(Especial Día de la Mujer) La Primavera egipcia, muy lejos de las mujeres

Alejandra del Palacio

Las mujeres en Egipto sufren una escalada en los ataques sexuales públicos y masivos, en los que en vez de ayudar a la víctima, los testigos se convierten en agresores.

En el verano del 2011 llegué a un Egipto que, en ese entonces, parecía posrevolucionario. El tiempo demostraría que ese país estaba aún muy lejos de eso; lo que los egipcios llamaban “revolución” distaba mucho de haber terminado, o tal vez siquiera de haber empezado.

Ése era un Egipto dónde todo lo bueno, malo, aceptable e inaceptable, a decir de sus habitantes, era producto de la revolución. Si las calles estaban llenas de basura, era a causa de la revolución; si ya no había más retenes en el Sinaí, era gracias a la revolución; si el sector turístico iba en picada y en consecuencia se perdían a diario miles de fuentes de trabajo, era culpa de la revolución; si se sentían empoderados y con la facultad de cambiar lo que estaba mal en su país, era gracias a la revolución.

Un mes en Egipto fue suficiente para que se me hiciera evidente que una de las consecuencia de lo ocurrido en febrero de ese año era el acoso sexual verbal y físico que las mujeres -locales y extrajeras- tenían que enfrentar a diario en Egipto. Desconozco si la situación era similar o inexistente antes de la Revolución, o a qué grado llegaba. Las mujeres no quisieron ahondar sobre ese tema conmigo y los hombres se dedicaron a explicarme que mi falta de dominio del árabe y mi total desconocimiento sobre su cultura (lo cual era falso) me hacían imaginar cosas que no eran ciertas.

Sin embargo, mis fantasías no imaginan un reporte del Centro Egipcio para los Derechos de la Mujeres de 2008, el cual señala que el 83 por ciento de las mujeres egipcias habían experimentado alguna forma de acoso sexual; en casi la totalidad de esos casos, el delito no fue perseguido. Ese reporte existe.

Es verdad que únicamente estudié árabe cuatro años y que mi conocimiento del idioma, debido a sus diferentes variantes, dista mucho de una comprensión total de la lengua. Sin embargo, no se necesita tener el completo dominio de un idioma para entender que cuando un par de mujeres con o sin vestimenta musulmana pasa junto a un grupo de hombres y estos les gritan, las siguen algunos pasos y les hacen ademanes bastante vulgares, lo que sucede es acoso sexual.

La escena que acabo de describir era cotidiana y la viví. Aunque no siempre alcancé a entender cada una de las palabras dirigidas hacía a mi, no me cabía la menor duda de que me estaban acosando verbalmente.

A los pocos días de haber llegado a Egipto, mi acompañante y yo salimos a hacer un recorrido por los alrededores de la Plaza Tahrir, que en ese entonces estaba bajo el control de la policía y rodeada por tanques militares, para tomar fotos.

Ese día fui acosada físicamente en dos ocasiones por un grupo de jóvenes que estaban en los alrededores de Tahrir, a pesar de ir acompañada por un hombre y a pesar de llevar una vestimenta nada provocativa –y no es que considere que la vestimenta de una mujer sea el factor detonador para sufrir una agresión sexual de cualquier tipo, sólo lo menciono para que no haya espacio para la especulación-. Iba vestida con una playera, sí de manga corta, pero bastante holgada y sin escote, y unos pantalones tipo capri que no eran ajustados, tenis y calcetines. Básicamente lo que me queda al descubierto eran cinco centímetros de mis piernas, la mitad de los brazos y mis manos.

Cuando comenté el incidente con conocidos en Egipto, la respuesta que obtuve fue que debido a la reciente revolución y la falta de leyes -porque en ese entonces la Constitución había sido eliminada y estaban regidos bajo un régimen militar-, los jóvenes se sentían con más libertades.

Semanas después del primer incidente, la noche en que los cairotas se manifestaron frente a la embajada israelí para protestar por la reciente muerte de tres soldados egipcios, la misma noche que un joven egipcio logró escalar el edificio de unos 15 pisos dónde se encontraba esa embajada para bajar la bandera israelí, mientas crecían las celebraciones por la hazaña recién consumada, yo tomaba fotos y video.

Llegó el momento en el que quedé completamente rodeada por una multitud de hombres de todas las edades (no sólo jóvenes) quienes, entre sus gritos de júbilo y protesta, empezaron a tocar mi cuerpo hasta que tuve que bajar mi cámara y gritar, más fuerte que ellos: “Al próximo cabrón que me toque, les juro que lo mato”. En ese instante, todos los hombres que estaban a mi alrededor dieron un par de pasos con las manos arriba en señal de inocencia. Empecé a caminar para salir del cerco en el que estaba, cuando por fortuna apareció el chofer que un par de días antes me había llevado desde El Cairo a Rafah. Si no hubiera sido por él, no se qué hubiera pasado.

A los pocos días de ese incidente decidí dejar El Cairo y pocos días después decidí dejar definitivamente Egipto; no me sentía segura en ese país a pesar de tener un entendimiento del idioma y a pesar de tener compañía masculina.

Durante semanas, incluso meses, me dediqué a platicar con árabes y no árabes sobre el desmedido acoso sexual contra las mujeres que se vivía en Egipto y en el mundo árabe. La mayoría, incluso mujeres, insistieron en que lo que yo había vivido y visto eran casos aislados, que me había tocado “la mala suerte”.

Tres meses después de haber salido de Egipto, a finales de noviembre de 2011, tuve que regresar: mi vuelo a París salía del Cairo. Un par de días antes, Reporteros Sin Fronteras, en un hecho histórico, había mandando un comunicado pidiendo a los periodistas independientes, a los establecidos, a agencias de noticias y a medios de comunicación en general que evaluaran el no enviar a Egipto a mujeres como corresponsales debido a los numerosos casos de mujeres periodistas que había sido atacadas sexualmente.

El 23 de noviembre de 2011, la periodista Caroline Sinz, del canal francés de televisión France 3, había sido agredida sexualmente mientras, junto a Salah Agrabi, filmaban protestas en la Plaza Tahrir. Sinz fue golpeada por un grupo de jóvenes y adultos, quienes le quitaron la ropa y la violentaron por 15 minutos, hasta que finalmente otro grupo de hombres la rescataron y la llevaron a su hotel. Mientras esto sucedía, Agrabi también era golpeado y quedó incapacitado para ayudar a su compañera de trabajo.

Horas antes de que esto le sucediera a Sinz, Mona Al-Tahtawy, periodista estadounidense de origen egipcio, había reportado en su cuenta de twitter que fue agredida sexualmente por policías mientras estuvo arrestada por 12 horas.

Cuando llegué a El Cairo el 29 de noviembre de 2011, estaba decidida a permanecer atrincherada en mi habitación y no salir de ahí hasta el día que en que salía mi vuelo.

Cuando llegué al hotel, mientras me registraba, le pregunté al recepcionista cómo estaba la situación a grandes rasgos y obtuve más información de la que esperaba. Resultaba que Sinz había estado hospedada en ese hotel; me informaron con mucha precisión la manera en la que acostumbraba vestir, para mí con bastante recato, pero no para el recepcionista del hotel, quien me dijo: “esto ya lo veíamos venir, no podía salir a la calle vestida así sin que algo le pasara”.

Suspiré, no hice más comentarios, me entregó mi llave y me atrincheré en mi habitación. Era causa perdida explicarle que la vestimenta de una mujer no debía ser el pretexto para que una muchedumbre de hombres hiciera lo que hizo con ella.

Meses antes, el 11 febrero de 2011, el mismo día que Hosni Mubarak fue depuesto, la reportera Lara Logan, de CBS News, también había sido víctima de abusos sexuales cometidos por la muchedumbre en la Plaza Tahrir.

Así que no, lo que yo había visto y vivido no eran casos aislados o producto de mi “mala suerte”, o fantasías mías producto de la propaganda negativa a la cual estaba expuesta. En Egipto había un grave problema no sólo de acoso sexual sino de agresiones sexuales contra mujeres. Porque si eso le pasaba a mujeres “armadas” con cámaras de foto o video, que podían recoger evidencia de lo que sucedía, ¿qué pasaría con las mujeres que no llevaban en su mano una cámara?

Para 2012, el problema estaba muy lejos de llegar a su fin o al menos reducirse, a pesar de los intentos de diferentes organizaciones no gubernamentales, e incluso la propia Organización de las Naciones Unidas, que había lanzado diferentes campañas contra el acoso sexual a las mujeres.

En junio de 2012, cuando fue declarado electo Mohamed Mursi, la reportera inglesa Natasha Smith, quien irónicamente estaba en Egipto grabando un documental sobre los derechos de las mujeres, fue atacada por un gran grupo de hombres que le quitaron la ropa y la agredieron sexualmente.

En una entrevista que Smith le dio a la cadena estadunidense CNN mencionó que cuando fue llevada a un puesto médico, alrededor de ella había “mujeres árabes, musulmanas, llorando y diciendo ‘¡Esto no es Egipto! ¡Esto no es islam!”

Tal vez Egipto no era eso, pero ahora sí lo es. Definitivamente el islam no es eso y dudo mucho que algún musulmán le pueda encontrar alguna justificación religiosa a cualquiera de estos casos. Pero a pesar de eso, es lo que pasó y sigue pasando en Egipto, sin que las autoridades hagan algo para impedirlo.

Hace unos pocos días, una mujer egipcia publicó en un blog cómo había sido atacada sexualmente el 23 de noviembre de 2012 cuando fue a protestar, junto con miles de egipcios. Dice: “(…) Ustedes y yo hemos sido violadas en medio de la Plaza Tahrir, en medio de gente sin Dios, lobos humanos que nos devastaron, (que) violaron todo lo que es privado para nuestro cuerpo. Violencia, lujuria, e instintos… nadie pudo salvarnos de enfrentar la muerte y ser violadas porque somos mujeres. En esta situación soy únicamente una mujer.”

El 25 de enero de 2013, otra vez una mujer ocupó los titulares de algunos periódicos porque fue agredida sexualmente durante una protesta en El Cairo, en la que le hicieron cortes en sus genitales. Esta vez no fue una periodista extranjera, esta vez también fue una mujer egipcia.

Ese mismo día, las brigadas contra el acoso sexual formadas por voluntarios reportaron que 25 mujeres fueron agredidas sexualmente (tienen el conocimiento de nueve casos más, pero no tienen reportes formales). La mujer con los genitales cortados fue el caso más grave que recibieron, como si pudiera haber todavía un caso más grave.

En la prensa egipcia hay rumores de que estos actos pudieran ser provocados intencionalmente y que quienes los llevan a cabo reciben un pago. Es difícil imaginar que cientos de hombres son pagados para hacer esto. Sin embargo, después de haber escuchado durante más de dos años que todo lo que sucede en Egipto -sea bueno, malo, legal, ilegal, tolerable, intolerable- es producto de la revolución, todo es posible.

En el testimonio de la joven violada el 23 de noviembre de 2012, ella explica cómo, cuando por un momento logró escapar, corrió a pedir ayuda a un café que estaba a unos pocos metros, y las personas que estaban ahí dentro no le abrieron la puerta a pesar de ver lo que pasaba. Después, cuando la llevaban caminando desnuda por las calles aledañas a Tahrir, mientras la muchedumbre seguía introduciéndole los dedos en la vagina y el ano, con desesperación tocó la puerta de una tienda de electrónicos: una persona abrió la puerta, no para ayudarla, sino también para agredirla sexualmente.

Egipto de nuevo está sumido en protestas contra el régimen islamista establecido por la Hermandad Musulmana con Mursi como presidente de Egipto -cabe aclarar que es un régimen elegido democráticamente en las urnas-, y entre las protestas contra el gobierno que ya no quieren, conforme pasan los días, la prensa y las organizaciones no gubernamentales se llenan de denuncias de brutales agresiones sexuales masivas contra mujeres, y nadie hace nada.

La Hermandad Musulmana está más preocupada por mantenerse en el poder y hacer que su falsa sharia (jurisprudencia) islámica sea respetada, que por resolver el problema de las agresiones sexuales; y la oposición está más preocupada por impedir que la Hermandad Musulmana avance en sus planes que por las agresiones sexuales.

Y no es que alguna cosa sea más o menos importante que las agresiones sexuales masivas que desde hace años se cometen en Egipto con total impunidad; es que se está volviendo un problema de dimensiones desproporcionadas y hasta de salud y seguridad colectiva. No es que sea una banda de diez personas que se dedique a violar a mujeres, es que son agresiones en las que participan cientos de hombres.

¿Qué pasa en la sociedad egipcia que lleva a cientos de hombres a atacar sexualmente a una mujer al mismo tiempo? ¿Qué esta pasando en Egipto que, cuando una persona ve que cientos de hombres agreden sexualmente una mujer, en vez de hacer algo o nada se une a la agresión?

El testimonio de otra joven que fue sexualmente violentada el 2 de junio de 2012, pregunta: “¿A quién debo culpar por esto? ¿A Mubarak por destruir la educación del país y hacer que los hombres no respeten a las mujeres y se hayan convertido en animales? ¿A nuestra inútil policía, que es incapaz de defendernos? ¿A nuestros líderes religiosos que dicen querer lo mejor, pero no van y les dicen nada a estos hombres ni les enseñan lo que esta bien? ¿A nuestros empresarios? ¿A nuestros políticos que sólo quieren poder? ¿A quién?”

 

¿Quién o quiénes son los responsables?

Publicado el 11 de marzo de 2013

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