Cero en conducta: Crónicas de la resistencia magisterial

Luis Hernández Navarro

portada libro

México. Cero en conducta es, simultáneamente, un testimonio personal de lucha, una historia del sindicato magisterial centrado en su disidencia durante sus últimos 31 años, un ensayo interpretativo, una colección de crónicas y un álbum de fotos de algunos de sus protagonistas.

Cero en conducta (un nombre que tomé prestado de la magnífica revista editada por “Educación y cambio” y al que le añadí como apellido crónicas de la resistencia magisterial) no es ni pretende ser un trabajo académico. No es un libro “objetivo”.

Aunque quisiera disfrazarlo de objetividad redactándolo con un formato “neutro”, no podría serlo. Es un escrito nacido de un compromiso político que hago explícito al lector.

Cuando la insurgencia magisterial estalló en 1979 yo era secretario general de la D-III-24, la organización sindical de los trabajadores técnicos, manuales y administrativos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). La delegación sindical, con más de mil trescientos afiliados en la ciudad de México y grupos afines en el resto del país, se había democratizado unos cuantos años antes y había conquistado condiciones de trabajo envidiables en comparación con las existentes en el sector cultura.

La D-III-24 participó en la fundación de la CNTE y en sus movilizaciones. Como parte de la sección 11 del SNTE había establecido ya relaciones con grupos de trabajadores que se querían organizar para deshacerse de los charros. A su manera, se convirtió en un punto de apoyo para la protesta magisterial en todo el país.

Como representante de los trabajadores no académicos del INAH en la Coordinadora, participé en la casi totalidad de sus reuniones nacionales hasta el año de 1992. Estuve presente en sus movilizaciones y fui parte de muchas de sus comisiones negociadoras nacionales. Participé en la redacción de multitud de sus documentos de balance y táctica.

Con el movimiento magisterial democrático recorrí prácticamente todo el país dando conferencias, cursos, talleres, seminarios y participando en sus reuniones y asambleas. Dormí en escuelas, en casas de maestros y en los modestos hoteles que algunas secciones sindicales tenían. Conocí su estilo de vida, a sus familias y a sus bibliotecas, llenas de libros que habían leído.

Desde que el movimiento estalló escribí regular y sistemáticamente

sobre él, tratando de sistematizar su experiencia y narrando sus avatares. Algunos de esos escritos se publicaron sin mi firma en los Cuadernos de Educación Sindical, publicados por la D-III-24, en La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, dirigida por Carlos Monsiváis y luego por Paco Ignacio Taibo II, en folletos producidos por la Universidad Autónoma de Guerrero, Información Obrera, en la revista Pueblo y en la revista El Cotidiano de la UAM Azcapotzalco.

Antes de ser secretario general del INAH había trabajado en la organización de grupos de trabajadores, sindicatos independientes y huelgas. A partir de 1973 me ligué de lleno a la lucha obrera en el Valle de México con la Cooperativa y participé en algunos importantes conflictos y multitud de pequeñas luchas. Acompañé la movilización de la Tendencia Democrática de los electricistas de Rafael Galván, sobre todo en Puebla. Adquirí así una formación sindical no libresca que me sería muy útil para comprender más adelante la dinámica del movimiento magisterial.

Formo parte de una generación cuyos integrantes leyeron teoría crítica desde muy jóvenes. Mi educación política comenzó en una red de círculos de estudio que encontró en Bolívar Echeverría y otros intelectuales, una referencia teórica.

Leí así a los clásicos del marxismo desde sus fuentes. Más adelante tuve oportunidad de familiarizarme con la obra de la izquierda comunista europea, el consejismo, el anarcosindicalismo español y el obrerismo italiano. Paco Ignacio Taibo II me empujó a leer la historia del movimiento obrero, lo que hice con avidez.

Tuve también la oportunidad de conocer muy de cercala lucha jaramillista y las experiencias campesinas en Zacatecas, las grandes organizaciones urbano-populares de Monterrey, Durango y Chihuahua, y varias luchas metalúrgicas.

Con esa formación y ese horizonte me zambullí de lleno en la lucha de la Coordinadora. En el INAH me coordinaba con un equipo de compañeros muy talentosos y abnegados, algunos de ellos integrantes de las organizaciones de izquierda radical de aquellos años, y con profesores que provenían de la experiencia magisterial de la Liga Comunista Espartaco. Además, reflexionaba sobre la insurgencia magisterial regularmente con Francisco Pérez Arce y con Francisco González.

Sin embargo, mi verdadera educación política provino del contacto con los maestros que formaron la Coordinadora. La riqueza de sus experiencias y sus propuestas me resultó deslumbrante. A través de ellos conocí una parte del México real que no aparece en libros ni periódicos.

Como muchos otros compañeros durante aquellos años sufrí persecución y acoso político. Fui indiciado, una vez cortaron los frenos de mi coche y en varias más me encontré con que habían aflojado los birlos de las llantas. En una ocasión en la que la presión de policías era excesiva, hablé con Gastón García Cantú, entonces director del INAH para informarle lo que sucedía. El profesor, como cariñosamente le llamábamos, se me quedó mirando y me dijo:

—¿No creerás que soy yo, verdad?

—¡Por supuesto que no! —le respondí.

García Cantú tomó en ese momento el teléfono rojo y le marcó al subsecretario de Gobernación, Rodolfo González Guevara.

—¡Rodolfo! —exclamó— tus guaruras están chingando a los muchachos del sindicato. Te pido que los dejen en paz inmediatamente. Al colgar el profesor se volteó a verme y me dijo con picardía: “Así es como hay que hablarle a los funcionarios”.

Un par de veces estuve a punto de ser cesado. La generosa intervención de Martín Reyes, antiguo militante de la LCE,y la comprensión de Enrique Florescano lo evitaron.El clima político en aquellos años era muy delicado. Maestros como Misael Núñez Acosta fueron asesinados. Varios

dirigentes optaron por ir permanentemente armados. Espontáneamente surgieron compañeros que se hicieron cargo de nuestra seguridad. Los enfrentamientos eran violentos.

En la marcha del Día del Trabajo de 1982 los charros quisieron impedir a golpes que participáramos. Los compañeros no estaban mancos y los Vanguardistas se llevaron la peor parte. Dos años más tarde la policía impidió que llegáramos al Zócalo a macanazos y con gases lacrimógenos. En varias ocasiones ocupamos los locales sindicales.

En 1982 fui parte de un grupo de cinco compañeros de la CNTE que se incorporaron al CEN del SNTE. Participamos no como parte de la Coordinadora sino como representantes de nuestras secciones. La experiencia fue un fiasco. No sirvió de nada. Varias corrientes dentro del movimiento vieron muy mal el acuerdo y lo criticaron con mucha agresividad. Las protestas nacionales entraron en reflujo y la lucha interna se volvió parte de una ceremonia de canibalismo político.

A partir de 1986 acompañé a varios grupos de maestros que se convirtieron en organizadores campesinos de tiempo completo, muchos de ellos construyendo cooperativas de producción. En algunos casos lo hice con más corazón que inteligencia. Uno de sus núcleos en Chiapas se volvió primero un instrumento del PRI y luego, cuando se produjo el levantamiento zapatista, en una incubadora de paramilitares.

Como a todos los activistas, la primavera de 1989 me llenó de energía y esperanza. Aposté por encontrarle al conflicto una salida negociada y a raíz de la llegada de Elba Esther Gordillo a la secretaría general, por tratar de empujar a favor de cambios profundos dentro de la estructura del sindicato. En su momento, no comprendí suficientemente que quienes se oponían a este camino buscaban mantener la independencia y la autonomía del movimiento. Ellos (junto a sus bases) son quienes han mantenido vivo el proyecto de la Coordinadora.

En 1992 era evidente que la posibilidad de democratizar al SNTE combinando la movilización y la negociación en un marco institucional era un espejismo sin fundamento. En ese momento dejé de participar abiertamente en el movimiento, aunque conservé la relación con varios de sus dirigentes y seguí dando charlas y conferencias en algunos estados.

Desde entonces he escrito regularmente sobre la lucha magisterial y en defensa de la educación pública en capítulos de libros, revistas como El Cotidiano y periódicos. Desde hace muchos años lo he hecho regularmente en las páginas de La Jornada. Mantengo el contacto y la amistad de varios fundadores de la Coordinadora. Ellos me informan con detalle lo que sucede y critican mis puntos de vista. No deja de sorprenderme la vitalidad del movimiento, su riqueza práctica y lo insuficiente de la sistematización de esa experiencia.

Llama mucho la atención la carencia de literatura académica sobre una lucha social tan relevante en la vida política nacional de las últimas tres décadas. Hay, ciertamente, trabajos muy interesantes y útiles. Gerardo Peláez ha escrito una historia del SNTE y otra de la Coordinadora hasta 1989, que son ya libros de referencia. Están, también una serie de estudios académicos, entre los que, desde mi punto de vista, sobresalen los siempre cuidados ensayos de Aldo Muñoz.

Curiosamente, dos de los trabajos más ambiciosos y mejor logrados sobre el movimiento, el de María Lorena Cook sobre Oaxaca y el de Joe Foweraker sobre Chiapas, fueron escritos en inglés y nunca han sido publicados en español, y llegan hasta la mitad de la década de los ochenta. La gran mayoría de los materiales cubren los primeros diez años de vida de la Coordinadora, pero muy pocos describen lo sucedido después de 1989.

A lo largo del relato se ofrecen retratos hablados de varios personajes que han dado vida a la Coordinadora. Con ellos se comprende un poco mejor lo que ha sucedido.

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El libro fue publicado y cedido por la Brigada para Leer en Libertad y por la Fundación Rosa Luxemburgo
Publicado el 16 de septiembre de 2013

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