Chanti Ollin, una alternativa verde en medio del asfalto

Alicia Ortiz

México, DF. El Chanti Ollin no es una casa ocupada. Es un espacio que abre sus puertas a todo aquel que esté dispuesto a buscar, encontrar y compartir nuevas y antiguas maneras de vivir en armonía con la naturaleza. “Para nosotros el diálogo es intercambio, y el aprender haciendo, la clave”, señala un integrante de este espacio. A pesar de encontrarse en una de las zonas de la Ciudad de México con más inversión de capital, resisten y construyen opciones de vida en sentido distinto.  

Después de la huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) de 1999 al 2000, un grupo de hombres y mujeres que participaron en el movimiento estudiantil se vieron en la necesidad de contar con un espacio que les sirviera de techo y en el cual poder desarrollar proyectos y actividades alternativos que congregaran diferentes corrientes de pensamiento y de concepción de la vida.

En el ámbito académico resultó complicado organizar actividades más allá de lo  escolar por diversas razones, una de ellas la temporalidad. “Si quieres hacer algo, organizarte o presentar un proyecto dentro de la escuela, solo cuentas con dos meses para llevarlo a cabo. Un mes te llevas en juntar a la banda, en el segundo mes se atraviesan los exámenes, después las vacaciones, y para entonces el propósito se perdió. Por eso es la importancia de crear otros espacios fuera de los tiempos y formas que dicta la academia”, sentencia otro de los jóvenes que aquí habitan.      

Al otro lado de un mar de autos, en medio de un ambiente de negocios y después de buscar en diferentes puntos de la ciudad, encontraron un edificio con todas las características para hacer un proyecto de vida y esperanza. El espacio ahora está repleto de áreas llenas de vida, de murales en las paredes, de dibujos de las tantas personas que por ahí pasan e inventos que reciclan ideas y materiales. En lo que la gente de la ciudad considera basura ellos ven una posibilidad de algo nuevo y útil.

En comparación a la lógica del capital, que crea objetos que dejan de funcionar en un corto lapso de tiempo, volviéndolos obsoletos y material para los basureros, los habitantes del Chanti crean un mundo de posibilidades aprovechando cada parte. Uno de esos ejemplos son las bici-licuadoras, que nacen de la inventiva y el reciclaje, pero sobre todo de la ayuda de otras experiencias, como la de compañeros de Oaxaca, que les brindaron las herramientas necesarias.

El Chanti es un lugar con fines sociales y culturales abierto al intercambio. El desarrollo del proceso ha dependido, indudablemente, del trabajo en conjunto con otras organizaciones, proyectos, colectivos, luchas sociales y causas culturales, como define uno de los activistas con más tiempo en el lugar: “Para nosotros ha sido muy importante el acompañamiento, las enseñanzas y el intercambio que hemos tenido con experiencias como la zapatista en Chiapas; y con los proyectos Tepito Arte Acá, la organización de artes escénicas cultural y política CLETA”, y muchas otras que siguen acompañando su caminar, y a las que también acompañan.

En diez años, el proyecto de Chanti Ollin ha pasado por diferentes etapas. La necesidad de compartir una visión alternativa, el acercamiento a otros proyectos y el intercambio los han ido situado en diferentes actividades, con enfoques radicalmente distintos al neoliberal.

Más que ser una okupa, el Chanti se ve a sí mismo como un Calpull, la antigua escuela de los mexicas. En la búsqueda de una identidad que consideran robada, el Chanti se propone la recuperación de antiguas concepciones. Hasta tiempos presentes existen muchos testimonios y huellas que hablan de culturas originarias que conservaban un núcleo: en la tradición de la comunidad; en la integración de la familia, como una comunidad de igualdad; en la práctica de la espiritualidad, de respeto y comunión con el universo, sin desperdiciar lo que la naturaleza brinda. En un Calpulli, la responsabilidad y pertenencia es de todos. “Igual que la consigna zapatista para todos todo”, afirma uno de los habitantes.

Los habitantes de la casa buscan la recuperación de la historia de los mexicanos, reinventando e integrando sus formas peculiares de subsistencia en armonía. “No vamos a poder hacerlo todo como era antes, pero sabemos que la solución está en la recuperación de nuestras raíces. Somos producto de un mestizaje y de muchos siglos de historia, eso somos y debemos incorporarlo”, valora el integrante más experimentado.

Las diferentes actividades que se llevan a cabo abonan al propósito cíclico del Chanti. En efecto, todo se complementa. El horno produce el pan que habrá de comerse y la ceniza que se utiliza en los baños secos, que construyen ahí mismo. De igual manera siembran y cosechan en su azotea verde los frutos con los que se hacen sus propios alimentos. “El pueblo mexicano es hijo de la milpa, que no solo es el maíz, sino que incluye el frijol, la calabaza, el amaranto. Es nuestra identidad, y hay que sembrar las semillas necesarias para no perderlas”, relata una mujer.

El primer entrevistado refiere que “La modernidad nos exige acumulamiento y sobreexplotación de los recursos naturales, que implica la devastación de bosques, ríos y lugares sagrados, y también de nosotros mismos. Nuestros abuelos tenían hábitos y costumbres, que debemos recuperar. Queremos un futuro mejor para nuestros niños. Tratamos que desde su llegada al mundo sea natural su forma de vivir”.

En el Chanti también cuentan con grupos de danza y teatro que llevan a diferentes ciudades y comunidades del país; y un estudio musical, que abre sus puertas a todo aquel que quiera aprender. La idea es crear un espacio colectivo y comunal abierto a niños, jóvenes y toda clase de gente que quiera acercarse y aprender.

Sin pedirle nada a las instituciones ni a los gobiernos, con un crítica sistemática al modelo capitalista, construyen en su quehacer de todos los días un espacio por una vida más justa, que sirva de refugio artístico, cultural e ideológico con espíritu ancestral. Las acciones inmediatas, como el intercambio de semillas con comunidades indígenas, y de aprendizajes mutuos que se complementan, son hoy para ellos una realidad.

Publicado el 19 de agosto de 2013

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