Venecia rechaza la navegación de hoteles turísticos flotantes

Ricardo Bottazzo Traducción: Amaranta Cornejo Hernández

Venecia, Italia. Tienen el coraje de llamarle “barcos”. Son verdaderos hoteles turísticos flotante que no tienen nada que ver con el mar salvo porque se mueven sobre él como si fuera una gran autopista hecha sólo para ellos. Son hoteles tan altos como los rascacielos. “Dotados de toda comodidad”, dicen sus trípticos publicitarios, tales como alberca, sauna, toboganes, club nocturno, discotecas y restaurantes de una a cinco estrellas. Así son los grandes barcos a los que se les permite devastar la laguna. Cada vez que pasan es como si fueran 14 mil autos. Levantan el agua de forma tal que destruyen el delicado fondo de la laguna, empantanan las orillas de la ciudad, y debilitan los antiguos cimientos.

Es un escándalo ambiental, social y artístico. Es un escándalo a nombre del lobby de los cruceros europeos, los cuales dictan leyes a los gobiernos y sus administraciones.

Justo por eso, en el encuentro realizado del viernes 7 al domingo 9 de junio en Venecia, se reconoció que los grandes barcos entran a título pleno en las grandes obras porque comercializan y destruyen un bien común-la laguna y la ciudad misma- con tal de acumular grandes beneficios en manos de pocas empresas privadas.

Igual que con las grandes obras, la ciudad y sus habitantes no sólo no obtendrán ninguna ventaja, sino que son puestos en la condición de tener que pagar impuestos económicos y ambientales por el daño causado. Varios estudios de docentes y economistas de Ca’ Foscari han demostrado abundantemente que Venecia no obtiene ningún beneficio económico con la presencia de estos “hoteles en el mar”. El turismo que propician-y les aseguro que Venecia no necesita más promoción turística, incluso en tiempos de crisis- es un turismo de “pisa y corre” que en medio día agota el “todo incluido”. Estos barco-hotel ofrecen la posibilidad de comprar en las tiendas las góndolas de plástico y otros recuerdos.

Más allá del aspecto económico no podemos dejar los riesgos inherentes al paso de estas enormes estructuras de hierro en un canal tan estrecho como el de la Giudecca.  Es conveniente recordar lo que sucedió en Giglio en enero de 2012, cuando un crucero chocó con una isla y se hundió, causando la muerte de 32 personas. O en mayo de 2013, cuando un portacontenedores chocó accidentalmente contra un muelle del puerto de Génova, derribando la torre de control y matando a por lo menos tres personas. ¿Y si un accidente así sucediera frente a la basílica de San Marcos? Con estas premisas es fácil intuir cómo los tres días de encuentro organizados por el comité ciudadano “No a los grandes barcos” se caracterizó por una amplia participación. A este evento se adhirieron el archipiélago entero de asociaciones que trabaja en la Ciudad de los dogos. El corazón del evento fue la isla de Sacca Fisola, extrema hija de la Giudecca a la cual se conecta por un puente, donde los jóvenes del taller Morion han instalado un campamento internacional.

Se debe subrayar que el destino de Venecia preocupa más en el extranjero que en nuestra propia casa. Muestra de ello es la presencia de numerosos portavoces de los comités “No a las grandes obras” de Francia, Alemania, España, y de otro países de Europa. La lista de adhesiones al Encuentro es realmente larga como para ser nombrada. Se puede mirar en el sitio internet del comité organizador, donde se presentan las fotos de estos rascacielos ambulantes, y hacerse una idea del impacto que tienen en la ciudad más frágil del mundo.

Después de las reuniones, llegó el momento de manifestarse. La ciudad lo hizo durante todo el domingo desempolvando una antigua consigna de guerra: “por tierra y por mar”. Los violentos e injustificados ataques de la policía, de los cuales los manifestantes se protegieron con salvavidas, no lograron dispersar a los contingentes. Ni a los de la tierra, ni a los del agua. Durante todo el día los grandes barcos se quedaron anclados y no lograron romper el bloqueo, ni con la ayuda de helicópteros y lanchas de la policía.

Por todo un día, al menos, la laguna se liberó de sus monstruos marinos.

“Tres días extraordinarios”, comentó Tomasso Cacciari, del taller Morion. “Miles de personas bajaron a la calle a pesar de las prescripciones de la policía, y retomaron la ciudad y sus aguas ahora expropiadas por la Capitanería. Se hizo metro por metro, hasta conquistar el derecho a manifestarse contra las grandes obras flotantes que se obstinan en llamar barcos.”

Justo como las grandes obras, las grandes naves crean, además de un problema ambiental y económico, un problema de democracia. En Venecia nadie lo quiere. No los quieren los ciudadanos, ni los residentes porque cada vez que pasan, el impacto de las olas hace que los baños saquen residuos. No los quieren los ambientalistas y no los quieren siquiera la administración comunal, que desde hace tiempo ha pedido que los saquen de la laguna.

Sin embargo, los grandes barcos continúan atravesando el canal principal, “la sala de Venecia”- Plaza de San Marcos- como si fuera su casa.

“Por una antiestética jaula bajo el campanario”, observó el consejero comunal Beppe Caccia, e intervino el ministro de los Bienes Culturales. Incluso  por los grandes barcos, que además de antiestético, son contaminantes y devastan, nadie se incomoda. Por esto decíamos que el problema que suponen entra en uno mayor en torno a la democracia. Es un problema de “¿quién manda en Venencia?”. De eso se trata.

La gran movilización ha señalado un ulterior punto a favor de Venecia. Tal como desde hace tiempo lo pedían los ambientalistas y la misma Comuna, el ministro de la Infraestructura, Maurizio Lupi, ha anticipado la convocatoria al llamado Gran Comité. Es un órgano interministerial para programar lo previsto en la legislación especial para Venecia, con un orden del día dedicado a los grandes barcos.

¿Qué podemos esperarnos de este encuentro? Veamos la lista de invitados. No fueron convocadas las asociaciones ambientalistas. Tampoco estará el ministro de la cultura, quien tendría el encargo, a través de la Superintendencia, de tutelar los bienes arquitectónicos (como si Venencia no lo fuera). En cambio, estarán el Síndico de Venecia. Estarán los representantes de la Región, cuya administración está en manos del Pueblo de la Libertad (PL) y la Liga Norte (ambos partidos de derecha), quienes tienen la sensibilidad ambiental de un mister Hyde y cuya atención va hacia una ciudad que les ha votado con el mínimo histórico.

En el Gran Comité estarán también los representantes del lobby de los cruceros y de las organizaciones de armadoras italianas y europeas. Nos preguntamos a qué título fueron invitadas. También estarán los órganos del Estado que desde siempre han cuidado los intereses de los grandes barcos, como la Capitanería y las autoridades portuarias de Venecia. Todos van a título ministerial. Así, el Síndico de Venecia tendrá que explicar por qué la ciudad no quiere ser diariamente devastada por el ir y venir de estos encementados de mar.

El problema, como hemos dicho, es este: ¿quién manda en Venecia?

Publicado el 17 de junio de 2013

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