Feminicidios, llaga abierta en la India

Luis F. Pérez Torner Fotos: The Hindu y Grupo “Nightwalkers”

India. La noche en las calles de los grandes centros urbanos de la India siempre fue sinónimo de riesgo para las mujeres, pero la noche del 16 de diciembre se rebasaron los límites de la tolerancia de la sociedad, que salió por millares a las calles para protestar por un crimen que no es único en su tipo.

Aproximadamente a las nueve de la noche, una joven de 23 años -estudiante de paramédico- y un compañero suyo abordaron un autobús semivacío. Al momento de subir, notaron que dentro del transporte solamente había un grupo de seis hombres en estado de ebriedad. La unidad se desvió de su ruta original. De un momento a otro, se encontraron atrapados en un camión, viajando por las avenidas de Nueva Delhi. El acompañante de la joven trató de interceder, pero el grupo íarmado con una barra de hierro con la que lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Posteriormente, centraron su atención en la joven. La violaron y la golpearon por turnos hasta que, cansados, lanzaron a la pareja desde el autobús en movimiento. Durante el recorrido, cruzaron tres controles de la policía.

Al día siguiente, la noticia del crimen se difundió a lo largo del subcontinente indio y el resto del mundo. El suplicio de la joven, cuya identidad no ha sido difundida, generó la indignación de millones de personas, y las protestas exigiendo justicia no se hicieron esperar. De nuevo, fueron los jóvenes y la sociedad civil con trabajo de base los primeros en movilizarse; pero la gente en la capital salió a las calles rebasando líneas religiosas, lingüísticas, de casta o de partido. Fue una rabia común con diversidad de puntos de vista; bajo la consigna común de la justicia, unos pedían más seguridad para las mujeres en la calle, otros la pena capital o la castración química, la renuncia del jefe de la policía de Delhi o hacían un llamado a la conciencia por parte de la misma sociedad.

En numerosos puntos de la capital se instalaron campamentos para vigilias y manifestaciones. Los gobiernos de Delhi y de la Unión, totalmente rebasados por la velocidad de los hechos, poco o nada hicieron hasta que la crisis estuvo a punto de reventar. Apenas mediando declaraciones protocolarias de empatía y promesas de que los agresores serían llevados ante la autoridad, antes incluso de que el primer ministro, Manmohan Singh, o la líder del partido gobernante, Indira Gandhi, hicieran alguna declaración pública, la policía de Delhi -dependiente directa del Ministro del Interior del Gobierno de la Unión- se preparó para la batalla.

A sabiendas del llamado a una protesta masiva en el centro de Delhi (el área recientemente remodelada para los juegos de la Mancomunidad de Naciones y zona residencial de la clase política federal) con cita en el emblemático memorial de guerra “India Gate”, el gobierno blindó la zona, cerró las estaciones del metro aledañas, instaló barricadas y tanquetas, desplegó unidades antimotines con equipo completo y suspendió la libertad de asociación.

La confrontación no se hizo esperar. La policía de Delhi, recurriendo a gases lacrimógenos, cargas con toletes y cañones de agua, trató de dispersar a miles de manifestantes que pugnaban por abrirse paso con piedras, palos y botellas hasta la residencia oficial del Primer Ministro. La violencia fue tal que la sede de la visita oficial del presidente Vladimir Putin tuvo que cambiar de último minuto. El saldo de esos días de choque fue un policía local supuestamente muerto por el impacto de un objeto pesado en  el pecho y decenas de heridos por ambos lados.

La semana siguiente, la maquinaria del Estado resolvió la parte judicial del caso en forma impecable. La policía de Delhi, en un operativo sorprendentemente rápido y eficaz, ubicó, arrestó y presentó ante el juez a los seis presuntos agresores, dentro de los que se encontraba un menor de edad. Se estableció una corte “express” para asegurar que se aplique la pena más dura para los casos de asalto sexual agraviado (cadena perpetua); y en sesión extraordinaria, en el parlamento se creó una comisión legislativa abierta a la participación de la sociedad civil para reformar las leyes destinadas al combate a la violencia de género.

Sin embargo, para quienes se han movilizado esto es más el toque surrealista a la tragedia que una muestra del funcionamiento del sistema para garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Y es que en ese mismo periodo ha habido más leña para el fuego: el caso de una viuda de 37 años de edad -agredida por varios asaltantes y abandonada desnuda en la calles de la misma capital- y el de una niña de dos años y medio -violada por su tío y abandonada a su muerte sobre un arbusto de espinas- salieron a la luz pública. Además, la joven paramédica atendida por hemorragias internas y daño cerebral sufrió tres intervenciones quirúrgicas para remover partes del intestino y fue trasladada en una ambulancia aérea a Singapur antes de perder la vida el 29 de diciembre.

La opinión pública herida, pues todavía no se articula en un movimiento social concreto, en un rápido ejercicio de evaluación y rectificación de prioridades ha ubicado algunos puntos críticos sobre los cuales trabajar para conseguir una justicia completa, y desde entonces no han quitado el dedo en la llaga. Más allá de traducir sus demandas de justicia en un castigo ejemplar contra los agresores o de mayores disuasiones contra la violencia de género (aunque el caso sigue siendo espacio de oportunidad para políticos y líderes de opinión neoconservadores y oportunistas), ha empezado a construir una narrativa que podría tener consecuencias inimaginables dentro del sistema social y político de una nación en plena transición.

Para la gran mayoría, ésta fue una agresión con profundas raíces estructurales. Un asunto sin resolver que niega de facto igualdad de derechos prácticamente a la mitad de su población y que resulta una de las contradicciones más visibles y dolorosas de la democracia más grande del mundo. Más que la gota que derrama el vaso, el caso del autobús en la capital es sólo la punta de un iceberg donde la corrupción y el chauvinismo machista se mezclan para volver a la India el cuarto país más peligroso del mundo para nacer siendo mujer (sólo detrás de Afganistán, la República Democrática del Congo y Pakistán, y por delante de Somalia), según una investigación realizada por la fundación Thompson Reuters en 2011.

La organización espontánea, reprimida en las calles y estigmatizada por la muerte del policía transforma su perfil y opta por otros medios para mantenerse activa: continúa con su estrategia de la congregación y rondas nocturnas, sin descartar la búsqueda de interlocución con los altos niveles de gobierno; comienza a tender lazos con los otros núcleos urbanos del país a través de un vigoroso uso de las redes sociales, y empiezan campañas para la sensibilización sobre asuntos de género, a la par que tratan de eliminar los términos proteccionistas dentro de su lenguaje.

Tratan de hacer frente a siglos de tradición y décadas de impunidad, graves distorsiones que, sin embargo, son normalizadas dentro de la apuesta por el olvido. El reto para esa semilla es no permitirlo; que el suplicio de la chica no se archive junto a los otros miles de casos de violaciones y asesinatos relacionados con el sistema de dote, la segregación por castas y los crímenes de ‘honor’; las realizadas bajo custodia policial (al menos 45 registradas por la Comisión Nacional de Derechos Humanos de la India); las llevadas a cabo por los soldados y paramilitares protegidos por el Acta de Poderes Especiales de las Fuerzas Armadas (AFSPA) en las regiones fronterizas de Cachemira o Manipur; o las que se le atribuyen a miembros parlamentarios de la actual legislatura.

Ciertamente, como reflejan los comentarios de Abhijit Mukherjee -con una curul por el partido del Congreso e hijo mayor de la actual presidente de la India, Pranaab Mukherjee- sobre ‘manifestantes maquilladas saliendo de la discoteque a la calle’, el proceso hacia una equidad de género que se refleje en seguridad para las mujeres aún está lejos de concluir. Sin embargo, tampoco puede negarse que este enfoque “democrático” está sacando a la luz dinámicas patriarcales que la juventud y clase media india ya no están dispuesta a pasar por alto.

Publicado el 30 de diciembre de 2012

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