Episodios de la guerra zapatista en el Ajusco

Gerardo Camacho de la Rosa

El año diez y nueve el mes de abril por fecha

murió el jefe Zapata como bien lo sabrán

del modo más aleve en San Juan Chinameca,

a la una y media breve de esa tarde siniestra

dejando una era grata así a la humanidad.

Historia de la muerte del gran General Emiliano Zapata

Marciano Silva, corridista zapatista

Ciudad de México. Para los pueblos originarios de la Ciudad de México, la historia no es cosa del pasado. La memoria de los guerrilleros zapatistas y de la lucha por el territorio, que no termina, se viven en la sierra del Ajusco a 94 años del asesinato del General Emiliano Zapata.

En la zona sur de la Ciudad de México nacieron y lucharon combatientes y mandos zapatistas, y se protagonizaron luchas decisivas para la revolución. La memoria, tanto en papeles como en los recuerdos y vivencias de los habitantes de la zona, contiene pasajes que es necesario recrear.

La montaña y el pedregal, cómplices de los zapatistas

En las estribaciones de la sierra del Ajusco, de poniente a oriente, se asientan varios pueblos de origen prehispánico. En los inicios del siglo XX, además de los pueblos, existían rancherías asentadas en la parte alta: El Flojo, Horno Viejo, El Zorrillo, Agua Grande, Agua Chica, Agua de Pájaros y Monte Alegre. Los pueblos y rancherías veían pasar su vida entre las peregrinaciones al señor de Chalma y el comercio en Santiago Tianguistenco, así como los conflictos por tierras con las haciendas de Eslava y El Arenal, que despojaron a los pueblos de gran parte de sus territorios comunales.

Por el lado de Contreras, a las seis de la mañana sin falta, el silbido de las fábricas de Contreras y Santa Teresa anunciaba la partida de los obreros, que bajaban a ellas por las veredas desde todos los rumbos. La industria textil aprovechaba los recursos naturales y humanos que los pueblos de San Nicolás Totolapan, La Magdalena, Contreras y Ocotepec les ofrecían, que en su mayoría fueron despojados y sobreexplotados.

Entre tanto, otros jornaleros partían a sus labores diarias en los terrenos de la hacienda de Eslava. A primera hora, los peones y arrieros se encaminaban sobre la vía chiquita con sus troques tirados por bueyes y mulas hasta llegar a Rancho Viejo. Ahí, frente a una cascada -viva en todas las estaciones del año-, cargaban sus carretas con los trozos maderables que se obtenían en los espesos bosques pertenecientes a Totolapan.

En el camino de regreso hacia Eslava, la vista desde Puente Tabla permitía apreciar el trigo y la cebada en Chichicaspatl, con la vía del ferrocarril México-Cuernavaca partiendo la explanada y perdiéndose luego hacia el oriente, reapareciendo momentáneamente más hacia el sur en los claroscuros de la piedra volcánica producidos por la luz del sol, que al amanecer teñía el intrincado pedregal. Y así, hasta llegar al astillero de la hacienda, el pedregal no desaparecía de la vista, al igual que las milpas, que se adentraban de forma irregular robándole un poco de terreno al producto de la erupción del Xitle varios siglos atrás. Entre estos individuos llenos de vida, la milpa y el pedregal, aparecía de pronto, para desaparecer de igual forma en el encinal, un mediador indispensable, nacido en las serranías del Ajusco, el río Eslava. Era alimentado por pequeños arroyos, cuyos orígenes se encontraban en los ojos de agua, allá, en lo más recóndito del sin fin de barrancas que componían la geografía tan rica de los montes de la sierra del Ajusco.

La escabrosa orografía de la zona fue cómplice del levantamiento zapatista de la segunda década del siglo XX. En la región operaron las columnas zapatistas de los generales Genovevo de la O y Francisco V. Pacheco, de cuyas filas surgieron jefes, oriundos de los pueblos de la región. De Santo Tomás Ajusco eran los hermanos Reyes Nava: Valentín, Manuel, Leonardo, Gabino y Juan, que se levantaron en armas en 1911 y permanecieron rebeldes al gobierno hasta 1927, cuando el último de ellos fue fusilado en Toluca. De San Nicolás Totolapan eran los generales Julián Gallegos y Pablo Vértiz; y del pueblo de la Magdalena Atlitic fue el general Vicente Navarro Camacho, primer gobernador zapatista del Distrito Federal, por mencionar algunos.

De Cuautla hasta Amecameca,

Matamoros y el Ajusco,

con los pelones del viejo don Porfirio

se dio gusto.

Corrido de la Muerte de Zapata.

Armando Liszt Arzubide

Después de la construcción de la vía del ferrocarril a Cuernavaca, la zona de la sierra del Ajusco, el pedregal y Contreras se convirtió en una región estratégica para las comunicaciones entre la Ciudad de México y la capital del estado de Morelos. El ferrocarril encumbraba por Tres Marías hacia Fierro del Toro, Parres, el Guarda y la estación de Ajusco, para después internarse en el pedregal. El Xitle acompaña la imagen del cerro grande, el Ajusco, y más adelante la barranca del río Eslava se hace profunda, luego el tren entraba al astillero de la hacienda de Eslava, donde cargaba carbón y continuaba hasta la estación de Contreras; de ahí se bajaba a San Ángel.

En este corredor se dieron batallas decisivas en las sucesivas ocupaciones de la ciudad por parte del Ejército Libertador del Sur. Los campamentos zapatistas en la zona sirvieron de enlace con grupos activos en apoyo a la lucha zapatista de la ciudad: Rafael Cal y Mayor, Octavio Paz (padre) y hasta Gustavo Baz se incorporaron a la lucha armada con los núcleos de guerrilleros que operaban en la región.

Desde 1873 la actividad política en la zona fue intensa. Esto se debía, en parte, a los círculos obreros conformados en las fábricas de Contreras y La Magdalena, donde se había establecido una sucursal del Gran Círculo Obrero. En estas fábricas, así como en las de Tizapan y Santa Teresa, la militancia obrera realizó continuas huelgas con una fuerte dirección anarquista, entre 1876 y 1882. Fue en la fábrica de La Magdalena donde, en el contexto de la Convención de Aguascalientes, la comisión encabezada por los generales Felipe Ángeles y Lucio Blanco tomó contacto con las avanzadas zapatistas.

Año de 1916: venadeando al verdugo de Emiliano…

Cuando se inició la guerra contra el carrancismo hecho gobierno, tres años antes del asesinato de Zapata, la región surponiente del Distrito Federal era el baluarte, la línea defensiva que impedía la invasión del territorio liberado de Morelos por ese rumbo. Las avanzadas de Contreras eran casi inexpugnables debido al pedregal que hace de cada peña una trinchera.

En el invierno de 1915, las fuerzas de la Convención se encontraban totalmente dispersas: Villa se había retirado hacia el norte y los zapatistas se habían retirado a Morelos después de haber perdido casi todas sus posiciones en Puebla, Estado de México y Distrito Federal: sólo quedaron fuerzas del Ejército Libertador en el corredor Contreras-Ajusco. Entre  octubre y noviembre, por órdenes de Vicente Navarro, las fuerzas que operaban en el sector de Contreras y los vecinos de San Nicolás Totolapan efectuaron un saqueo a la fábrica de Contreras; en estos días Pablo Vértiz se hallaba en el pueblo y encabezó el asalto. Para fines de 1915, Navarro se había convertido en General de División, y en diciembre mantenía su campamento en Puente Tabla y Puente Piedra, en tanto que Vértiz, que pertenecía a la División Pacheco, acampaba en Manzanastitla, los tres parajes en montes de Totolapan.

Por esta época, Vicente Navarro inició una serie de conferencias con el enemigo. Las primeras tuvieron lugar por conducto del capitán carrancista M. O. Campoamor y fueron descubiertas por Pablo Vértiz, quien informó inmediatamente a Francisco Pacheco y acusó a Navarro de querer rendirse. Sin embargo, Pacheco sabía ya de estas conferencias, las cuales -a decir de éste último y del mismo Navarro-, tenían la intención de fingir una falsa rendición ante el constitucionalismo para que así se pudiese infiltrar en el Cuartel General carrancista y consiguiera información valiosa para los zapatistas.

En la primera quincena de diciembre, Vicente Navarro desempeñó un papel confuso; no puede definirse a ciencia cierta si le era fiel a la Convención o al gobierno constitucionalista, a quien le había prometido rendirse y solicitar su armisticio. Esto creó tensiones al interior de las filas zapatistas, a tal grado que el 11 de diciembre la gente de Pablo Vértiz se tiroteó con parte de las fuerzas de Navarro; en este desencuentro, los de Vértiz tomaron prisioneros a algunos de Navarro y los liberaron hasta el día siguiente. Por su parte, los carrancistas tiroteaban constantemente a las avanzadas zapatistas, que por falta de parque abandonaban sus posiciones. Los enemigos avanzaban en el terreno, y en un empujón, el mismo día 11, los constitucionalistas ocuparon lo que faltaba de Contreras, San Nicolás, San Bernabé y La Magdalena; los zapatistas de Vértiz combatieron solos. Pacheco ordenó a Vértiz que controlara a sus soldados –señalando que eran quienes provocaron el incidente- y dio a Navarro total libertad para llevar a cabo las conferencias con el enemigo. Vértiz únicamente permaneció a la expectativa.

Fiel o no al zapatismo, Navarro conferenció personalmente con Pablo González en Mixcoac y, antes de acabar 1915, se había rendido al carrancismo. Con Navarro se entregaron menos de 10 soldados, todos cercanos a él. Como sus tropas se hallaban confundidas y no habían tomado en cuenta las advertencias de los otros jefes de la zona, la desorganización causó que la línea de fuego se descuidara y ya sin impedimentos, Pablo González llegó hasta La Cima en los primeros días de 1916. Ahí, las fuerzas de Pacheco y De la O lograron detener su avance hacia Cuernavaca.

Hay indicios de que Navarro –ya establecido en su casa, en el número cuatro de la calle de Magnolia, en Contreras- mantuvo correspondencia con Pacheco en el periodo de enero a marzo de 1916. Pero ya para el mes de febrero y para sorpresa de De la O, Pacheco concertó varias conferencias con Pablo González con el propio Navarro como intermediario. Una de las primeras entrevistas tuvo lugar el 20 de febrero. Aunque Pacheco no acudió al lugar concertado, Pablo González -quien llegó a la cita con varios trenes militares- avanzó a pie cinco kilómetros sin escolta. Pacheco bajó de La Cima con 50 hombres, distribuyéndolos en las prominencias del terreno; Valentín Reyes y otros no quitaban la vista del general Pacheco ni la mano del revolver para disparar a la menor indicación. Al encontrarse los generales, Pacheco estrechó la mano efusivamente a González. Los estados mayores de ambos quedaron a cierta distancia, sin conocer el contenido de la conversación.

Valentín Reyes y algunos otros zapatistas estaban descontentos con el encuentro; incluso, Reyes había externado su intención de propinarle puñaladas a González o tratar de que la gente en los cerros lo “venadeara”. Los zapatistas colocados en la retaguardia atacarían al enemigo en un momento dado, lo mismo que otras fuerzas dispuestas al frente, entre las cuales se habían mezclado muchos soldados de De la O. En lo más jugoso de la plática, Valentín Reyes se fue acercando poco a poco, iba con sarape y llevaba oculto tremendo cuchillo, pero Pacheco, al verlo y como lo conocía, presumió sus intenciones y se puso muy nervioso y tembloroso. Al notarlo, Pablo González comprendió el peligro y rápidamente se despidió del jefe suriano, antes de que acabara de llegar Valentín. Precipitadamente se unió a su Estado Mayor, tomó sus trenes y huyó.

Zapata había autorizado al general Pacheco para que tratara con los jefes constitucionalistas que pretendían invadir Morelos, pero realmente nadie sabía, ni aún el propio Zapata, en qué consistirían y cuál sería la base de las conversaciones, ni si concertar una tregua momentánea, atacarlos sorpresivamente, formalizar una alianza, convencer a González de que se incorporara a las filas zapatistas o rendirse eran las posibilidades viables. Por lo menos, Pacheco hacía pensar a los zapatistas en un ataque sorpresa, pero la confusión era patente entre las fuerzas surianas destacadas en la zona.

El 2 de marzo de 1916, Pacheco comunicó a Dionisio Correón, jefe constitucionalista, que había recibido respuesta afirmativa de González a las condiciones propuestas para su rendición. Éstas consistían en recibir del general González suficientes armas y municiones para defenderse de los seguros ataques de sus antiguos compañeros de armas. Finalmente, el 3 marzo, mientras estaban suspendidas las hostilidades, Pacheco comunicó a De la O su repentina marcha a diversos puntos estratégicos situados en el Estado de México, desde donde pretendía vigilar al enemigo. La rendición de Pacheco era un hecho: evacuó súbitamente sus posiciones en La Cima, Tres Marías y Huitzilac, y los constitucionalistas -pese a la resistencia que De la O y otros jefes presentaron- ocuparon sitios importantes en el norte de Morelos y se prepararon para iniciar el ataque contra Cuernavaca.

Cuando Pacheco abandonó sus posiciones, el gobierno Convencionista abandonó Cuernavaca y se pensó que con su tropa intentaba flanquear la ciudad. Pacheco solamente se quedó con 600 hombres, pues se generó una gran desconfianza hacia él desde sus primeras entrevistas con los carrancistas y su gente se pasó con otros generales. Cundió el rumor de que en los pueblos del Estado de México que en esos días había recorrido -Chalma, Chalmita, Malinalco, Ocuilan y otros- había ordenado a los vecinos que al ocupar las plazas los carrancistas que venían detrás de él, fueran recibidos con cohetes y repiques de campanas. Se creyó entonces que no había logrado cercar al gobierno convencionista en Cuernavaca, pero lo intentaría en Jojutla.

Para el 19 de marzo, De la O giró instrucciones a sus principales jefes en el sur del Estado de México para que “de la manera más enérgica y activa aprehendieran a los traidores Pacheco y su subalterno Marcelino Pulido”. El encargado de capturar a Pacheco fue Rafael Castillo, quien tenía la costumbre de usar una pluma de guajolote en la toquilla del sombrero. Pacheco se presentó en Miacatlán con su tropa; al llegar le repicaron las campanas, tiraron cohetes y le dijeron su misa, como era su usanza. Pero Castillo le cayó con sus hombres en la noche, por sorpresa, cuando ya estaba acostado; su gente apenas hizo resistencia.

Pacheco tenía la costumbre de que cuando mandaba “quebrar” a alguno en un pueblo, ya fuera pacífico o militar, lo encapillaba en la iglesia del pueblo, cuyas paredes eran cubiertas con paños negros -cuando había-. Lo hacía confesar, comulgar, el cura le decía a media noche una misa cantada y una murga de pueblo; durante el encapillamiento tocaban piezas fúnebres y las campanas doblaban. Cuando lo agarraron a él no le permitieron esto, inmediatamente fue fusilado.

En seguida Valentín Reyes se hizo cargo de las fuerzas de Pacheco y, a pesar del maltrato que recibieron de parte de los jefes enviados por De la O, éstas continuaron fieles al Plan de Ayala. Ninguno se rindió al carrancismo y aceptaron la autoridad de Reyes como dirigente del grupo, que en su mayoría estaba compuesto por hombres de Huitzilac.

En tanto, el 22 de marzo se inició una averiguación contra Vicente Navarro por los delitos de rebelión y traición al ejército constitucionalista por haber pretendido atraer a Pablo González a una emboscada. Se le encontró culpable y se le sentenció al paredón. El 12 de abril, en el camino de la penitenciaría a Santiago Tlatelolco, Navarro y dos gendarmes que lo conducían al juzgado militar se perdieron. Es fácil suponer que ante la gravedad de la acusación y la inminente perspectiva de la muerte por fusilamiento, Navarro optó por la fuga.

A tantos años de distancia, el periodo entre finales de 1915 y el primer trimestre de 1916, en el que se rindieron Vicente Navarro – baluarte en Contreras, valiente y sumamente conocedor del terreno, que siempre había cerrado el paso a los contrarios- y Francisco V. Pacheco, ícono del movimiento suriano, sigue confuso. No sabremos con certeza si el plan primero, plasmado en su correspondencia, era tender una trampa a Pablo González. La historia, en los testimonios escritos, nos deja sólo la especulación. Lo que es cierto es que su rendición abrió la puerta para que el carrancismo ocupara Cuernavaca, el occidente de Morelos y lo que faltaba del Estado de México, y que tres años después Pablo González fraguó la traición, consumada por Guajardo, mediante la cual fue asesinado el General Zapata. Años después, un excombatiente zapatista del Ajusco, después de haber visto el asesinato de todos los jefes zapatistas de la región en la década de 1920, narró: “Tuvimos en la mira al ‘carranza’ Pablo González, el que mató al general Zapata, y le perdonamos la vida porque los zapatistas éramos derechos”.

Los guerrilleros del Ajusco ante el asesinato del General

Un día después del miércoles de ceniza de 1919, el jueves 10 de abril, fue traicionado y asesinado el General Emiliano Zapata en la hacienda de San Juan Chinameca, Morelos.

Los hechos que condujeron a la muerte de Zapata son los siguientes: a partir de la indisciplina del coronel de caballería del ejército federal, comandante del quinto Regimiento, Jesús Guajardo, su superior, el general Pablo González, lo mandó encarcelar. El incidente se volvió público y Zapata, por medio de un correo confidencial, invitó a Guajardo a sumarse a las tropas zapatistas, otorgándoles inmediatamente a él y sus oficiales un grado superior. La nota que Zapata le envió llegó a manos de González, y éste ordenó que Guajardo aceptara unirse con Zapata, teniendo ya en mente un plan para eliminar al General.

Cuando ocurrió el asesinato de Zapata, el general zapatista Valentín Reyes Nava y su tropa acampaban en la sierra del Ajusco (cadena montañosa situada entre el sur de la Ciudad de México, Morelos y el Estado de México). Desde ahí asumió y firmó el Manifiesto de los Jefes Zapatistas sobre la muerte de Emiliano Zapata:

(…) Zapata ha muerto, pero nos queda su obra, nos queda su ejemplo; esa obra de emancipación, de enaltecimiento del mexicano, de glorificación del trabajador, de consagración plena y absoluta a la causa del pueblo; (…)

Tenemos una triple tarea: consumar la obra del reformador, vengar la sangre del mártir, seguir el ejemplo del héroe (…)

Nuestro lema es y ha sido siempre: «Hasta vencer o morir». Los surianos comprendemos nuestro deber: SABREMOS SER DIGNOS DE NUESTRO GLORIOSO JEFE.

REFORMA, LIBERTAD, JUSTICIA Y LEY.

Campamento Revolucionario en el Estado de Morelos,

a 15 de abril de 1919

El 16 de abril, el general carrancista Pablo González declaró: “desaparecido Zapata, el zapatismo ha muerto”. La respuesta de los zapatistas del Ajusco fue tomar por asalto el 23 de abril la plaza de Contreras, en San Ángel, a las puertas de la capital.

Por la sierra del Ajusco…

El 10 de abril de 1919 ha quedado en la nostalgia de algunos campesinos, de los veteranos zapatistas. El movimiento zapatista hermanó a los pueblos de Contreras y el Ajusco, y los contingentes de guerrilleros serenos y de gran valor enarbolaron los principios del Plan de Ayala. Atrás quedan el sonido de las balas que acecharon desde el pedregal y el maizal espigado, y el espectro de los guerrilleros surianos que desfilaron en los montes de sierra del Ajusco y que festejaban las victorias galoneando su caballo ante un torito bravo. Hoy, el oyametal y el encinal guardan sus voces que le claman justicia a la historia. Hoy, a veces los llanos todavía huelen a campamento.

Pero para los habitantes de los pueblos originarios, la historia no es cosa del pasado. Volver la vista hacia ella reafirma su identidad y genera un concepto de propiedad territorial sin el egoísmo intrínseco de lo privado. La propiedad comunal, reclamo ancestral de los pueblos originarios, no sólo pretende el derecho al usufructo de los montes, tierras y aguas; es también la búsqueda de la raíz y la razón que llevaron a nuestros antepasados zapatistas a luchar junto al general Emiliano Zapata y a seguir luchando después del 10 de abril de 1919. A 94 años, heredamos el deber de evitar que el territorio que nos procuraron nuestros antepasados se siga vendiendo, se concesione o simplemente ceda el paso al deterioro ecológico, que los parajes se conviertan en colonias, se pavimenten las veredas y que el trino de los pájaros sea apabullado por los ruidos del ajetreo citadino, motores, cláxones y gritos. No podemos permitir que los arroyos de hoy sean las alcantarillas de mañana y los gobiernos despojen, destruyan y acaben nuestros pueblos de la sierra del Ajusco.

Publicado el 08 de abril de 2013

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Una Respuesta a “Episodios de la guerra zapatista en el Ajusco”

  1. mE INTERESA ESTA COMPENDIO INFORMATIVO, VIVO, NACI EN MAGDALENA CONTRERAS Y EL PASO DE LOS ZAPATISTAS ES POCO DIFUNDIDO EN MI DELEGACIÓN. SEGURO ESTA INFORMACIÓN SERÁ SOCIALIZADA ENTRE QUIENES SE INTERESEN MÁS SOBRE EL ZAPATISMO. EL GENERAL ZAPATA CUMPLIRA 100 AÑOS DE ASESINADO ENH CHINAMECA. GRACIAS POR LA INFORMACIÓN.

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