FabLabs: la descentralización del invento

Isabel Mendoza

México DF. Los FabLabs, del inglés Fabrication Laboratory, son laboratorios de producción asistida por computadoras, accesibles a todos y englobados en una red mundial de más de 80 integrantes. El primer laboratorio de este tipo se creó en Estados Unidos en 2001 con el objetivo de democratizar el uso y la concepción de la tecnología.

Organizados como una “cooperativa del futuro”, promueven la creación personal de objetos físicos variados, que van desde ropa hasta prototipos inteligentes y ofrecen una alternativa a la producción industrial masiva. El concepto se desarrolló poco después en Europa y América Latina, así como en Islandia, Kenia y Afganistán.

El primer FabLab surgió en 2001 en el Instituto de Tecnología de Massachussets, de Cambrigde, durante el popular curso “Como construir (casi) todo”, impartido por Neil Gershenfeld, en el cual se exploró la fabricación personal a través de computadoras relacionadas con máquinas industriales y se estableció una lista de máquinas profesionales de mando numérico de bajo costo, protocolos sencillos de uso.

Se crearon una serie de reglas que deben seguir los laboratorios de producción para ser considerados como FabLabs. Éstas definen como requisitos absolutos el acceso gratuito o a bajo costo para el público, el aprendizaje mediante la práctica y el intercambio entre usuarios para promover la aprehensión y creación tecnológica de todos.

Para explicar el proyecto, Neil Gershenfeld usa el ejemplo de la web 2.0 que permitió a millones de usuarios volverse actores de la tecnología creando contenidos y programas, y mejorar la tecnología existente. De la misma manera, el bricolaje tecnológico, permitido por los FabLabs, llevaría a una revolución en el marco de la creación de objetos usuales y estéticos, ofreciendo en ciertos casos una alternativa a la producción masiva industrial y mejorando los procesos de producción.

Pascal Minguet, director del primer FabLab rural francés, inaugurado el pasado 27 de junio en Biarne, Francia, explica: “Si se rompe la tapa de mi aspiradora, me dicen que tengo que comprar otra. Gracias a un FabLab, puedo aprender a diseñar la pieza que me hace falta, e incluso mejorarla”, e insiste, “hoy la gente ha perdido la costumbre de crear por sí misma, pero el movimiento creciente de creadores amateurs del Do It Yourself (Hazlo tú mismo) muestra la voluntad de recuperar los procesos productivos. Lo estamos llevando a un nivel superior gracias a la tecnología numérica”.

De acuerdo con Neil Gershenfeld, pasar de consumidor a actor e insistir en la importancia del “hacer” en el aprendizaje de las tecnologías son los pasos necesarios para apropiarse de la producción y solucionar problemas específicos, en particular en zonas marginadas donde la oferta no corresponde a las necesidades. Así cada FabLab tiene potencialidad para contestar a demandas específicas de su región. Por ejemplo, el FabLab de Barcelona en España sirve mucho a la innovación arquitectural, mientras que el de Kenia produce, entre otras cosas, bombas de agua concebidas para los desiertos del país.

Las posibilidades abiertas parecen infinitas. Markus Kayser, ingeniero numérico, inventó una máquina asistida por computadora que construye objetos con arena ocupando energía solar. De este modo se posibilita la producción autónoma en desiertos.

En entrevista con Desinformémonos, Gabriel Ochoa De Bedout, arquitecto, fabricador digital y director del FabLab de Medellín, Colombia, insiste en que su trabajo permite la descentralización del invento y facilita los procesos autogestionados: “Es una herramienta para hacer lo que realmente quieres, no tienes que esperar a que alguien te lo haga”. Como ejemplo, cuenta la historia de un hombre que por desesperación sentía la necesidad de gritar, “sin embargo no podía hacerlo en la ciudad, entonces fue al FabLab e inventó una bolsa para gritar. Mientras grababa el grito para reproducirlo en la naturaleza, ningún ruido salía de la bolsa”.

Gabriel Ochoa tiene muchas historias de vida para explicar la importancia de los FabLabs: “Hay músicos que crean sus propios instrumentos, y hay gente que usa masa de galleta para construir gracias a las computadoras formas que les costaría mucho tiempo cocinar de forma tradicional”.

Para él, el proceso no solo tiene que ver con la vanguardia, sino que “rescata un ritmo de producción tradicional que se pierde por falta de practicidad. En Colombia trabajamos con artesanos que tejen mobiliario de caña: aquí podemos construir a un costo mínimo los chasises de madera que necesitan. Así se ahorran tiempo para dedicarse a su trabajo, sin necesidad de un carpintero”.

El fabricador digital está convencido de que una revolución ya está ocurriendo: “Existe una gran desconexión entre las cosas que nos rodean y la profundidad de nuestro ser. Gracias a los FabLabs, podemos crear los objetos que realmente necesitamos, estos tienen que convertirse en un recurso tan importante para la humanidad como las bibliotecas. Por ejemplo, inventamos aquí en Medellín casas de emergencia que pueden ser construidas en 30 horas en cualquier FabLab del mundo gracias a la transmisión de los diseños vía Internet”.

El objetivo de esos laboratorios no es formar ingenieros o técnicos, sino impulsar un trabajo colectivo donde el error forma parte del camino, de acuerdo con la idea enunciada por el filósofo Kevin Kelly: “La lección de la tecnología no consiste en lo que permite hacer, sino en el proceso de creación”. Así, en el FabLab de Amsterdam, Holanda, se puede leer en varias máquinas y computadoras el lema “Failure is always an option”, es decir, “El frácaso siempre es una opción”.

La apertura al público es una característica fundamental de esos laboratorios y cada uno dedica, por lo general, la mitad de su agenda a “OpenLabs” que permiten al público conocer de manera gratuita las máquinas a través de talleres dedicados a niños y adultos, y realizar pequeños proyectos. La otra mitad del tiempo está dedicado a proyectos más importantes que necesitan un acompañamiento especial por parte del equipo del FabLab. Muchos desarrollan también relaciones fuertes con escuelas, organizaciones y universidades para una mayor vinculación con la sociedad.

En un estudio llevado a cabo con la Escuela Central de París, Fabien Eychenne describe las decenas de FabLabs visitadas como lugares de 100 a 250 metros cuadrados, gestionados por equipos de mínimo tres personas, dentro de las cuales se encuentran un director que se encarga del financiamiento y de las relaciones con la sociedad, un mánager que se dedica a la parte administrativa y a las actividades del laboratorio y por lo menos un asistente, en general, estudiante de prácticas.

El modelo permite la explotación comercial de los productos elaborados bajo ciertas condiciones que varían según los FabLabs y el tipo de proyecto, pero se supone que la producción debe beneficiar a toda la comunidad, a través de la documentación del proceso o de un apoyo económico. Debido al costo de las máquinas y a la accesibilidad gratuita del lugar, no existen todavía esquemas de financiamiento autónomo y los FabLabs deben encontrar patrocinadores públicos o privados para complementar los ingresos de la renta del material o de prestaciones de servicio o consultoría.

Mientras esa tecnología llevó a una niña de siete años a producir su propio microchip en Ghana, las empresas trasnacionales empiezan a protegerse gracias al sistema de copyright y los primeros casos llegan a los tribunales en Estados Unidos. De los primeros juicios dependerán el desarrollo de los FabLabs y su impacto en nuestra vida cotidiana.

Publicado el 22 de Octubre de 2012

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