los asesinatos y la encarcelación de los comunistas, trotskistas y anarquistas. Aquí hubo campos de concentración, como en Alemania. Se denuncia el genocidio de los judíos pero no el que se cometió en España”. Javier cita el nombre de Morena de Silva, rico ganadero famoso en el mundo de la tauromaquia, denunciado como el principal asesino de campesinos en esta región. La novela de Larry Collins y Dominique Lapierre, Ou tu porteras mon deuil, cuenta toda esta historia.

Javier habla de su familia, de un tío que volvió del exilio y fue encarcelado por traición, ya que una promesa de amnistía tenía que proteger a los que no tenían sangre en las manos pero no se respetó la promesa, tío muerto de tuberculosis, según dicen, pero cuyo cuerpo nunca se volvió a ver; de su padre dirigente anarquista; de su abuela, también una de las primeras en luchar por las reivindicaciones de los campesinos y pobres; de su madre que, al contrario, era de una familia franquista. Javier, él, se reivindica del lado de su padre, con el valor y la dignidad de quien no se resigna ni deja las armas.

Le pregunto a propósito de la prensa, que habla de cosechas robadas y árboles dañados. “Lo que pasa”, replica Javier, “es que el que ni siquiera tiene un litro de aceite ve al terrateniente con miles de árboles y aceitunas, y a sí mismo sin derecho a nada, sin tierra. Entonces va a robar. Y también es que hacen las leyes más duras: antes tenías que pagar la multa si entrabas en una tierra privada pero ahora esta multa es mucho más alta. No puedes recoger verdura, aunque esté abandonada y el propietario esté de acuerdo, porque si la guardia civil te detiene con un camión cargado te va a acusar de robo. Y también está el proverbio de ‘El parche antes de la herida’: esa gente ve que los pobres van a ser cada vez más pobres, entonces piensa que hay que preparar la intervención de la policía. Se trata al mismo tiempo de preparar la opinión pública para que apoye esa protección de sus intereses”.

El futuro en el presente.

Javier y Lola son dos pilares de la ocupación de Somonte, donde viven hoy 11 personas, entre las cuales hay una familia con dos niñas jóvenes. La idea es que cada uno tome en sus manos el destino de esta historia para que no sea abandonada a unas autoridades centrales. La reflexión, la fuerza y la audacia de Somonte tienen que alimentarse cada día por la participación de cada uno, las decisiones y las responsabilidades se tienen que compartir para no dejarlas en manos de unas pocas autoridades centrales. Y esto sigue siendo uno de los grandes desafíos de la lucha por la tierra hoy, incluso en España y en Andalucía, donde los jóvenes heredan de una larga tradición anarquista luchadora y organizada.

En el momento de irnos, nos vemos con Bea. Ella se encargó de la cocina y la limpieza del lugar, por lo menos así fue durante estos dos días. Queremos comprar y llevar verdura de Somonte. Ella tiene a cargo la venta en el lugar y con los grupos de compra común. Bea está aquí con su compañero y se arriesgaron allevar a sus dos hijas en esta aventura de resistencia porque estaban en el paro, sin esperanza posible. Uno de los otros hombres tiene el cargo de cuidar a los animales, las cabras y las ovejas, las gallinas y las ocas. Él es el que estaba acompañado por un perro y nos saludó cuando llegamos. Dos hombres más se encargan de la venta ambulante en los pueblos y ciudades cercanos.

Cuando uno llega a Somonte, queda asombrado por el trabajo realizado, los cultivos sembrados, el cuidado de la tierra y de la comunicación que se manifiesta a través de los murales y cortes de periódicos pegados en las paredes, por la calidad de las comidas hechas con productos del lugar, por la audacia de esta resistencia que parece aislada pero no puede estarlo, por la acogida y la capacidad de organización de los habitantes.

Antes de salir de Somonte, nos aparece una vez más la frase de Diamantino, cura jornalero, pintada en las paredes blancas: “No hay causas perdidas, hay causas difíciles, pero como son tan justas, algún día las ganaremos.”

¡Larga vida a Somonte!

Publicado el 02 de septiembre de 2013

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