Los grandes medios, no tan importantes para la “primavera brasileña”

Gabriela Moncau

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Sao Paulo, Brasil. “¿Estás a favor de las protestas con vandalismo?”, preguntó la encuesta del programa televisivo Brasil Urgente, presentado por José Luiz Datena, el 13 de junio -al mismo tiempo que la policía reprimió brutalmente a una parte de la población que protestaba. La encuesta tuvo relevancia simbólica por la relación que se estableció entre la prensa y las recurrentes jornadas de luchas que se extendieron por el país.

La pregunta sobre el “vandalismo” fue retórica, como gran parte de las otras realizadas por el programa a sus telespectadores. La programación pretendió seguir la fórmula habitual de la prensa para tratar a las manifestaciones públicas: alborotadores, vándalos, gente que impide el derecho de libre tránsito, causan tráfico. Sin embargo, esta vez Datena fue sorprendido cuando constató que el “sí” alcanzó las 2 mil 179 respuestas, contra 917 que pronunciaron el esperado “no”. El presentador intentó cambiar la pregunta, pero ya no hubo modo. Su cara de asombro se volvió motivo de chiste, y en las manifestaciones siguientes se escucharon los gritos: “¡Hi, Datena, haga una encuesta!”.

Después de esa semana (y por ello el simbolismo de la escena en que Datena pierde el control de la situación), los grandes medios brasileños reconstruyeron su discurso hacía la ola de manifestaciones. Pasaron a retratarla como legítimas, “pese a una minoría de vándalos”.

“Nosotros siempre nos definimos como movimiento pacífico, pero nunca condenamos lo que se suele llamar vandalismo, ni recurrimos a ese término. Vándalo es el Estado”, refuerza Mayara Vivian, integrante del Movimiento Pase Libre (MPL). “Esa construcción narrativa que crea a los ‘buenos’ y a los ‘malos’, a los ‘vándalos’, refleja, entre otra cosas, cómo la propiedad tiene más valor que la vida”, comenta Mayara. “¿Prendieron fuego a dos autobuses? ‘Es el final del mundo, ¡deténganlos!’. En cambio, balacean a un muchacho en la región del ABC, violan una chica, tiran bombas de gas lacrimógeno en el coche de un anciano, dentro de hospitales. ¡Qué inversión!”.

Independientemente de si los grandes medios cambiaron o no su discurso acerca de las protestas, la insatisfacción con ellos, con sus interlocutores y con el monopolio de la comunicación que representan, se siente en muchas de las manifestaciones a lo largo del país. Miles de personas en las ciudades de Río de Janeiro, São Paulo, Belem, Porto Alegre y Aracajú, ente otras, protestaron frente a la sede de la más grande emisora televisiva del país, la Globo, el 11 de julio, el mismo jueves en que centrales sindicales convocaron a huelgas y acciones.

¿Pero en qué consiste ese cambio de discurso de los grandes medios? ¿Por qué los principales y hegemónicos medios de comunicación hicieron esa elección? ¿Audiencia? ¿Elección política para no perder credibilidad frente a la legitimidad popular de las protestas y a los diversos registros de violencia policial? ¿Producción de una moneda de cambio con los políticos y los partidos? ¿Cuál es la importancia del discurso de los medios para que las protestas se volvieran masivas?

La socióloga Silvia Viana, profesora de la Fundación Getúlio Vargas, es autora del libro Rituales de sufrimiento, en el que desnuda los mecanismos de dominación y los productos televisivos de la industria cultural brasileña por medio del análisis de los reality shows. En entrevista con Desinformémonos, Viana analiza la compleja relación entre los grandes medios y el fenómeno de las recientes protestas en Brasil.

-¿Qué peso tienen los medios de comunicación en la explicación de la masificación de las movilizaciones?

Poco o nulo. La masificación se dio gracias al desplazamiento en el campo político provocado por las propias protestas. Eso no significa que la explosión de adhesiones ocurrió en consonancia con el movimiento que la generó. De hecho, mucho de lo que se vio en las calles a partir del día 17 de junio – el día de las mayores manifestaciones- no solo salió del orden del día de las demandas propuesto de inicio, sino que posibilitó la reabsorción parcial del movimiento por el discurso mediático. O sea, los medios de comunicación apenas pueden exhibir las imágenes “graciosas” de aquella “unión linda” de un “pueblo verde-e-amarillo”, porque el resultado inevitable de décadas de despolitización también tomó las calles.

No es que las empresas de comunicación no contribuyeran con su dosis de narcóticos para esos años de adormecimiento, pero no podemos dejarnos llevar por la hipótesis de la manipulación. El discurso del orden apenas ratifica las prácticas forjadas en un mundo transformado en mercado. Un ejemplo: el argumento férreo según el cual no podemos, bajo ninguna circunstancia, estorbar el ir y venir de la ciudad, sólo encuentra respaldo cuando la propia circulación se torna automatismo. Antes de la “transformación mediática” vi la entrevista a una señora en la calle que, angustiada, afirmaba que necesitaba llegar al trabajo, pues el patrón tomaría las manifestaciones como un mero pretexto para despedirla.

El nervio del ir y venir mecánico fue tocado por un movimiento que, al mismo tiempo, paró la circulación e impuso la cuestión de su lado. Ese corto circuito obligó a la rearticulación de un discurso que, también, funcionaba en piloto automático. Transferir el poder de la reinvención de una cuestión a la manipulación mediática es sobreestimar a aquellos que sueñan con la completa manipulación y, de paso, abandonar la perspectiva propiamente política de los eventos.

– ¿En qué se distinguen esos procesos y manifestaciones, que hicieron que tanta gente saliera a las calles, de las luchas de las últimas dos décadas?

Decir que estos movimientos inauguraron una era de movilizaciones es falso. El compromiso social es tan actual como la “responsabilidad social” de las empresas – y en diversos casos, esas rutas se cruzan. Tampoco es tan grande el número de personas que llenaron las calles como para diferenciar a las jornadas de junio de las movilizaciones que las precedieron. Su impacto ocurrió antes de la masificación de las protestas, que ni siquiera es tan expresiva como la parada del orgullo gay en São Paulo. Temas de reivindicación abundan, adhesiones y formas innovadoras de acción política también. Sin embargo, los diversos temas ya no encontraban a gente dispuesta a arriesgarse por ellos. Se trata de aquello que el filósofo Paulo Arantes denominó, en una entrevista reciente, protestas sin compromiso político. Son acciones políticas que se limitan a afirmar: “no en mi nombre”.

Los muchachos del Movimiento Passe Livre, en conjunto con los demás movimientos y los partidos que les apoyaron, invirtieron la lógica y se ubicaron en las calles con una exigencia: “hagan ello precisamente, y en mi nombre”. Por eso arriesgaron sus nombres y sus cuerpos a lo largo de una jornada de protestas.

Pero la disposición a correr riesgos es apenas una respuesta, delante de la cual surgen nuevas preguntas. El MPL consiguió romper la barrera de la criminalización de la política, en la que se detienen otros movimientos que adoptan estrategias todavía más arriesgadas, como el Movimiento de los Sin Tierra. Podemos apuntar una hipótesis: que llevan el orden del día presentado las exigencias, pasando por la forma de organización del movimiento –horizontal, pero no reticular, como la de los movimientos desacoplados. Todavía no sabemos, pero lo chistoso es que ahora sabemos que no sabemos.

– ¿Qué explica la transformación de los medios y la línea de producción de una nueva ideología?

Creo que la instrumentalización de las movilizaciones fue posterior a una recomposición de urgencia, cuando la formula discursiva anterior perdió su eficacia y el campo que era legítimo fue sacudido.

El análisis de los medios debe tener en consideración, por un lado, su papel como certificador del orden neoliberal – inalterado por el partido en el poder. Por otro, su posición como base de los partidos de oposición. Por eso no interesa a las corporaciones, en este momento, una ruptura política drástica, incluso como fruto de un golpe de Estado. Al mismo tiempo, la instrumentalización de las manifestaciones es una oportunidad de oro para la desestabilización del actual gobierno. De esa doble determinación resultan las banderas a ser subrayadas, omitidas o vaciadas.

Sin embargo, no todo son flores en esa estrategia equilibrista: si el tema de la corrupción, vacío de contenido crítico, encontró algún respaldo, la tentativa de traer la cuestión de la criminalidad, en particular la disminución de la mayoría de edad penal, se hizo agua. Ya los descontentos relativos a la copa de futbol no pudieron ser escondidos debajo del tapete y deben, de ese modo, ser controlados (también ellos) por el mote de la corrupción. En todos esos casos, los medios todavía caminan en campo minado – se sabe, por ejemplo, que no se puede escudriñar en los contratos de la FIFA sin que sean reveladas las huellas de la familia Marinho. También es delicado apuntar hacia la cuestión de la criminalidad después del espectáculo ofrecido por la policía en las manifestaciones del día 13 de junio. A cada tentativa de reducción de las demandas de los movimientos corresponde una contradicción; nos toca mantenerlas en juego.

– ¿Cuál es la relación entre el discurso mediático que minimiza los objetivos en relación a los medios, y esa forma de ocupación de los espacios públicos realizada “por amor” o “sin reivindicaciones” (bastante vinculada a la campaña del propio alcalde de Sao Paulo, tan desgastado por la movilizaciones)?

Esas ocupaciones son espejos de movilizaciones desvinculadas, cuya cumbre fue el evento “Existe amor en Sao Paulo” a finales del 2012. La ausencia de “bandera”, lo que sugiere el apartidismo del movimiento, de hecho revela la ausencia de los objetivos del mismo. Y de ahí viene la posición ambigua del acto de rechazar el voto a un candidato a la alcaldía sin apoyar explícitamente a otro, y sin que el propio proceso electoral fuese cuestionado –“¡No en mi nombre!”, dirían. Los colectivos que organizaron ese evento promovieron numerosas acciones en la ciudad, cuyas reivindicaciones no van más allá del uso de espacios públicos y de la difusión de la cultura. ¿Para qué? Poco importa, el medio ya es el fin.

La forma rebasa al sentido: ya que la finalidad es “ampliar el debate” o “unir a las personas”, cabe usar la creatividad, colores en ropa y performances, convocar a artistas conocidos y promover meetings divertidos y agradables. Los propios medios (el medio por excelencia), en especial internet, gana una relevancia de primer orden cuando el objetivo último es “llamar la atención hacia esa cuestión”. Por eso, las movilizaciones que demandan mucho trabajo y poco riesgo fueron la cama sobre la cual los grandes medios pudieron acostarse cuando vieron su discurso puesto en un cheque. Así como los eventos culturales pudieron colocar la cuestión de la gentrificación y levantar adhesiones de quien apenas está cansado por el retraso de las obras, el verde-y-amarillo consiguió nublar, pero no apagar, la demanda de los veinte centavos. EL MPL tiene un objetivo que, de tan preciso, fue ineludible, no obstante los primeros gritos de “imposible”. El orden del día no es pequeño, pues apunta hacia la desmercantilización total.

Para marcar la diferencia entre ese movimiento y los que lo precedieron, vale la pena tomar más en serio la declaración de Arnaldo Jabor de lo que a él le gustaría: “Al final, ¿por qué tanto odio contra la ciudad?” Pues el odio no se separa jamás de su razón, en ese caso, la injusticia cotidiana cometida contra quien paga por el camino de su propia expoliación. Ya el amor es ‘sin razones’”.

Publicado el 29 de julio de 2013

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