En São Paulo hay cosas que celebrar, pero sin carnaval

Nathália Mota Sardelli Traducción: Brisa Araujo Foto: Midia Ninja

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São Paulo, Brasil. “Pero son 20 centavos. ¿Cuál es la diferencia? Es mi jefe quien lo paga”. Dentro de un camión lleno, una auxiliar de limpieza se quejó de la manifestación del 7 de junio, que por segunda vez en la misma semana, perturbó el tráfico e hizo más largo su camino de regreso a casa. Su amiga estuvo de acuerdo: “actúan como si el gobierno fuera a cambiar algo”. Pero esta vez, el gobierno cambió. Las manifestaciones frecuentes en São Paulo encontraron eco y pronto se difundieron a otras ciudades del país. Sorpresa, esperanza, desconfianza y especulación se hicieron constantes en la rutina de los paulistanos en junio.

Las primeras opiniones fueron argumentos ya conocidos: “Dificultan el tráfico”, “es cosa de vagos”, “se interponen en el camino de los verdaderos trabajadores de esta ciudad”. En poco más de una semana, algo cambió. Familias enteras siguieron la marcha del 17 de junio y hombres de saco y corbata gritaron consignas. Sólo entonces el tema de las manifestaciones se volvió asunto oficial en todas las mesas – las de los bares y las de las escuelas – y las declaraciones súbitamente favorecieron los manifestantes. ¡Incluso se olvidó el estreno de la Copa Confederaciones! Rápidamente, los grandes medios brasileños cambiaron sus análisis y el tono general se hizo más bondadoso con los indignados y más crítico con los gobiernos, lo que empezó una relación mutua de reflejo e influencia con la opinión pública.

Se revocó el aumento de la tarifa y el gobierno federal anunció propuestas de reformas, pero los acontecimientos trajeron a la luz nuevas cuestiones, como la duda de si el país tomará nuevos rumbos o si los esfuerzos de la lucha perderán fuerza y serán una vez más marginales. La entrada de la clase media (o de la gran masa) en el escenario del activismo político es una novedad para Brasil, y se hizo noticia con entusiasmo -aunque algunos sectores la recibieron con cautela.

Para Eduardo Freitas Fonseca, sociólogo y profesor de historia en la red privada de educación básica, “cuando analizamos los primeros actores, vemos a un grupo joven -la generación milennium – de la clase media urbana que se transformó en un catalizador de la indignación popular. La truculencia de la represión policiaca fue otro factor de la ampliación y la repercusión del movimiento. La clase media, ofendida sistemáticamente por los altos impuestos y los malos servicios, pasó a defender a ‘sus hijos’”. Freitas llevó a sus alumnos de un costoso colegio a manifestarse, aun con las preocupaciones de sus padres por las protestas masivas y la violencia policiaca.

Sobre esta nueva coyuntura flota un clima de alarma, y cada día es más visible y tensa la división entre los sectores de la izquierda y la derecha, que ahora reivindica el liderazgo de las manifestaciones. Una nueva tendencia derechista (que no se identifica de esta forma, ya sea a propósito o por falta de información) defiende la despolitización de los movimientos populares. Las disputas también se encuentran entre los mismos manifestantes. Kauê Vieira, de 23 años, vecino del barrio del Grajaú (extremo sur de la ciudad) y militante del movimiento negro, contó un caso de intimidación: “Estuve en la Avenida Paulista en el acto de celebración organizado por el Movimiento Pase Libre (MPL). Vi a muchas personas felices por ver los jóvenes en las calles, pero también vi a grupos conservadores y hasta neonazis que agredieron a personas que portaban banderas de partidos o que simplemente iban vestidos de rojo. Yo estaba junto a un grupo del MPL y estos extremistas nos acorralaron. Durante las manifestaciones, muchos derechistas salieron a las calles con sus prejuicios y su ignorancia”, narró.

Éder Souza, de 28 años, estudiante de historia y profesor en un curso preparatorio para el ingreso a las universidades, asume una postura política de derecha y ve la manifestación con otros ojos. “Hasta con el color de sus banderas esas personas quieren homogeneizar la masa, quieren que sean todas rojas, y rechazan los símbolos patrios, aquellos que unen a nuestro pueblo, con el absurdo argumento de que es ‘fascismo’. Ellos muestran que necesitan aprender qué significa realmente este término y cuáles son sus implicaciones políticas antes de hacer análisis tan simples del sentimiento patriótico que emergió en nuestro país”, criticó.

El periodista Pedro Ribeiro Nogueira, agredido por la policía y detenido durante una de las manifestaciones, afirmó que los actos populares representan para él “una mezcla de dolor y alegría que es difícil poner en palabras. Fui agredido, apresado y tengo miedo que la demanda contra mí siga. Pero este agridulce sentimiento también lleva la alegría de ver a un movimiento popular que nace. Es algo que esperé toda mi vida”, confesó. Nogueira todavía responde a un proceso judicial y está impedido de ir a las manifestaciones por una medida judicial.

Aunque una parte de la población está cada vez más espantada con las noticias de grupos que se reúnen en torno a principios extremistas y poco democráticos, todavía se conserva un clima de optimismo – en muchos casos, sin dejar a un lado la atención y la cautela. Kauê Vieira considera la revocación del aumento de la tarifa de los camiones el principio de algo, en vez de un punto final. “Lo que pasó en São Paulo con la reducción de la tarifa debe ser considerado una victoria. ¿En qué otra ocasión un gobierno de extrema derecha como el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) escuchó al pueblo y atendió a sus reclamos? No me acuerdo de ninguna. Es un motivo de celebración. Pero sin hacer carnaval, ya que ésta es solamente la punta del iceberg”, ponderó. Él afirmó tener poco entusiasmo con los cambios: “Lo que hizo la presidenta Dilma me agradó, principalmente cuando recibió a los representantes de los movimientos. Es esto lo que necesitamos, políticos que escuchen y reciban a la población en sus oficinas. Estamos en una democracia representativa y el pueblo tiene que ser escuchado. Sin embargo, tenemos que estar atentos y fiscalizar al gobierno. Las manifestaciones no cambiaron todo. Renan [Calheiros, presidente del senado] y [José] Sarney[1] circulan libremente por las calles. Las decisiones pasan por sus manos. Es necesaria una reforma política en nuestro país para que nos libremos de estos políticos, que son una suerte de cáncer y que impiden el crecimiento de Brasil”, analizó el activista.

La duda que existe sobre São Paulo es si “el gigante” volverá a dormir. Se escuchan murmuraciones y lamentos de los que ven su rutina perjudicada por las pequeñas manifestaciones que siguen: un repartidor de pizza que pide “un descanso” de las atribulaciones, una pasajera de camión que perdió su viaje porque un bloqueo de la avenida – pero que sonrió cuando se dio cuenta que el acto era contra el proyecto de “cura gay” propuesto por un diputado cristiano.

Las que se ven ahora son manifestaciones mucho más pequeñas en número de personas, pero con propósitos más bien definidos. “Creo que las protestas disminuirán, como es la tónica de gran parte de las manifestaciones masivas contemporáneas, pero el mensaje está dado. El pueblo puede conquistar muchas cosas cuando va a la calle, la disposición del brasileño de levantarse contra su gobierno cuando siente que es necesario ahora es otra”, analiza Éder Souza. “Si antes eran mal vistas las protestas, ahora es mucho más fácil movilizar a personas de distintos segmentos sociales para las más diversas causas”, completa.

Para Eduardo Fonseca, las manifestaciones son fruto de una “angustia colectiva” y representan el reconocimiento de la fuerza de la población y el descubrimiento de ellos mismos como agentes colectivos. Cree que esta voz será escuchada en algunas pautas del gobierno – aunque limitada por la crisis financiera y las elecciones del próximo año. Para el profesor, lo fundamental es comprender que “la movilización de más de un millón de personas por las calles espantó a mucha gente. Ahora, quien no está dispuesto a asumir una posición clara y activa estará al margen del proceso político e histórico”, finaliza.


[1] Renan Calheiros (Partido del Movimiento Democrático Brasileiro, PMDB), es el actual presidente del senado federal de Brasil, acusado diversas veces de corrupción. José Sarney (PMDB) es senador, ex-presidente de Brasil (1985-1990). Durante la dictadura militar, fue activo en la base gubernamental del poder legislativo. En su estado de origen, Maranhão, mantiene fuerte relación de caciquismo.
Publicado el 1 de julio de 2013

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