Poco dinero y cero prestaciones para los jóvenes y no tan jóvenes en la ciudad de México

Adazahira Chávez Foto: Getsemaní Barajas

México, Distrito Federal. Graciela tiene 60 años y desde hace 16 viaja casi todos los días desde la delegación Iztacalco a las Lomas de Chapultepec, una de las colonias más lujosas de la ciudad, donde limpia edificios corporativos. Menuda, se mueve con soltura entre los jóvenes ejecutivos de traje que fuman y ríen disimuladamente cuando la ven dar una entrevista. Ella tomó este trabajo (y otro más) “por necesidad; teníamos un puesto de legumbres pero no salía”, y para tener seguro social. Gana cerca de mil 200 pesos a la quincena más prestaciones. Tiene suerte: en sus anteriores trabajos ganaba 750 pesos a la quincena con ocho horas de trabajo diario, sin seguro y sin horario de comida.

En la ciudad de México “coexisten trabajos con condiciones aceptables y salario razonable, con un gran porcentaje de precariedad y bajos ingresos”, señala Alejandro Vega, sindicalista e integrante del Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical (CILAS). El trabajo precario, contraparte de lo que debe ser un “trabajo decente” y que agrupa tanto a trabajos formales como a informales, mantiene a los trabajadores en la incertidumbre en cuanto a su duración, muchas veces es subcontratado –el “patrón” es un intermediario entre el trabajador y quien recibe el servicio- y la relación de trabajo es encubierta; carece de protección social, los salarios son bajos y hay obstáculos a la libre asociación sindical de los trabajadores, precisa el experto.

Este tipo de trabajos no se limitan a la limpieza; están, por ejemplo, los jóvenes  trabajadores de los call center, como los de la empresa telefónica Atento (filial de la española Telefónica), que protagonizaron una lucha por lograr un sindicato auténtico y mejores condiciones de trabajo, y fueron despedidos. La compañía, que emplea a cerca de 7 mil jóvenes en el Distrito Federal, paga como sueldo poco más de 3 mil pesos mensuales –aunque reporta 5 mil oficialmente-, no paga horas extra ni bonos y obliga a los inconformes a firmar su renuncia en contubernio con un sindicato de protección patronal, señala en su página la sección 187 del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana.

La gente recurre a este tipo de empleos porque “hay necesidad de que más miembros de la familia busquen ingresos”, señala Vega. “Para sobrevivir, uno necesita trabajar más”, ilustra Graciela. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) reportó que de las 34 principales economías del mundo, en México es donde los trabajadores laboran más horas (un promedio de dos mil 250 horas por año, casi 500 horas más que el resto de los países estudiados); en contraparte, el salario es más bajo: cerca de nueve mil 885 dólares por año, contra el promedio de 34 mil 466 dólares. “La gente tienen que entrar también a negocios informales, que son trabajo productivo, pero sin relación laboral o esquema tributario y con bajos salarios”, agrega Vega.

Los colegas de trabajo de Graciela -más de 20 mil- pertenecen a diversas generaciones y sectores sociales. “Hay jóvenes de los que ya no quisieron o no pudieron estudiar, mujeres, profesores y jubilados a los que no les alcanza su pensión, de todo”, señala.  “Yo no me quejo de mi trabajo, las condiciones siempre han sido iguales; si le caes mal al supervisor, te trae de acá para allá, pero como yo le caigo bien, me deja en el mismo lugar. Tenemos un sindicato que es del patrón pero nunca lo vemos, sabemos porque nos descuentan un peso del salario para la cuota sindical y hay caja de ahorros”. Desde que entró al trabajo asalariado ha pasado por tres compañías de outsourcing de limpieza; en la actual, tiene contrato y vacaciones, y eso la motiva a querer seguir “otros 10 años para jubilarme, porque si por mí fuera ya estaría en otra cosa”.

Esta sexagenaria mujer es afortunada dentro de su sector. Otros trabajadores de limpieza subcontratados –un fenómeno que se extiende y que en el Distrito Federal se puede ver en el Metro y otras instalaciones públicas- hacen fila todos los días en la empresa intermediaria para ver si les toca trabajo; no cuentan con contrato y mucho menos con seguro. “Si alguien cae muerto aquí, pues bien muerto queda”, señaló Atanacio Blas a Desinformémonos.

Graciela indica que preferiría estar en su puesto de verduras familiar pero le conviene más jubilarse, aunque tenga que trabajar pasados los setenta años de edad. “El comercio informal vive al día, en inseguridad en cuanto a las condiciones legales, sujetos a la corrupción de las autoridades y sus representantes. Por otro lado, los que acceden al trabajo por medio de subcontratistas como Manpower son enviados con pequeños contratos a diversas empresas, con imposibilidad de acceder al seguro social y de organizarse para defender sus derechos”, explica Vega.

Graciela acude a pláticas de derechos humanos y laborales al Centro de Trabajadores Unidos de Limpieza, una de las pocas organizaciones que atiende y organiza al sector. “Pero los compañeros como que no quieren ir, porque dicen que acaban muy cansados del trabajo o porque tienen miedo de que los despidan. Yo ya aprendí a que valgo y a no dejarme ni del supervisor”, señala la afanadora.

 “Aunque los trabajos sean formales en el sentido estricto –con contrato, por ejemplo- son trabajos evidentemente precarios. La subcontratación es creciente, la estabilidad ya no es un distintivo, hay cada vez más inestabilidad en el trabajo”, señala Vega. El sector más afectado son los jóvenes, “porque de manera natural buscan acceso al mercado de trabajo y ya es imposible encontrar ofertas con definitividad en el empleo y prestaciones; hay estudios que determinan que también las mujeres están entre las más afectadas”.

La subcontratación no es un fenómeno nuevo, pero Vega reconoce dos fechas clave: la llegada del neoliberalismo en 1982 y la caída de los indicadores económicos en la crisis de 1995. “Podemos estar frente a la llegada de una tercera fecha; si revisamos los indicadores, podemos ver que la Reforma Laboral se dirige en varios de sus puntos a reforzar el trabajo precario: ahora los empleos serán más temporales, más inseguros y se legaliza la subcontratación”, apunta. El seguro social y los salarios se verán afectados por esta tendencia, agrega el investigador.

Para Alejandro Vega, mientras no se refuerce el mercado interno no habrá reactivación económica: “Si no hay ingreso, no hay consumo; con el trabajo precario e informal se genera un círculo vicioso” que, contrario a lo que pregonan los promotores de la reforma, no permitirá la salida de la crisis sino que la profundizará.

Hay un efecto más: “Todos estos elementos dificultan la posibilidad de la organización de los trabajadores”, define Vega. “No es un efecto colateral o no deseado; es una estrategia definida en el modelo laboral”.

Los números

Con la medición del empleo precario e informal hay diferencias en los criterios. La encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) sobre ocupación arroja cerca de un 29 por ciento de empleo precario, mientras que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) habla de un 60 por ciento de adultos en trabajo informal en México. “Un estudio más serio, del Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM), señala que hay un 55 por ciento de trabajadores informales”, señala Alejandro Vega.

La mayor parte de este tipo de trabajo se concentra en el centro y sur del país, precisa Vega. Las cifras de informalidad son más fuertes en las ciudades –por la disminución de personas que trabajan en el campo- y son menores en el norte de México debido a la presencia de maquiladoras. Sin embargo, esto es mero efecto estadístico pues si bien esos trabajos caen dentro de lo que se considera empleo formal (con una relación laboral reconocida, salario y una organización de trabajadores), en realidad son precarios, insiste el también sindicalista.

Publicado el 03 de junio de 2013

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