El turismo contra el espíritu rarámuri

Desinformémonos Fotos: Carlos Casas

México. Los problemas de sequía y hambre del pueblo rarámuri no se atienden a fondo pero “cuando menos nos damos cuenta, ya tenemos un teleférico encima”, declara Guillermo Palma, habitante de Creel, Chihuahua. Las formas de organización y convivencia de este milenario pueblo, asentado principalmente en la Sierra Tarahumara, son trastocadas por esos proyectos turísticos, agrega.

El foco del turismo de la norteña Chihuahua –el estado más grande de México- se asienta sobre todo a orillas de las Barrancas del Cobre. “Son barrancas de mil 800 metros de desnivel, con paisajes muy bonitos, y es territorio rarámuri. El teleférico, instalado en la sierra en 2010, recorre tres kilómetros y es el tercero más largo del mundo. Palma advierte que la principal afectación que le trae el turismo a su pueblo no está en que bombeen al gua a los grandes hoteles o que los tubos atraviesen su territorio. Se trata, señala el rarámuri, de cómo los intereses turísticos modifican la dinámica comunitaria. El primer problema es la llegada de la corrupción, “porque se hacen arreglos con el comisariado ejidal para que puedan vender. A cambio de algo de dinero, las autoridades ejidales aceptan los proyectos”. De esta manera, aunque la mayoría de los ejidatarios rarámuri defienden su territorio, “si ya hubo un arreglo directamente con las autoridades, se hacen documentos y eso nos deja en desventaja; los encargados de impartir justicia le hacen más caso a lo que está escrito, que a los argumentos  de las comunidades”, denuncia.

Los proyectos turísticos, reconoce el entrevistado, llevan un leve mejoramiento económico, como en Creel, pero a cambio  los habitantes adoptaron costumbres que no son suyas. “Aprendimos a hacer artesanías, un concepto nuevo para nosotros porque a eso lo consideramos más bien como utensilios para la vida diaria, pero así no venden. Entonces, tenemos que modificarlos y hacerlos más vendibles; incluso llevan técnicas de Oaxaca”, declara. Otra de las formas de satisfacer la demanda de artesanía es vender productos chinos: “Los gringos lo compran como si fuera de aquí; el rarámuri aprendió a engañar al turismo y a pedir limosna”, lamenta el joven.

Korima, un espíritu de solidaridad, contra los programas asistenciales

Cuando un niño rarámuri se acerca a un turista, es común escuchar que pide dinero con la frase “Korima dólar”. Palma precisa que, además de que está mal visto pedir limosna entre ellos, el sentido de la palabra se desvirtúa con esta nueva costumbre. “Korima no es simplemente pedir, es un diálogo horizontal entre el que menos tiene y el que más tiene; el korima se da en el encuentro, en la visita, en compartir la palabra. Incluso el que menos tiene puede dar korima”.

Un ejemplo, describe, es cuando alguien va a visitar al pariente y se regala un kilo de maíz o frijol. “Pero no pides ni vas a eso; vas a visitar y en medio de todo se da ese sistema de convivencia que permite que el rarámuri no muera de hambre”, indica.

Respecto a la noticia aparecida hace un año sobre suicidios de rarámuri por hambre, Palma señala que es mentira. “Sí hay hambre, si hay sequía, pero la gente no se tiró por la barranca. Nosotros apostamos por la vida”, precisa el habitante de Creel. Y es ahí cuando entra el verdadero sentido del korima: “Hay hambre y hacemos fiesta para que todos convivamos y compartamos los alimentos, a pesar de que no haya muchos”, relata.

Los rarámuri también hacen migración temporal para paliar sus apuros económicos, como irse un mes a la pizca de fruta a los campos de Ciudad Cuauhtémoc, Sinaloa o al desierto. “Son migraciones temporales, voy un mes, gano lo que necesito y regreso a barbechar a la comunidad. Así vamos solucionando nuestros problemas”, indica el rarámuri.

Como la sequía que origina la escasez de alimentos, los programas gubernamentales también se hacen presentes cada año. Palma señala que estos programas, sobre todo de despensas, no solamente no solucionan el problema de fondo –la necesidad de agua para sembrar-, sino que dividen a las comunidades. “El reparto no es parejo. Pongamos que sí hay voluntad del gobierno para ayudar, pero la misma geografía serrana es difícil y no llegan a todas partes. Mucha gente prefiere no recibir porque hay que caminar ocho horas para recibir un producto de cincuenta pesos”, describe Palma.

El rarámuri considera que “las despensas solucionan de momento el hambre, pero no se trabaja en el cuidado del agua y la reforestación, lo que ayudaría mucho sin hacer grandes presas; proyectos chicos donde la comunidad queda a cargo de la administración del agua”.

Defensa y soluciones desde lo propio

Guillermo Palma indica que, además de la sequía, hay otros problemas que afectan a su pueblo, como la explotación forestal excesiva –“cuando a nosotros no nos dejan cortar un árbol para hacer la casa”- y la explotación minera, de la que todavía no alcanzan a ver las consecuencias. El rarámuri informa que hay proyectos de explotación de oro en la zona de las Barrancas del Cobre, pero no se ha hecho consulta alguna a las comunidades.

La defensa ante la imposición de turismo, explotación forestal y mineras es difícil en el aspecto legal. Palma señala que uno de los factores que traen desventajas a su pueblo es que los rarámuri no toman en cuenta las leyes externas. “Se trata de luchar contra las leyes que no están de acuerdo con nuestra manera de ver la justicia y de aplicarla; y en dado caso de que uno se meta ahí, son trámites de años, siendo que nosotros solucionamos un problema  en media hora por medio del diálogo horizontal”, explica.

Aunque Palma conoce de los intentos de hacer leyes sobre derechos indígenas, señala que no están pensadas desde la cosmovisión de los pueblos. “Creo que las leyes no son la solución para nosotros. Más bien la solución sería que sean leyes para los que las escriben, que ya no estén jodiendo”, señala entre risas.

Para enfrentar los problemas desde una visión propia, señala Palma, una opción es que se creen trabajos comunitarios de conservación del territorio a cambio de apoyos. “Dentro de las comunidades existe mucha sabiduría y sólo hace falta un detonante”, apunta. Y agrega una autocrítica: “El gobierno ya sabe que el rarámuri se mueve por medio de despensas, y el rarámuri ya sabe que si no se mueve no le dan despensas; es un círculo vicioso”. Sin embargo, precisa, hay quienes piensan que esa dinámica no trae beneficios y recuerdan  que  antes no había necesidad de pedir nada a nadie para hacer la conservación.

La organización del pueblo rarámuri sí existe pero es particular, señala Palma. “Podemos hablar de la nación rarámuri, pero dentro hay pequeños núcleos poblacionales. Hay un centro comunitario y la gente vive alrededor, a dos o tres horas caminando; nos juntamos una vez por semana a platicar. A veces es difícil pactar porque no hay un organismo que represente a todas las comunidades; cada una es autónoma. Si hay necesidad de compartir algo nos juntamos, pero sin sentirnos obligados”. Agrega que no hay una delimitación muy marcada: “Son centros que se difuminan y cada quien es libre de ir a donde se sienta pueblo”.

Pero la defensa, señala Palma, ya se hizo urgente. “Antes había a donde irse. Nos fuimos del desierto, nos fuimos a la sierra y ya legaron allá. Ahora habrá que defenderse”, finaliza.

Publicado el 17 de junio de 2013

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