Veinte años de impunidad en Carandiru

Gabriela Moncau Traducción: Waldo Lao

 

Sao Paulo, Brasil. “2 de octubre de 1992, cárcel de Carandiru. Eran las 14 horas cuando escuché comentarios de que comenzaba una rebelión. Empezó con dos presos que se  habían enfrentado en el pabellón nueve. Yo estaba en el quinto piso, prendimos la televisión y vi que la tropa de choque de la Policía Militar estaba entrando. Se expandió el pánico. Hubo una tentativa de negociación, pero no funcionó. Me acordé de una carta que mi madre me había entregado con el salmo 91 y comencé a rezar en cuanto escuché los tiros en mi celda, la 504E. Varios presos fueron asesinados de rodillas mientras rezaban. Ellos llegaron, nos dijeron que nos desnudáramos y que nos juntáramos haciendo filas en el patio.

“Cuando salimos de las celdas, vimos los cuerpos. Un policía ordenó que yo ayudase a cargar a los muertos. Cargué 35 cadáveres. Después, volví a mi piso: no quería pisar ningún charco de sangre, no por miedo a contagiarme de Sida, no, sino para no pisar la sangre de mis compañeros, de las personas que conocía. Cuando llegue a mí piso, había tres policías. ‘¿Qué estás haciendo aquí?’, gritaron. Les expliqué que me habían ordenado volver. Uno que traía un manojo de llaves me dijo que escogería una y si era la de mi celda, podía entrar; si no, me iba a ejecutar. Agarró una llave que milagrosamente abrió el candado, y  yo entré de regreso a la celda”.

El relato es de Sidney Sales, de 45 años, uno de los sobrevivientes de la masacre de Carandiru, la mayor matanza en la historia de una cárcel brasileña, que dejó, al menos, 111 muertos en aquella prisión localizada en la ciudad de Sao Paulo. Él fue aprehendido a los 19 años por robar la carga de un camión; ya tenía cuatro años en la mayor prisión de América Latina cuando vivió la matanza. Los informes de los peritos indicaron que 70 por ciento de los tiros fueron en dirección a la cabeza y el tórax.

Entre los asesinados, la mayoría eran negros y presos por robo, 80 por ciento no había sido condenado y prácticamente la mitad tenía menos de 25 años de edad. Esta declaración fue hecha en una rueda de prensa organizada por la Red 2 de Octubre, una articulación de organizaciones, movimientos sociales y grupos culturales que se formó en 2011 a partir de la percepción de que la dinámica social que produjo la masacre continúa vigente.

Se cumplen 20 años de ese episodio y los movimientos sociales siguen denunciando las condiciones de encarcelamiento en Brasil, el carácter selectivo y racista del sistema penal y la ininterrumpida violencia del Estado. “Eso todavía sucede en las cárceles de Brasil. El sistema carcelario asesina mucho más que el crimen”, señala Padre Valdir, coordinador nacional de la Pastoral Carcelaria.

“La sociedad invierte en el sistema penal con la ilusión que el Estado recupere a la persona. El gasto, hecho con dinero de la población, es de cerca de mil 500 reales más los gastos judiciales y policiales. Pero el Estado destruye a la persona. Es necesario percibir que la falla del sistema penal es mundial. La solución no está en la cárcel, está en la  sociedad”, defiende Valdir, al contar que viajó a África y Europa para conocer modelos alternativos a las prisiones, como el de la práctica de justicia restaurativa. “Hoy el agresor no conoce el dolor de la víctima. En la justicia restaurativa, todo crimen es social. Hay que escuchar a todos los involucrados. En Brasil, el estado mas avanzado en ese aspecto es Minas Gerais. También hay un modelo práctico en Sergipe”, expone el coordinador.

¿Responsables?

Pasadas dos décadas de la masacre, nadie fue declarado responsable por los hechos. El único que fue juzgado fue el teniente coronel Ubiratan Guimarães, que llegó a ser condenado en 2011 a 632 años de prisión. Pero, al ser diputado estatal, fue privilegiado, y poco después el Órgano Especial del Tribunal de Justicia de Sao Paulo anuló el caso y el jurado lo absolvió. Cinco años después fue asesinado en el departamento donde vivía, en el barrio de Jardins.

El juicio a los otros involucrados estaba fijado para el día 28 de enero del 2013, pero los abogados de los reos informaron a finales de septiembre que se estudia la petición de la suspensión del juicio. El juez José Augusto Nardy Marzagão decidió que la fecha del jurado popular se mantiene, pero solamente para 28 de los 79 acusados.

Para 2009, ni siquiera se había hecho el estudio pericial de las armas utilizadas por la policía. En 2002, el complejo de Carandiru fue transformado en un parque que no cuenta con ninguna mención a la historia sobre la cual se irguió.

En el último mes, el actual gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin –del Partido de la social Democracia Brasileña (PSDB)- decidió cambiar al comando de las Rondas Ostensivas Tobias de Aguiar (Rota), una especie de tropa de élite de la Policía Militar (PM), la policía más violenta de Brasil y una de las más letales del mundo. El nuevo comandante es el teniente coronel Nivaldo César Restivo, que entra en lugar de Salvador Modesto Madia, policía que no solo es acusado en el caso de Carandiru, sino de ser parte del pequeño grupo acusado por 73 de las 111 muertes. El nuevo comandante también estaba presente en la masacre: era, en la época, el primer teniente del Segundo Batallón de Choque.

“No solamente no hubo juicio, sino que hubo fortalecimiento de la política de exterminio y encarcelamiento de los pobres por parte del Estado”, opina Padre Valdir. “No creo que valga la pena meterlos a la cárcel. Es necesario separarlos de los cargos, dar reparación a los familiares y, principalmente, cambiar la política de Estado”, agrega el coordinador de la Pastoral Carcelaria.

Sidney no cree en la justicia: “El Estado fue y es omiso. Oficialmente fueron 111 muertos, pero yo diría que fueron unos 250. La sociedad también es omisa. Mientras eso no cambie, la periferia es la que va a sufrir”.

Débora Silva, integrante de las Madres de Mayo –movimiento social que reúne a familiares de las víctimas de los más de 400 asesinatos perpetrados por la policía en mayo del 2006 en Sao Paulo– tampoco cree que el Estado vaya a admitir cualquier error. “Es desde Cabral que ese Estado es así. Tenemos que derribar el Estado que viola la vida. Es más fácil matar y encarcelar que ofrecer vida digna. ¡Vamos a la calle, somos nosotros por nosotros!”, afirma. “La política es la misma de la esclavitud y de la dictadura”, argumenta. “Las periferias son los calabozos y  las balas son los látigos”.

Fleury escracheado

En el vigésimo aniversario de este trágico episodio, el gobernador de Sao Paulo, Luiz Eduardo Fleury, amaneció con 50 personas enfrente de su casa -en la zona oeste de la capital- con tambores y gritos: “Ella es injusta, ella es racista, ella mata, ella es la policía”. El acto fue convocado por la Red 2 de Octubre y por el Levante Popular de la Juventud, que ya organizó otros escraches a militares del período de la dictadura en Brasil.

Dibujaron un cuerpo en el piso y los nombres de cada uno de los 111 muertos se nombraron en voz alta mientras se prendían velas. El director de la masacre no tuvo el valor de aparecer, pero sus escoltas miraron por la ventana y pudieron ver los carteles con la foto de su patrón subrayada por la palabra “asesino”. En una reciente entrevista, concedida por Fleury al sitio web Terra, afirmó que su política de seguridad pública fue una de los mayores legados de su gobierno.

 “El escrache público y la responsabilidad de Fleury son más que necesarias, no como venganza por la sangre derramada, sino como un mensaje certero que llegue a todas las autoridades políticas de Brasil: mientras no haya justicia, mientras no pare el genocidio popular, ¡habrá escraches!”, resaltó un orador en la manifestación.

Por el fin de las masacres y el encarcelamiento

En un manifiesto por el fin de las masacres, la Red 2 de Octubre afirma que todavía hoy “vemos jóvenes pobres y negros perseguidos por el aparato represor estatal. Cuando consiguen burlar a la muerte (son cerca de 48 mil personas asesinadas en Brasil por año), caen por balas sucias y cada vez se llena más el sistema carcelario”. De 1992 hasta hoy, la población brasileña creció 27 por ciento. Su población carcelaria, mientras tanto, tuvo un aumento de 400 por ciento.

“La Masacre de Carandiru es extremamente emblemática, entonces, de las dos principales dimensiones, bien ligadas entre sí; dos masacres que son perpetradas históricamente contra nuestro pueblo pobre, negro y periférico: la prisión degradante y el exterminio cobarde”, sintetiza el documento. De acuerdo con el Mapa de la Violencia 2011 divulgado por el Ministerio de Justicia, el número de asesinatos por año en Brasil entre 1998 y 2008 estaba en torno a los 47 mil 360 casos, y se mantiene en crecimiento.

De las 550 mil personas que están presas en Brasil, cerca del 55 por ciento lo están por crímenes sin grave amenaza o violencia a la persona; 60 por ciento de estos presos son negros. No es por nada que el manifiesto apunta a la población carcelaria brasileña como “parte del mismo grupo social de aquellas víctimas de la larga historia brasileña de las masacres”, entre las cuales están: la Matanza de Acari (1990), de Matupá (1991), de la Candelária (1993), de Eldorado de los Carajás (1996), de la Baixada Fluminense (2005), los Crímenes de Mayo (2006), etcétera.

La función de las masacres

“Al mismo tiempo en que se fortalece la ‘policía de la calle’, se fomenta también la perversa ‘lógica de guerra’ de la policía militar contra las poblaciones más pobres, la llamada línea dura; este fomento se da por discursos que autorizan todo tipo de arbitrio policial y, con mucha frecuencia, ejecuciones extrajudiciales, sumarias”, argumenta el manifiesto, concluyendo que “se actualiza, de forma tan perversa como refinada, la misma lógica de la ‘guerra contra el enemigo interno’ que imperó durante el régimen dictatorial por medio de la espuria Ley de Seguridad Nacional”.

Frases del actual gobernador paulista, como que la policía “no retrocede un milímetro”, “quien reaccione se va a dar mal”, “quien no reaccionó está vivo” o “un bandido tiene dos opciones: la prisión o el ataúd”, no desmienten las tesis de la Red 2 de Octubre, que finaliza convocando a lucha autónoma por una nueva forma de sociedad, igualitaria, desmilitarizada, abolicionista, pacífica. Una sociedad libre.

Avise o IML, chegou o grande dia. Depende do sim ou não de um só homem. Que prefere ser neutro pelo telefone. Ratatatá, caviar e champanhe. Fleury foi almoçar, que se foda a minha mãe! Cachorros assassinos, gás lacrimogêneo… quem mata mais ladrão ganha medalha de prêmio! O ser humano é descartável no Brasil. Como modess usado ou bombril. Cadeia? Claro que o sistema não quis. Esconde o que a novela não diz. Ratatatá! sangue jorra como água. Do ouvido, da boca e nariz. O Senhor é meu pastor… perdoe o que seu filho fez. Morreu de bruços no salmo 23, sem padre, sem repórter. sem arma, sem socorro. Vai pegar HIV na boca do cachorro. Cadáveres no poço, no pátio interno. Adolf Hitler sorri no inferno! O Robocop do governo é frio, não sente pena. Só ódio e ri como a hiena. Ratatatá, Fleury e sua gangue vão nadar numa piscina de sangue. Mas quem vai acreditar no meu depoimento?

Racionais MCs, “Diário de um detento

  Publicado el 08 de Octubre de 2012

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