Los chicos de Hares, en Palestina

María Landi Fotos: IWPS .

Cinco jóvenes palestinos: Mohammad Suleiman, Ammar Souf, Mohammed Kleib, Tamer Souf y Ali Shamlawi que se encuentran detenidos en una cárcel israelí acusados ??de 25 cargos de intento de asesinato por presunto lanzamiento de piedras, sin evidencia alguna. Los chicos fueron etiquetados como “terroristas” sin que se llevara a cabo una investigación objetiva, y pueden ser condenados a 26 años de prisión.

Fueron condenados en los medios de comunicación israelíes incluso antes de que “confesaran” bajo tortura haber lanzado piedras. A estos jóvenes se les negó cualquier tipo de justicia en el sistema militar israelí, que en el 99.7 por ciento de los casos condena a los menores palestinos (una tasa similar a la de los peores regímenes totalitarios del mundo en el siglo XX).

 

Historia: A la sombra de Ariel

Durante el mes de marzo de 2013, como parte del equipo de International Women’s Peace Service(IWPS), viví en Salfit, una región de Palestina que no conocía. Salfit está en Cisjordania, casi a la misma altura que Nablus pero hacia el oeste, muy cerca de la “Línea Verde”. Es una región de paisajes montañosos y deslumbrantes; el verde de Salfit revela por sí solo lo que los israelíes descubrieron hace mucho tiempo: allí están las tierras más fértiles y la mayor abundancia de agua. No es de extrañar, pues, que en Salfit esté ubicado Ariel, el bloque de colonias judías ilegales más grande de toda Palestina (junto con el anillo que rodea a Jerusalén).

La presencia de Ariel y las colonias vecinas (Revava, Qiryat Netafim y Barqan) trastornó toda la vida palestina de la región donde se implantó, en 1978. La población de Salfit perdió gran cantidad de tierras que fueron confiscadas por el Estado sionista para construir las colonias ilegales y su área municipal. Y junto con ellas vinieron las medidas “de seguridad” que siempre van asociadas a las colonias: barrera de separación, carreteras y líneas de transporte público de uso exclusivo de los colonos, presencia permanente del ejército isaelí, restricciones y obstáculos a la libertad de movimiento palestino, etcétera.

Ariel se estableció en el corazón de Salfit, de manera que bloquea el desarrollo urbano de la capital del distrito y sus alrededores. La barrera de separación construida en torno a Ariel creó una brecha que separa a siete pueblos palestinos: Hares, Kifr Hares, Qira, Marda, Jamma’in, Zeita-Jamma’in y Deir Istiya (donde en total viven unos 25 mil palestinos y palestinas) de la capital del distrito, Salfit (10 mil habitantes), de la cual los pueblos reciben una variedad de servicios.

En el año 2000 Israel bloqueó a los palestinos la entrada a Salfit desde el norte por un ramal de la carretera Trans-Samaria, que también sirve como la principal vía de acceso a Ariel. Como resultado, los pobladores de las aldeas mencionadas, que antes podían llegar a Salfit capital en cinco minutos, ahora deben recorrer un largo camino, a través del empalme de Zatara y de los pueblos Yasuf e Iskaka, que toma de 30 a 40 minutos, a veces más. Desde abril de 2012, el ejército permite el paso de transporte público y ambulancias palestinas.

Ariel es mucho más que una aglomeración de conjuntos residenciales exclusivos para población judía: es una ciudad de más de 17 mil habitantes, con todos los servicios e infraestructuras del primer mundo (incluyendo una universidad que fue reconocida oficialmente como institución terciaria, a pesar de estar ubicada en territorio ocupado), y lo que es peor: con numerosas instalaciones industriales, como el área industrial de Barkan.

Tanto los inmensos conjuntos residenciales como las áreas industriales vierten sus desechos tóxicos sobre las áreas agrícolas y residenciales palestinas. Innumerables pueblos y aldeas sufren la contaminación de su tierra y su agua (las pocas que les van quedando frente a la imparable apropiación de ambas) por parte de las colonias israelíes ilegales.

Viajar por las carreteras de Salfit genera una angustia insoportable por el contraste entre la belleza del paisaje que deja sin aliento –sobre todo en primavera- y las omnipresentes construcciones israelíes, de todo tipo y tamaño –residenciales, comerciales, industriales-, ultrajando esa tierra generosa.

Hares en la mira

El pueblo de Hares (3 mil 500 habitantes) tiene una ubicación estratégica porque está a pocos kilómetros de la carretera 60 (que atraviesa Cisjordania de norte a sur) y sobre la carretera 5, que une de este a oeste las colonias judías ilegales con Tel Aviv. Controlar esa ruta es vital para las  fuerzas de ocupación, pues supone una vía de escape rápida, directa y segura. Y también es vital para bloquear el tránsito y la comunicación entre las poblaciones palestinas de la región. Es por eso que Hares tiene una dolorosa historia de represión, hostigamiento y persecución (con particular dureza, durante la segunda intifada). Fue en respuesta al pedido de la población local de que hubiera presencia internacional que IWPS se estableció en Hares en 2002.

Al día siguiente de llegar a Deir Istiya (adonde IWPS se mudó en 2010), la primera salida con mis compañeras fue a Hares, donde el equipo conserva muy buenas amistadas. Y la primera familia que visitamos fue la de Abu y Um Fadi Shamlawi.

Um Fadi es una vieja y querida amiga del equipo de IWPS. Nos esperaba en su modesto hogar; nos sirvió té y un pastel que había preparado para nosotras. Nos puso al día de las novedades de la familia, y nos contó con pesar que su hijo mayor había tenido que abandonar los estudios de medicina en El Cairo porque no podían seguir pagándolos. La Shamlawi es una familia que -como la mayoría en Palestina- tiene bajos recursos y se las ve muy difícil para criar y educar a varios hijos. A pesar de esa noticia, la visita fue cálida, serena y muy disfrutable. Para una de mis compañeras, era un emocionado reencuentro después de tres años. Abu Fadi, además, es un hombre con un sutilísimo sentido del humor, ocurrente y lleno de vida.

Veinte adolescentes arrestados en tres semanas

El siguiente encuentro con la familia Shamlawi fue muy diferente. Un par de semanas después, recibimos una llamada en la mañana del 15 de marzo: era otro de nuestros viejos amigos en Hares para decirnos que el ejército israelí había incursionado en el pueblo en la madrugada para arrestar a once adolescentes. Entre ellos, Ali, el hijo menor de los Shamlawi, de 16 años.

Cuando llegamos a su casa, Um Fadi y Abu Fadi tenían en sus ojos la angustia que conocemos tan bien en las familias palestinas: ¿quién no ha sufrido la detención de sus familiares, la cárcel prolongada de los adultos, la arbitraria e interminable sucesión de arrestos por tirar piedras que los niños palestinos sufren a partir de los 10 años (y a veces antes)?

No fue el único arresto en Hares: entre el 15 de marzo y el 9 de abril hubo más incursiones del ejército de ocupación, y la cantidad de adolescentes arrestados (de entre 15 y 17 años) llegó a ser más de 20. Nosotras estuvimos recogiendo testimonios y visitando a las familias durante esos meses. Compañeras de IWPS, de EAPPI y de ISM estuvieron presentes en un par de audiencias en el tribunal militar de Salem, y también hicieron gestiones con organismos de derechos humanos y de derechos de los niños, tanto palestinos como israelíes.

La acusación, como siempre, fue arrojar piedras. Esta vez, los chicos están acusados de haber provocado un accidente automovilístico en la carretera 5, donde un auto conducido por una colona ocupante se estrelló contra un camión, dejando a una de sus tres hijas en grave estado. Aunque no hubo testigos del hecho, los medios y las autoridades israelíes se encargaron de convertir a los chicos de Hares en “terroristas sanguinarios” aun antes de que empezara el juicio.

Después de haber transcurrido varias semanas incomunicados en el centro de interrogatorios de Jalame, sin acceso a abogado y sin visitas ni comunicación alguna con sus familias (lo cual viola la legislación internacional sobre menores y la misma israelí), la mayor parte de los adolescentes fueron siendo liberados, excepto cinco de ellos: Mohammad Suleiman, Ammar Souf, Mohammed Kleib, Tamer Souf y Ali Shamlawi.

El fiscal militar acusó a estos cinco adolescentes de 25 “tentativas de homicidio” cada uno (una tentativa por cada piedra supuestamente lanzada) y pidió para ellos la pena máxima. El caso todavía está abierto, pero si el juez militar acepta la acusación, los cinco chicos de Hares podrían pasar en la cárcel el resto de sus vidas, o por lo menos varias décadas.

El caso de los chicos de Hares ilustra dramática y elocuentemente el tratamiento que reciben los palestinos en el sistema penal militar israelí, y en particular los niños menores de 18 años. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Comité de los Derechos del Niño de la ONU, Defensa de los Niños/as Internacional-Palestina, B’Tselem y otras organizaciones han denunciado reiteradamente que Israel viola los derechos humanos y las garantías legales de los palestinos menores de edad detenidos.

  

El accidente automovilístico

Alrededor de las 18:30 horas del jueves 14 de marzo de 2013, un coche se estrelló contra la parte trasera de un camión en la Ruta 5, en la gobernación de Salfit, Palestina ocupada. La conductora y sus tres hijas resultaron heridas, una de ellas de gravedad. La conductora, Adva Biton, regresaba a la colonia ilegal israelí de Yakir cuando ocurrió el accidente. Más tarde afirmó que el accidente se debió a que jóvenes palestinos lanzaron piedras contra su coche. El conductor del camión, que declaró inmediatamente después del accidente que se había detenido a causa de un pinchazo, más tarde cambió su declaración y dijo que había visto piedras en la carretera.

No hay testigos del accidente de coche. Nadie vio a niños o jóvenes lanzando piedras ese día.

Los arrestos

En las primeras horas del viernes 15 de marzo de 2013, soldados israelíes enmascarados, algunos con perros de ataque, irrumpieron en la aldea de Hares, que está cerca de la Ruta 5.

Más de 50 soldados rompieron las puertas de las casas de algunos pobladores, buscando a los hijos adolescentes. Diez niños fueron detenidos esa noche y llevados con los ojos vendados y esposados con rumbo desconocido. No se les informó a las familias sobre el motivo de la detención ni sobre su paradero.

Dos días más tarde, una segunda ola de arrestos violentos tuvo lugar en Hares. Alrededor de las 3 de la madrugada, el ejército israelí, acompañado por el Shabak (servicio secreto israelí), entró en las casas de tres adolescentes palestinos. Tenían un pedazo de papel con sus nombres en hebreo. Después de encerrar a todos los miembros de la familia en una habitación, quitándoles sus teléfonos para que no pudieran pedir ayuda, y de interrogarles, los soldados esposaron a los chicos, todos de 16 o 17 años. “Abraza y besa a tu madre para despedirte”, le dijo a uno de los chicos un agente del Shabak. “Puede que no la vuelvas a ver”.

En total, 19 adolescentes de los pueblos vecinos de Hares y Kifl Hares fueron detenidos en relación con el accidente de coche de los colonos. Ninguno de ellos tenía antecedentes de acusaciones por lanzar piedras. Después de interrogatorios violentos, la mayoría de los menores fueron puestos en libertad, a excepción de cinco, que permanecen en Megiddo, una prisión para adultos israelí. Ellos son los “chicos de Hares”.

Los adolescentes detenidos fueron sometidos a una serie de abusos y malos tratos que pueden considerarse tortura. Tras la detención, se les mantuvo en régimen de aislamiento durante dos semanas. Uno de los niños, ya en libertad, describió su celda: un agujero sin ventanas de 1 metro de ancho por 2 metros de largo; no había colchón o manta para dormir; el baño estaba sucio; la luz estaba encendida en forma continua, lo que llevó al muchacho a  perder la noción del tiempo; la comida lo hizo enfermarse. Se le negó abogado; fue interrogado violentamente tres veces durante tres días, y finalmente liberado después que el tribunal lo encontró inocente.

Otros niños también informaron a sus abogados que recibieron un trato muy similar. Ellos “confesaron” haber lanzado piedras después de haber sido abusados en reiteradas ocasiones en la cárcel y durante los interrogatorios.

La acusación

Los cinco chicos de Hares están acusados ??de 25 cargos de intento de asesinato cada uno; al parecer, se cuenta un cargo por cada supuesta piedra lanzada contra los coches que pasaban. La fiscalía militar israelí insiste en que los chicos tenían conscientemente “la intención de matar”, y está pidiendo la pena máxima por intento de asesinato: de 25 años a cadena perpetua.

La acusación se basa en las “confesiones” de los chicos, obtenidas mediante tortura, y en 61 “testigos”, algunos de los cuales afirman que sus vehículos fueron dañados por piedras el mismo día en la carretera 5. Estos testigos sólo aparecieron después que el accidente de coche recibió una gran cobertura mediática como “acto terrorista”, y que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, anunciara, después de la detención de los chicos, que había “atrapado a los terroristas que lo hicieron”. Entre los “testigos” se incluye la policía y el Shabak, que ni siquiera estaban presentes en el lugar en ese momento.

No está claro si los 61 “testigos”  han sido debidamente interrogados y sus afirmaciones verificadas mediante imágenes de video, datos de ingreso en el hospital, o incluso si los supuestos daños a sus vehículos han sido fotografiados o documentados de alguna manera. Dicha información no está disponible, incluso para los abogados de los chicos.

Implicaciones

Si los chicos son condenados, este caso podría sentar un precedente legal que permitiría al ejército israelí condenar a cualquier niño o joven palestino que lance piedras por intento de asesinato.

Los chicos tienen hoy entre 16 y 17 años de edad. Si los militares israelíes se salen con la suya, los jóvenes regresarían a sus hogares a la edad de 41, en el mejor de los casos. Cinco jóvenes vidas arruinadas, sin evidencia de su culpabilidad, constituye una bofetada a los principios de justicia de la comunidad humana.

¿Qué hay de malo en todo esto?

Casi todas las etapas de este caso que podrían haber salido mal, y lo hicieron. La legislación nacional e internacional ha sido mayormente desconocida; los principios de justicia se desvanecen en el horizonte; el respeto por los seres humanos no existe.

Los chicos de Hares, al igual que miles de otros menores palestinos, son tratados como adultos por la justicia militar israelí. Según el Derecho Internacional de los Derechos Humanos en general, y la Convención de los Derechos del Niño y la Niña en particular, son adultos los mayores de 18 años. Israel trata como adultos incluso a niños de nueve años.

Tratamos con un sistema judicial racista: sin importar el supuesto delito, los palestinos siempre son juzgados por tribunales militares y sometidos a la legislación militar, mientras que los israelíes que cometen los mismos delitos son juzgados por la justicia civil.

Arrestar violentamente a niños violando su domicilio en medio de la noche, sin dar ninguna explicación a sus familias acerca de las razones de la detención, ni informarles sobre el paradero de sus hijos, va en contra de la propia legislación israelí, que establece que los menores han de ir acompañados de un adulto de la familia cuando son detenidos. Además, se les negó el acceso a un abogado durante los primeros días de detención, lo que también es una grave violación de la misma legislación israelí.

Poner a niños en régimen de aislamiento durante días es una forma de tortura, y un castigo severo antes de que haya ningún veredicto. El interrogatorio abusivo de menores asustados se considera tortura.

Los chicos fueron detenidos a pesar de la falta total de pruebas en su contra, y condenados por los medios de comunicación israelíes como “terroristas”, lo que va en contra de la presunción universal de inocencia, y arroja una sentencia de culpabilidad en el juicio lapidario de la opinión pública, presionando a los jueces para hacer lo mismo.

“Imagínese que está usted confinado a un pequeño pedazo de tierra, y tiene a la vista un territorio mucho más extenso, que no puede tocar. Su casa está en un campo de refugiados, rodeado de elegantes conjuntos de viviendas construidas por y para los extranjeros que se apoderaron de su territorio sin previo aviso ni permiso.

Los intrusos, asentados sobre colinas que les permiten espiar hacia su casa, están protegidos por uno de los ejércitos más poderosos del mundo, pues sus tanques, misiles y helicópteros le son suministrados por el mayor poder militar del planeta. Y los soldados restringen fuertemente sus movimientos dentro de su propio territorio.

También someten a su familia a revisaciones aleatorias en los puestos militares ubicados a lo largo de la carretera, en los que ustedes se ven obligados a presentar sus documentos y, a veces, a desvestirse y quedar en ropa interior. Por la noche, sin previo aviso, los soldados pueden entrar a su casa y arrestar a sus hijos en edad escolar. De hecho, lo hacen a menudo.

Una vez que usted finalmente averigua adónde los llevaron, puede que tengan que enfrentar cargos o no. Si no son procesados, los tribunales militares pueden mantenerlos detenidos indefinidamente. Si son incriminados, las posibilidades de que sean declarados inocentes son de 1 en 400.

Imagine que usted vive en tal lugar, en una tierra que durante mucho tiempo había soñado que  algún día sería un país soberano, pero que ahora está fragmentada en numerosos pequeños enclaves que lo mantienen confinado. ¿Qué haría usted?

Y si decide resistir, ¿cómo lo haría?”

Sandy Tolan: The system in place 

Publicado el 23 de septiembre de 2013.

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