Empezar de nuevo en plaza Taksim

Zeynepp Gambetti

Estambul, Turquía. Esta semana fue tanto de nervios como estimulante para todos los que luchan por libertad y contra la violencia del Estado en Turquía. No hay un sólo día en el que nos relajemos y respiremos con normalidad de nuevo. Cada día trae una nueva crisis, un nuevo llamado a la unidad para encarar los grandes poderes del Estado, empleados para desmoralizar a los manifestantes y manchar los mensajes positivos que intentamos transmitir.

Los cuerpos que están reunidos en Taksim, Estambul; en Kizilay y el parque Kugulu, Ankara; en  Gundogdu, Izmir; y en muchas otras ciudades de Turquía, frotan sus ojos insomnes cada mañana, siguen los últimos acontecimientos en Twitter o Facebook y están en las calles de nuevo. Ellos mismos están sorprendidos de que sus cuerpos todavía pueden caminar, correr y cargar suministros vitales para amigos que pasaron la noche en las guardias de los campamentos en las plazas públicas. Estos cuerpos se olvidan de que durmieron solamente tres o cuatro horas cuando comienzan a formar barricadas de carne a la primera señal de actividad policiaca. Se olvidan de las amenazas lanzadas por los gobernantes, el primer ministro y su equipo, por los medios vendidos y personas públicas adoradoras del poder, cuando se dan cuenta de que no están solos, de que miles de otros cuerpos llenan las plazas en solidaridad.

Estos cuerpos no reciben órdenes de nadie, solamente llegan a Taksim, Kizilay o Gundogdu día tras día, guiados por nada más que por su propia conciencia y armados con nada más que su propia fuerza de voluntad. Esta conciencia – hecho que es puesto a prueba todos los días y noches- de que ningún cuerpo está solo, de que somos nadie pero al mismo tiempo, todos, impide que la fatiga gane. Los nervios se restauran, las energías se recuperan; empezamos una vez más y limpiamos de nuevo, reconstruimos las barricadas, repintamos las paredes, armamos las tiendas, cocinamos en cocinas colectivas y curamos a los heridos.

Cuatro vidas fueron arrebatadas durante esta guerra sin sentido del Estado contra su pueblo. Centenares de cuerpos tienen padecimientos que van de pérdida de los ojos perdidos a huesos fracturados, envenenamiento por gas y dificultades respiratorias. Los pájaros, gatos y perros callejeros del parque, o se murieron o son tratados por los habitantes del campamento a causa de los efectos del gas lacrimógeno rociado diariamente.

Como si no fuera suficiente, el gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) se volvió un régimen de “República bananera” y divulga absurdos todos los días. Por la mañana, el gobernador de Estambul declaró que las protestas en el parque Gezi no deben ser reprimidas con gas lacrimógeno, y por la tarde les dio una hora para dejar el parque; por la noche retira la policía, y en la madrugada de nuevo la pone a atacar. El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, todos los días presenta su comedia designando a personalidades del espectáculo que nunca han ido al parque Gezi para que abran el diálogo con él en su oficina en Ankara. Estas figuras son tan cómicas, que la credibilidad del dicho diálogo está bajo cero.

La mala información abunda. Primero, Erdogan intenta desacreditar a los manifestantes dividiéndolos en “los pacíficos amantes de los árboles” (los buenos) y “las organizaciones marginales e ilegales” (los malos). Entonces, cuando se hace absolutamente claro que los cuerpos que se reúnen día tras día en las plazas incluyen mamás, papás, tíos, tías, abuelitas y hasta ciudadanos con discapacidad física en sus sillas de ruedas, inventa “pruebas” de que todo es parte de un complot internacional contra su gobierno, por parte de poderes extranjeros “celosos del éxito económico de Turquía”. Cuando estas pruebas no pueden ser encontradas, intenta despertar la ira religiosa diciendo que los manifestantes tomaron cerveza y tuvieron sexo en una mezquita que fue usada como enfermería de emergencia durante las protestas de la semana pasada en el distrito de Dolmabahce, en Estambul. Cuando el iman de la mezquita valientemente declara a los periódicos que nada de esto pasó, el gobierno lo quita de su posición para silenciarlo y castigarlo. Como parte de una política que combina castigos con recompensas, un ministro propuso llevar a cabo un referendo para determinar el destino de Gezi. Erdogan inmediatamente se aprovechó de esta idea para mostrar cómo es “democrático”. Empezaron a circular tuits para quitar las máscaras y mostrar qué tan miope es todo el sistema: hay una decisión de la corte en contra de la destrucción del parque y el gobierno de Erdogan intenta imponer su posición con la táctica del referendo. Un Estado que no respeta la ley sólo puede ser llamado “democrático” si se cambia el significado de democracia. Los manifestantes recuerdan al gobierno que Mussolini también usó plebiscitos para legitimar su régimen fascista. Con nada más que inventar, Erdogan comenzó a difamar a los manifestantes en el parque Gezi diciendo que todo el lugar huele a orina, y que somos sucios y repugnantes.

Gobernadores de las metrópolis también son parte de este escenario de Bollywood. El gobernador de Estambul pidió a los padres que fueran por sus hijos al parque Gezi, alertando que si no lo hacían, sus hijos corrían riesgos. El “riesgo” en cuestión es que la policía les rociará agua y gas o les disparará balas de goma -una institución que teóricamente debe protegerlos de los riesgos. El gobernador de Ankara fue lo suficientemente descarado para colgar una pancarta de agradecimiento a la policía en el parque Guven, donde Ethem Sarisuluk recibió un disparo en la cabeza con una bala de goma la semana pasada. Ehem falleció la semana pasada, el día en que el gobernador tuvo la brillante idea de poner la pancarta.

Mientras tanto, los canales de televisión que tienen el valor de cubrir los eventos en vivo son penalizados con costosas multas y hasta amenazados con su clausura por la máquina gubernamental de censura a los medios, el Cuadro Supremo de Radio y Televisión. Pero en cuanto empezaron las amenazas, los tuits en apoyo a los canales llegaron al top list, y la resistencia organizó boicoteos a los grandes medios. Por lo menos un canal, el de izquierda Hayat TV, quedó a salvo la semana anterior semana gracias a los miles de tuits que circularon en el espacio virtual.

Todo esto pasa con una espontaneidad salvaje: nada pude ser planeado con horas de antelación, menos con días. Cada movimiento que hace la República bananera que es Turquía es contestado por tácticas ingeniosas de los manifestantes. La noche del miércoles, un piano fue llevado a la plaza Taksim, y multitudes se reunieron para escuchar canciones de resistencia, paz y solidaridad. La noche del jueves, madres respondieron al gobernador de Estambul llegando al parque Gezi, no para llevarse sus hijos, sino para unirse a la protesta. Formaron un cordón humano alrededor del parque, cantando y bailando. Esto es muy importante en una sociedad en la que los lazos familiares todavía son muy fuertes. Centenas de tuits circularon diciendo que era “el día de las madres en Gezi”. El milagroso sentido de humor que mantiene la buena vibra estuvo reflejado ahí: “Desde que las madres llegaron, bajó el 70 por ciento de los niños caminando descalzos en el parque”. “Gracias a mi mamá, ¡ya no tomo agua fría cuando estoy sudado de luchar con la policía!”

Lo más impresionante del espíritu de resistencia es que la violencia policiaca todavía tiene el efecto contrario: en vez de intimidar a los cuerpos que residen o circulan en las plazas públicas de varias ciudades de Turquía, cada vez son más personas. El jueves 13 de junio, la plaza Taksim fue tomada por la policía. Por diez días fue un espacio sin policía, sin tráfico y sin prohibiciones, apropiado por los habitantes de Estambul. Reflejó los colores de este país, la vitalidad y diversidad que aquí existe. Grupos de todas las ideologías pusieron sus pancartas y carteles dónde pudieron. No hubo una sola pared o espacio que no cargara las marcas de los cuerpos que circulaban por Taksim. Carteles de Atatürk estaban a un lado de pancartas de los revolucionarios radicales de izquierda de los años setentas; grafitis de todo tipo cubrieron las paredes. La maquinaria dejada por el proyecto de construcción en Taksim se volvió un espacio para que los cuerpos expresaran su rabia o sus sueños de esperanza. ¡Una excavadora fue pintada de rosa para alegrar el ambiente!

Pero la policía disparó botes de gas a las ocho de la noche de ese jueves, y las decenas de miles de personas reunidas en Taksim de modo festivo fueron el blanco. Primero nadie entendió qué pasaba. Pensamos que los manifestantes estaban tan felices que prendían fuegos artificiales. No, esta bola de humo que vino de los cielos contra las cabezas desnudas no tenía buenas intenciones. La policía disparó en medio de la plaza, tanto que los cuerpos no tenían a dónde esconderse. Corrieron y entraron en pánico. Cuando hubo espacio suficiente en la plaza, escuadrones de la policía marcharon como soldados para tomar Taksim. Hubo tanto gas lacrimógeno que a la mañana siguiente, Taksim todavía olía a gas pimienta. Nada del color quedó, todas las pancartas fueron retiradas, la mayor parte de las barricadas fueron removidas y muchos puestos fueron quemados.

El miércoles fue tal vez el día más triste en la historia reciente de las protestas de Gezi. Algunos tuits señalaron que Gezi estaba perdida y que deberíamos empezar a resistir en otro lado. Mientras pasaron las horas, los cuerpos que fueron expulsados de la plaza empezaron a regresar lentamente. Todo el lugar empezó a desafiar la muerte física y simbólica que el Estado intentó imponer ahí. Y sí, hubo otros cuerpos en creciente número. Los “nadies” se unieron en “todos” una vez más. Los silbatos volvieron a sonar, los slogans se cantaron, las conversaciones se retomaron donde fueron abandonadas día anterior. Al caer de la noche, el tono pacífico de un piano emergió en la entrada de Gezi, señalando que la vida había ganado.

Escribo desde Taksim, donde también vivo, pero nuestro mundo tuit nos proyecta a todos en otros espacios alrededor de Estambul y Turquía que son menos visibles que el parque Gezi. Mientras cantamos por Taksim, lloramos por Ankara, donde la represión de la policía es más severa y continua. Mientras Ankara llora, también lo hacen Izmir, Adana, Antalya, Kayseri. Entonces todos nos regocijamos cuando escuchamos que uno de los más maltratados barrios de los suburbios de Estambul reunió a miles de personas para bloquear la carretera.

El gran desafío de esta lucha es la resistencia. Pero nos dimos cuenta de una cosa: nosotros, el pueblo, tenemos más resistencia que cualquier aparato estatal porque somos muchos, somos nadie pero somos todos. Estamos en ningún lado y en todos lados. Ningún Estado es capaz de controlarnos todos al mismo tiempo.

Publicado el 17 de junio de 2013

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