El Mester de Migrantía, nuevo género literario que traspasa fronteras

Benjamín Anaya González

Con un hilo conductor que dibuja las legendarias rutas seguidas para literalmente abrirse paso en el mundo (que desde cualquier órbita visible y desde cualquier concepción teogónica no se creó con fronteras), los pueblos viajeros unen con su paso y sus culturas, tejen con amores y encuentros furtivos asentamientos, rancherías, ayuntamientos, poblaciones, villas,  pueblos, ciudades, urbes y naciones.

Sus novedades y costumbres enlazan y mezclan nuevos colores, aromas, especias, vocablos, sonidos, ademanes, símbolos y creencias, que lentamente se funden con las culturas a su paso, visibles a través de los textiles, platillos, técnicas artesanales, músicas híbridas, vestimentas multicolores, lenguas en crossover, idiolectos swingin’ on. Con cada paso que el ser humano da hacia otros rumbos, emprende la aventura de vivir, con lo que implica siempre una aventura: incomprensión por las razones del hecho de partir, riesgo, azar, encuentro o pérdida…

Migrar, transitar La Tierra toda, aprender a amar sus infinitos paisajes y establecerse en donde se encuentre el sustento y el cariño, el vivir, es un derecho humano que los inventores del turismo han pretendido acotar y controlar para privilegiar a los sultanes del hampa financiera: el derecho de migrar lo tienen (lo tenemos) todos, pero sobre todo lo avivan, lo mantienen quienes lo luchan, desde su propio ser, desde la asunción de su destino y el trazado de su camino, pese a los riesgos evidentes de hacerlo, especialmente hacia los Estados Unidos.

Lo tienen especialmente en este tiempo de nuevos faraones (los magnates) que a través de Hollywood y Wall Street, Las Vegas y Miami, ofrecen como quimeras y oasis mediáticos el sueño americano a quienes logren jugar con sus reglas en el trabajo esclavizado, sobrepasar sus ejércitos interminables con armas sofisticadas y el espionaje fronterizo selectivo, a callar en las sombras sin opción de ciudadanizarse en el nuevo hogar.

La dicotomía entre preservar el terruño querido (donde nacimos, donde nacieron y murieron nuestros ancestros), y encontrar otro destino dónde vivir y quizá morir, otrora impensable si las condiciones de nuestro territorio, de nuestra tierra, fueran más justas, no es sólo de estirpe aventurera. Tiene que ver con otra reivindicación: la autoconstrucción, la búsqueda, el ferviente deseo de salir adelante, e incluso, del siempre subjetivo término: triunfar.

En los años recientes, la narrativa de los migrantes de habla hispana en los Estados Unidos ha traspasado también la frontera de la literatura chicana, mayormente escrita en inglés (literatura reivindicativa y valiente, como toda la de “la raza”, que ha obtenido espacios universitarios y centros de estudios, sólo que con papeles y en inglés o spanglish, una pequeña diferencia que no sólo le resta movilidad a los migrantes en el otro lado, sino que los estigmatiza y excluye de los beneficios del sueño americano).

Esto ilustra perfectamente la dinámica cotidiana que vive el migrante mexicano con sus propios hijos,  que nacen con otra lengua madre, en un entorno mediático y cultural anglo, donde difícilmente pueden consolidarse frente al temor omnipresente de la deportación.

Por eso es muy significativo que, aunque el fenómeno no sea nuevo, se sumen copiosamente muy buenos textos, durante las últimas dos décadas, a la cada vez más abundante literatura que da voz a los migrantes.

Si por su vocación clerical, religiosa e incluso mística, se llamó “Mester de Clerecía” a textos valiosísimos de la literatura medieval; por otro lado y por su carácter itinerante y su movilidad (migratoria en cierto modo), se denominó “Mester de Juglaría” a esa otra literatura cantada por juglares, personajes populares que versificaban los aconteceres de Europa en presentaciones proto-circenses de tono épico, aunque lírico también.

Al retomar el carácter móvil, ambulante de esa literatura, también plena de personajes populares, se ha constituido un “Mester de Migrantía”, como me he permitido llamarle a esta corriente literaria contemporánea, mayormente narrativa (aunque también hay lírica, dramática y ensayística), que en Chicago tiene un bastión importantísimo caminando de la mano de los migrantes, reflejando y reflexionando su vida y formas de organización.

El Mester de Migrantía cuenta con autores y dramaturgos como Raúl Dorantes, Febronio Zatarain, Gerardo Cárdenas, Fernando Olszanski y Tanya Saracho, entre otros que han podido publicar desde ahí.

Particularmente, Víctor M. Cortés ha hecho un enorme esfuerzo por ofrecer su visión, su pulso narrativo y también reivindicativo de lo que nuestra gente sueña, vive, sufre, aspira y padece. Con un pulso particularmente popular, la voz de su pluma y la disciplina de su teclado, sin grandes pretensiones intelectuales, incursiona vivazmente en la migrantía. Entregó ya una tercera novela que no sólo refiere historias “típicas” de migrantes en los Estado Unidos; la enlaza con nuevas historias de otro enorme sufrimiento, el de los inmigrantes centroamericanos, que deben traspasar dos migras, incluyendo también a la corruptísima y depredadora migra mexicana, a los cárteles y los traficantes de humanos.

Como editor de esta nueva aportación, pues ya tuve el honor de ser invitado para hacerlo en su anterior 10 de marzo, La marcha, Chicago 2006, encontré a un narrador nato, que aporta historias dignas de ser enlazadas en este hilo conductor al que me referí en un principio: si los migrantes recorren una suerte de camino hiperreal o surreal hacia los Estados Unidos, Cortés está atento a las vicisitudes de ese flujo migratorio, pues cueste lo que cueste —nos muestran sus personajes, como migrantes fidedignos—,  deben poder “salir adelante”.

Saludamos la llegada de esta novela, con el ánimo de que los lectores encuentren en ella las voces de reivindicación, tesón y solidaridad que sólo produce la migrantía (el desencanto mexicano es otra literatura), y con la esperanza de que cesen sus causas, tanto en México como en los demás países del hemisferio.

 

Benjamín Anaya González (4 de febrero de 1963) es editor, músico y fotógrafo de la ciudad de México. 

Publicado el 11 de febrero de 2013

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