Un dragón que amenaza el Caribe

Alejandro Eguía Lis

Sólo después de que el último árbol sea cortado, sólo después de que el último río sea contaminado, sólo después de que se pesque el último pez, sólo entonces descubrirás que el dinero no se puede comer.

~ Proverbio cherokee

Quintana Roo, México. El centro de desarrollo Dragon Mart en Cancún es un paso más en los proyectos que han provocado la urbanización de la poca selva que queda en la zona, la contaminación del agua y la destrucción del arrecife cancunense.

Dragon Mart es una megaproyecto comercial, turístico y costero que incluye la construcción de una desalinizadora, 3 mil 40 locales, 722 viviendas, una planta desalinizadora -entre otra infraestructura-, en un predio de 561 hectáreas ubicado en un ecosistema costero, y se ubica sobre el sistema de aguas subterráneas de la península de Yucatán, a menos de 3 mil 500 metros de la costa y de un área natural protegida.

Los ambientalistas han logrado el apoyo de muchos grupos a nivel local, nacional e internacional. Los hacktivistas de Anonymous anunciaron que inutilizaron “sitios de internet del ayuntamiento de Benito Juárez, del Instituto de Impacto y Riesgo Ambiental, que otorgó permiso al proyecto, y de los tres poderes del estado de Quintana Roo”, mientras los vecinos de Puerto Morelos, colectivos e individuos solidarios clausuraron simbólicamente el proyecto en febrero.

Un poco de memoria

Desde su propia creación, Quintana Roo, “el estado más joven” de México, se concibió con fines pragmáticos. Después de la larga insurrección maya iniciada en 1847, desde la capital de la República Mexicana se alentó al movimiento separatista que años después propiciaría la creación del estado de Campeche. Pero los mayas resistían desde el área más inhóspita del territorio nacional, manteniendo su autonomía en toda la porción este de la península. Así, en 1902 se terminó por desgajar una vez más a Yucatán y se creó el territorio al que se denominaría Quintana Roo.

Sobrevinieron décadas de incertidumbre, iniciando con la temprana y fugaz restitución del territorio a Yucatán en 1913. Por fin el 8 de octubre de 1974 el estado de Quintana Roo se creó y dio comienzo el festín.

De todos los rincones del país y del planeta llegaron aventureros – quienes gustan de llamarse a sí mismos pioneros- que ni tardos ni perezosos iniciaron una demencial carrera para acaparar terrenos con la intención de desarrollarlos turísticamente y urbanizarlos. La belleza del litoral del estado no tenía parangón, cuentan los que lo conocieron entonces, de lo que hoy podemos ser testigos en borrosas fotografías.

La intención nunca fue que Quintana Roo permaneciera como un destino bucólico, una colección de pequeños pueblos pesqueros que visitaban tanto mexicanos como extranjeros: Isla Mujeres, Puerto Juárez, Cozumel y su embarcadero en tierra firme conocido como Playa del Carmen, Holbox, Bacalar, entre otros. Se trataba de desarrollar a lo grande, mostrar la fuerza económica del país, crear un “polo de desarrollo” que, usando al turismo como potente motor, propiciara la creación y desarrollo de todas las demás actividades productivas.

El punto elegido fue Cancún, como se llamaba el extremo norte de una isla estrecha y baja que se encontraba en la parte sur de la Bahía de Mujeres. Quienes decidieron que éste sería el lugar no fue un equipo especializado de ingenieros, arquitectos, ambientalistas y demás profesionales del turismo; los que lo decidieron fueron banqueros -ese gremio que cada vez que requiere una inyección de divisas frescas para reforzar sus finanzas recurre al gobierno federal, privatizando las ganancias y socializando las pérdidas.

Contra el medio ambiente

La isla fue rellenada para alcanzar las dimensiones necesarias para la construcción de hoteles y otras urbanizaciones demandadas por los “visionarios”. Se utilizó para ello material rocoso triturado, extraído de canteras que en la región reciben el nombre de sascaberas. Ese fue el primer crimen cometido en contra del medio ambiente en la región, un secreto a voces que se anuncia a sí mismo cuando al circular por el boulevard que une al aeropuerto con el centro de la ciudad, se pueden ver a la derecha (hacia el sistema lagunar Nichupté y la zona hotelera) numerosas construcciones a las que se accede por empinadas rampas. Las antiguas sascaberas se convirtieron en predios de gran valor cuando el febril desarrollo rebasó los límites del antiguo poblado de apoyo.

En una de esas sascaberas es donde hoy se libra una de las batallas medioambientalistas más publicitadas en recientes meses, la que ha situado al pueblo del Municipio de Benito Juárez contra el proyecto del Dragon Mart Cancún.

Dicho proyecto ha despertado gran interés en la población del norte del estado. En contra están los que ven en este proyecto una variación más del pavoroso frenesí desarrollador en que se encuentra el estado desde hace más de diez años.

El Dragon Mart representa una amenaza más al delicado equilibrio de la zona. Es un peligro para una selva en retroceso, una selva que cíclicamente arde, no por incendios producidos por la sequía o de un inoportuno campista que deja encendida una fogata, o por culpa de esos “malévolos” campesinos del área que insisten en hacer carbón de los troncos caídos. Los incendios son provocados por los grandes barones de los bienes raíces, que de esta manera logran destrabar el trabuco del legaloide “uso de suelo”. Mientras sea selva, hay que preservarla, dice la ley, pero ya quemada, a cubrirla de concreto y asfalto. Por las características del suelo calcáreo de la península, no se produce una cubierta profunda de humus. Esa tierra fértil que tantos siglos costó conformar es barrida por las mototransformadoras.

El Dragon Mart también es un peligro para los mantos acuíferos, porque ese mismo suelo calcáreo que dificulta la creación de humus facilita la filtración de aguas residuales. En estudios recientes se ha determinado que hasta el 60 por ciento de las aguas negras se filtran a los mantos freáticos. El investigador Carlos Calzado señala que el otro 40 por ciento es captado en la red de drenaje pero es tratado inadecuadamente y se vierte directamente en el sistema lagunar Nichupté, que tiene dos salidas al mar: una por el Puente Calinda y la otra por el canal Nizuc. La tercera salida, en la Laguna Bojórquez, fue clausurada por la construcción de un hotel de la cadena Riu, de capital español. Es de estos mismos mantos freáticos – que también reciben los lixiviados de los anticuados tiraderos de basura – de donde se extrae el agua para consumo humano.

Resulta que el Dragon Mart también es un peligro para el delicado equilibrio de los sistemas de pantanos, humedales y marismas que caracterizan a Puerto Morelos. Ya de por sí estos han sufrido gran deterioro a partir de la construcción del megadesarrollo turístico El Cid – también de capital español– hacia el sur, y ahora serán puestos en mayor peligro pues recibirán el escurrimiento de las lluvias desde el norte, que serán más ácidas.

Por último (pero no menos importante) está el asunto del arrecife, el segundo en extensión en el mundo, atractivo y destino de miles de buzos profesionales que se dan cita a lo largo de la costa del estado. Precisamente en Puerto Morelos, a escasos 150 metros de la playa, se encuentra el arrecife, casi en contacto directo con las áreas de transición entre los humedales y el mar. Todo lo que salga por ahí forzosamente se depositará en los corales, sofocándolos, privando a los organismos que conforman este particular ecosistema de la luz del sol que necesitan para sus funciones fotosintéticas.

¿Y esas aguas residuales de las que hablábamos antes? Pues también esas se depositan en el arrecife, cuyas especies se encuentran en peligro de extinción por culpa de la amenaza que representa la especie invasora conocida como pez león.

Hay quienes están a favor del Dragon Mart, sabedores de que de esta batalla dependen muchos planes que ellos tienen a futuro. Ellos, los que operan tras bambalinas, son los que han puesto un cerco al entramado legal que protege al medio ambiente en Quintana Roo.

La voracidad con la que se conducen los empresarios en este caso recuerda las escenas de documentales acerca de cómo los tiburones, al encontrar un cardumen grande de peces, caen en una vorágine de dentelladas, llegando al extremo de darse tarascadas entre ellos mismos. Así actúa la casta de Quintana Roo conocida como los cancuníssimos, los empresarios de yate, golf y cóctel en ropa de lino a la orilla de la playa al atardecer.

Lo del Dragon Mart es solo la punta del iceberg: los empresarios van sobre el área protegida de Yum Balam, donde se encuentran Chiquilá y Holbox. Ya iniciaron el asalto sobre Isla Blanca e Isla Contoy. Centímetro a centímetro le ganan terreno a Tulum. En el congreso atacan la Ley de Protección a la Vida Silvestre, que hasta ahora ha resguardado al mangle. Dicen que Sian Ka’an es más grande de lo que debiera ser, y el vocero oficial de la clase empresarial, Oscar Cadena, dice que la designación de Área de la Biósfera sólo sirve para que “el gobierno se desentienda de paraísos que nos pueden traer mucha riqueza”.

Cada día que amanece en Quintana Roo es un día que trae mayor devastación de las áreas naturales, porque en el estado más joven de México hay demasiados necios que creen que con su dinero podrán comprar boletos de abordaje para una nave espacial. Cuando esto colapse, no habrá dinero que alcance y no se lo van a poder comer.

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