Corrupción, hacinamiento y maltrato en las cárceles capitalinas

Alina Celarié

México. El sistema penitenciario mexicano atraviesa una crisis institucional. Corrupción, impunidad, hacinamiento, contención de presos inocentes, tráfico de drogas, complicidad de autoridades con delincuentes y una burocracia exacerbada obstaculizan una reforma que es necesaria en este campo.

Frente a la crisis carcelaria, el Estado responde en dos grandes vertientes. Primero, desde el ámbito legislativo se abrieron opciones para atenuar el uso de la prisión como forma privilegiada de castigo y, de manera más ambiciosa, en 2008 entró en vigor una amplia reforma constitucional que, entre otras cosas, estableció la figura de juicios orales e introdujo los mecanismos alternativos para la solución de controversias. En segundo lugar, se pretendió crear un nuevo sistema penal en el cual no todos los casos tuvieran que resolverse por la vía de un largo y costoso juicio, sino que pudieran utilizarse recursos como la conciliación y el arbitraje y, en los casos que así lo requirieran, se llevaran a cabo con la supervisión de un juez.

Las soluciones a la crisis parecen lejos de la realidad en el sistema penitenciario mexicano, ya que la conciliación y el arbitraje muchas veces se pasan por alto, y al contrario, siguen los casos en los que para el proceso de sentencia se cumplen largos años de espera y los costos del juicio son excesivos. Un problema adicional es que la sobrepoblación, que se acentúa en ciertas entidades federativas y en algunos penales. Setenta por ciento de los reclusos del país se encuentran en 13 entidades, las cuales se caracterizan por ser los lugares donde se encuentran los asentamientos urbanos más grandes del país (Distrito Federal, Jalisco, Nuevo León, Puebla y Veracruz). La sobrepoblación genera un caldo de cultivo propicio para la corrupción y, en algunos casos, el surgimiento de mafias que se apoderan y comercializan los escasos recursos y servicios vitales, así como los espacios disponibles.

Un problema persistente en los sistemas penitenciarios es el hacinamiento. La construcción de espacios siempre es más lenta que el requerimiento de los mismos. Esta sobrepoblación origina muchos otros problemas: riñas frecuentes, abusos, corrupción que propicia la venta de toda clase de privilegios y, sobre todo, la falta de seguridad. Desde luego, el tráfico interno de drogas se incrementa y su control se dificulta en proporción directa al hacinamiento. Los altos muros de las prisiones sirven no solamente para evitar que los que se encuentran adentro escapen, sino también para impedir que los que están fuera se enteren de todo lo que sucede dentro de la institución.

Hace unos meses, realizamos un estudio en los penales del Distrito Federal, principalmente en Reclusorio Norte, Reclusorio Sur, Reclusorio Oriente, Penitenciaria y Santa Marta; ésta última es para mujeres.

A los sentenciados se les cuestionó sobre todo el proceso penal por el que pasaron, así como sobre los interrogatorios que les hicieron las autoridades (policías, judiciales, abogados, agentes del Ministerio Público u otros). Otra cara del estudio se orientó a conocer las condiciones de vida comenzando por la vida del interno antes de entrar en la cárcel, su condición familiar, los delitos que cometió, cómo son los programas de educación y trabajo que les ofrecen en la cárcel, cuántos duermen en cada celda y quiénes introducen más drogas al penal.

En el Reclusorio Norte, uno de lo más grandes con población varonil, el acceso es algo complicado ya que se debe pasar por varios filtros. El primer encuestado, alto y calvo, se sentó. Comenzamos a hacerle la encuesta y él solamente suspiraba y decía que no le interesaba, que se le hacía absurdo. Llevaba 10 años ahí y le faltaban otros 15, acusado de robo; consumía muchas drogas, en especial cocaína. Él dejó en claro que no le importa seguir ahí en la cárcel, asumía su pena aunque negó haber participado en el delito.

Otro caso fue un adolescente acusado de robo. Los policías lo culparon por un delito que él no cometió. Llevaba dentro de la prisión tres meses, todavía no sentenciado. Antes de ser detenido vivía con su abuela, quien ni siquiera estaba enterada de su detención porque no pudo comunicarse. Por lo tanto, no recibió ni una visita. Él no tuvo acceso a ningún programa educativo, y al preguntarle acerca de su proceso penal se quedó atónito, pues no entendía nada.

La mayoría de los internos encuestados están recluidos por robos y por homicidio; la mayor parte se queja del sistema penitenciario, de la comida, de las celdas, de la ropa, de los trabajos y de los custodios.

El siguiente fue el Reclusorio Oriente, donde la mayoría de los encuestados está acusada de delitos sexuales.  Un interno, quien aparentaba tener mucha educación y era profesor de educación física en una primaria, indicó que estaba preso porque violó a un niño de seis años. Él sostuvo que tuvo nada que ver con ese delito, que había sido arreglado por la mamá de este niño. Repitió: “la gente es muy mala, sólo busca la manera de hacerte daño”.Las quejas hacia la cárcel no eran tan notorias como en el anterior penal.

En el Reclusorio Sur la mayoría de los internos están por robo y secuestros. Un caso destacado es el de un campesino, culpado junto con su esposa de secuestro. El señor, sordo, llevaba 15 años encarcelado. No entendía nada de su proceso penal y se declaró inocente. Por otra parte, un adolescente acusado por robo admitió que sí lo había hecho y que lo volvería a hacer. Reveló que él y su familia manejan desde pequeños armas de fuego. Dejó en claro que su orgullo por venir de un ambiente de esas características.

Otro interno, acusado de un secuestro exprés, denunció que las autoridades lo torturaron. Explicó con lujo de detalle cómo y de qué maneras lo atormentaron: palillos enterrados en las uñas, golpes, manotazos, lo amarraron y le pusieron una bolsa en la cabeza.

En Santa Marta, la cárcel de mujeres, hay pinturas en las paredes relacionadas con la mujer, con su sufrimiento, con su encarcelamiento; hay poemas y otros recursos literarios. Aquí una mujer, con mucha rabia, señaló que la acusaron de homicidio pues su madre, al estar celosa de su hijo, quiso quitárselo y armó una situación desfavorable que acabó en las peores condiciones: el niño, enfermo, no alcanzó a llegar al hospital y la abuela acusó a la madre de haberlo matado. Ella y su esposo están sentenciados por el mismo delito y con condenas de 20 años.

Una mujer joven, presa por delitos contra la salud, señaló que la culparon de vender sustancias unos supuestos amigos suyos. Llevaba seis años ahí y le faltaban otros cuatro.

La realidad que se vive dentro de las cárceles se resume en la falta de atención adecuada a los internos en cuanto a comida y hospedaje. En una celda para cuatro ó seis llegan a meter hasta 14 ó 16 internos. La falta de agua para bañarse y los tratos de los custodios es lo que peor valoran los internos.

Esta situación de hacinamiento y maltrato hace que sea un problema de la ciudadanía en general, que debe tomar conciencia de que estas irregularidades afectan no solamente a los internos y sus familiares, sino a toda la población.

Publicado el 5 de agosto de 2013

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