La vida después de la tragedia en Xalostoc

Brisa Araujo Foto: Cuartoscuro

San Pedro Xalostoc, Estado de México. “Ya nos cansamos de expulsar a los periodistas que quieren abrir los ataúdes para tomar fotos”, se desahoga David, mientras organiza los víveres en el centro de acopio para los afectados por la explosión de una pipa de gas en la autopista México-Pachuca. Desde la madrugada del 7 de mayo, cuando ayudó a apagar el incendio y a sacar sus familiares y vecinos de las llamas, las declaraciones que hizo a la prensa fueron muchas. “Pero ahora ya no puedo más, es mucho dolor. Ya no voy a hablar”, declara el hombre, quien perdió a 11 familiares en la tragedia.

La constructora ICA comenzó la ampliación de la carretera en 2008 y la obra -que ahora pasa a pocos metros de las casas- está avanzada en cerca del 80 por ciento. Los vecinos tiemblan cada vez que un tráiler pasa a alta velocidad. “Yo siempre le decía a mi esposo que me daba mucho miedo. Desde que estaba embarazada, mi hijo brincaba cada vez que un tráiler frenaba. Lo sigue haciendo. Pero tú vas a vivir con tu pareja dónde te pueda mantener, ¿no? Y este fue mi caso”, señala Magnolia Zúñiga, sobreviviente del desastre en el que más de 20 personas perdieron la vida.

El pavimento de la calle -desde la salida a la avenida principal, Benito Juárez, hasta pocos metros antes del sitio de la explosión- se ve completamente intacto. “Pero no te creas, este piso lo pusieron hace apenas 15 días. Terminaron la ampliación y nos dejaron con la calle completamente deshecha. Hace un mes saqué a un perro que se atoró en una alcantarilla de más de un metro y medio de profundidad. No le pasó nada, pero ¿y si hubiera sido un niño?”, cuestiona Zúñiga.

Desde la primera noticia que recibieron sobre el proyecto de ampliación de la autopista, los vecinos se reunieron para discutir su oposición. Estaban conscientes de la afectación a la seguridad de sus hogares, aun con las barras y el espacio de contención. Pero sus demandas –que les compraran sus terrenos o que cambiara el proyecto– fueron ignoradas. “Nunca hubo una respuesta. El discurso siempre fue el mismo: ‘Sabían que la carretera se iba ampliar, ustedes son los que están invadiendo’”, recuerda Magnolia.

Los vecinos indican que la raíz del problema es doble. Por un lado, está la concesión del permiso de lotificación de los terrenos, que llevó a la fundación de la colonia. Por el otro, los acuerdos comerciales y políticos existentes detrás de la obra de ampliación de la autopista, en la que nunca se consideró a la población local. “La construyó ICA, una de las vertientes de todo el corporativo de Carlos Slim, y está concesionada a IAVE, que también es de Slim. ‘Construyo yo y cobro yo. Tú, gobierno, nada más me das tu lana por la concesión’”, apunta Magnolia Zúñiga.

La acusación de que viven en terrenos invadidos es, para la vecina, fruto de desinformación y mala fe. “Me dio mucho coraje cuando el presidente dijo que son predios irregulares. ¡Claro que no son irregulares! La mayoría de la gente tiene sus escrituras. No haces una casa bien fincada en un lugar que llegaste a invadir, porque sabes que en cualquier momento te quedas sin nada. Mi suegro tiene sus papeles, la persona que le vendió tenía sus papeles. No somos invasores, el gobierno sabe exactamente qué predios están aquí”, denuncia.

La vida detrás de las paredes blancas

Para una persona distraída, el sitio de la explosión bien puede confundirse con una construcción. Paneles de madera aíslan el área –bien vigilada por la policía estatal– y su color blanco se confunde con el de los edificios incendiados, que fueron pintados completamente tres días después de la tragedia. Filas de camiones de volteo retiran los escombros que todavía existen.

La casa más grande de la calle, con jardín y un espacio para parrilladas, se transformó en el punto de reunión y solidaridad de las familias y de los hombres que trabajan sobre los escombros. A un lado se concentran los alimentos y piezas de ropa donados a los afectados. En medio del espacio, largas mesas reciben los trabajadores. Hay algunos niños dormidos. Al fondo se ven las veladoras y flores del funeral colectivo realizado el nueve de mayo. “Tuvimos que controlar la entrada de la gente en el velorio. Los periodistas veían a las señoras y decían: ‘¿Eres familiar? Entro contigo’”,  recuerda David, con una mueca de enojo.

Diversas personas, entre curiosos y desconfiados, desfilan por la entrada. Otras salen con bolsas de alimento y cobijas para sus familias. “Ayer vino el gobernador y dijo que ayudará a cada familia. Algunos ya recibieron unos bonos, pero todavía falta mucho”, señala el vecino.

La mudanza

Magnolia vivía con su marido, su hijo de tres años y sus cuñados en una casa de dos pisos al lado de la autopista. “Tiene como 100 metros cuadrados, está bien cimentada, es de loza y con acabados. No es una casa improvisada, ni es obra negra”, describe. Ella califica como un “milagro” el haber sobrevivido junto con todos los miembros de su familia. “Dios nos dio la mano de una manera que no tengo explicación, es lo único que te puedo decir. Perdimos mucho, colchones, la sala, refrigerador. Pero son cosas que vienen y van”, reflexiona.

La familia estaba dormida cuando sintieron lo que al principio pareció un temblor. Cuando se percataron de que se trataba de una explosión, la primera reacción de la pareja fue lanzarse sobre la cama del niño, en el lado opuesto de la recámara. “Por suerte, siempre dejo mis ventanas un poco abiertas, porque hace mucho calor en la casa. La explosión consumió el poco gas que había entrado por la ventana y luego el fuego se apagó. El colchón del lado de mi esposo se quemó. Yo gritaba horrible porque vi la lumbre encima de mi esposo”, recuerda Zúñiga.

Cuando vio la planta baja invadida por las llamas, Magnolia sólo pensó en agarrar documentos, dinero y zapatos, y después salir con su familia a salvarse. “Abrimos la puerta y era un infierno afuera, nuestros árboles todos ya incendiados, el carro de mi cuñado incendiado, con los dos tanques de gas a un lado”, narra.

La única salida posible era uno de los coches, que apenas se empezaba a incendiar. “Mi esposo lo enfrió con la manguera y salimos, junto con mi cuñado y su familia. Logramos también salvar al perro, que estaba en el patio”.

Magnolia niega vehemente que vaya a seguir viviendo en el lugar: “¡Jamás en la vida!”. En la visita del gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila Camacho, exigió que se les compense por los daños en su casa y el trauma de su hijo. La familia pretende construir una nueva casa en el terreno del suegro de Magnolia, en Coacalco, donde piensan que estarán todos seguros. “Mi suegro, cuando vio cómo quedó todo esto, nos dijo: ¡qué más ganancia pueden tener que sus hijos y sus familias estén totalmente a salvo!”, finaliza.

Publicado el 13 de mayo de 2013

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