España: “Lo que se está produciendo no es un cambio en el régimen, sino un cambio de régimen”

Entrevista de Adazahira Chávez

Los ciclos de los movimientos y el gobierno de Rajoy

La burbuja nos ha estallado. Llevábamos muchos años aguantando y ahora ya nos hemos lanzado; se van a empezar a acumular un montón de fuerzas y de energías, como de hecho se está viendo. Hemos empezado por el 15M, con un perfil técnico y sociológico más precario, más joven; más combativo probablemente también.

Si uno sólo se fija en las noticias, puede dar la impresión de que cuanto sucede últimamente no son más que destellos puntuales o fogonazos de protesta, pero cuando uno lo conoce de cerca, ve que lo que está sucediendo son las ramificaciones de algo que empezó en el 15M. Y el propio 15M ya se viene gestando de muy antiguo. La precarización la llevamos conociendo desde hace décadas, no nos la inventamos el 15M.

Para fraguar un 15M ya había habido un campo de experimentación muy fuerte, entre mediados de los años noventa y mediados de los 2000, con el ciclo antiglobalización, el Prestige, la reforma a la ley orgánica de universidades, en fin. Ésta es ya la cuarta ola de movilizaciones que atraviesa el Estado Español desde que, a mediados de los años sesenta, cogió fuerza la lucha antifranquista. Esta primera ola acabó con la Transición, a mediados de los ochenta. A principio de los noventa hubo un segunda ola, menos intensa, que apenas se notó porque la democracia era muy joven y tenía mucha capacidad de integración. De mediados o finales de los noventa hasta el 2003 hay una tercera ola que coge mucha fuerza, especialmente por su dimensión globalizadora. Actualmente podemos decir que ha comenzado la cuarta. Aquí lo global se vuelve sobre lo local y apunta directamente al cambio de régimen.

Cuanto sucede no es casual; está ligado a ciclos económicos, a legislaturas, a alternancias en el gobierno; al hecho de que, a lo largo de las tres décadas que ha durado la democracia después del franquismo, se ha fraguado un repertorio de acción colectiva, de formas de lucha, que en estos momentos por vez primera desborda al régimen. Es decir: mientras que en la ola antiglobalización –la anterior a ésta, todavía a mediados de los ochenta– el régimen político mantenía una capacidad fuerte de integración social por medio de su canalización institucional del conflicto político, en estos momentos el régimen está haciendo aguas por todas las esquinas.

Llama mucho la atención que, por ejemplo, el año pasado se reformase la Constitución y que, además, se hiciese como se hizo. Esto es algo que siempre se ha criticado mucho desde el poder: “la Constitución es intocable, la Constitución es un marco perfecto de convivencia entre todos los españoles logrado en la transición, bla, bla, bla”. Y curiosamente, de repente, en una comisión parlamentaria y durante las vacaciones estivales –como quien dice, con nocturnidad y alevosía– se aprueba una reforma constitucional que blinda el déficit, el eje central de las políticas neoliberales. A partir de aquí la gente detecta cada vez más esta pérdida de legitimidad del régimen, estos síntomas de agotamiento que se van acumulando día sí y día también.

Ante la debilidad de Zapatero –deslegitimado en el 15M por sus propias bases sociales–, el régimen tenía prevista su alternancia y recambio, pero ya se ve lo que le ha durado. Rajoy gana las elecciones el 20 de noviembre; hasta marzo, se mantiene en las encuestas por un cierto voto de confianza; en el mes de abril cae unos siete puntos en las encuestas, vuelve de nuevo a estancarse y ahora cae otros tantos puntos o más. En otras palabras: ha perdido uno de cada cuatro o cinco votos en estos meses (y ya gobernaba sólo con el apoyo uno de cada cinco votantes potenciales), con lo cual, ¿hasta cuándo puede durar alguien gobernando en esta situación? Evidentemente tienen una mayoría absoluta que les permite un margen de acción muy grande, y eso es en lo que confía claramente el Partido Popular. Pero es, en cualquier caso, un gobierno asediado que necesita de poner el régimen en peligro.

Se acabó el futuro

Las medidas que se han tomado hipotecan el futuro. Hasta ahora hemos estado en situaciones donde las crisis eran ajustes puntuales y coyunturales que se hacían pagar a las generaciones más jóvenes y a la gente de abajo, pero que siempre se vivían en el horizonte de salir de la crisis, aunque fuera acumulando precariedad. A principios de los noventa había un paro juvenil parecido al actual, de más de 50 por ciento. Su situación era muy difícil, pero había la convicción de que en dos o tres años la cosa volvía a arrancar. Ahora, por primera vez, nos encontramos en una situación donde no hay un horizonte de supervivencia del modelo. Una parte de la economía española tan fundamental como la construcción no levanta, ni levantará cabeza.

Hace poco, aquí en Cataluña, Francesc Xavier Mena, consejero de Empresa y Ocupación, recomendaba a los jóvenes que fueran a Inglaterra a hacer de camareros y a aprender inglés. Al tiempo, la Generalitat se desvive para que venga Eurovegas, el proyecto del millonario Sheldon Adelson que exige para su inversión en Madrid o Barcelona el desmantelamiento de toda una serie de garantías legales para los trabajadores. La gente entonces no puede dejar de preguntarse: “¿Para qué me han hecho estudiar arquitectura, ingeniería o lo que sea, si el único proyecto del gobierno es que trabaje de camarero en Eurovegas?”.

Esto es un polvorín. Es una situación que hasta ahora hemos vivido en la convicción de que Grecia era otra cosa, una realidad ajena, pero ahora nosotros somos Grecia. La Unión Europea claramente presiona y sitúa a los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) en el horizonte de unos ajustes que, además, construyen un modelo europeo donde el único encaje que se nos deja pensar es como una colonia turística; estamos llamados a ser el destino vacacional de 90 millones de alemanes, 60 millones de franceses, 60 millones de británicos y el resto de Europa nórdica y escandinava, que es la que tiene poder adquisitivo.

Esto es muy duro y está asociado indudablemente a la historia del propio régimen. El Partido Socialista, cuando llegó al poder en 1982, no vaciló en llevar a cabo lo que llamaban “reconversión industrial”, que fue en realidad la liquidación de todo el tejido público de industrias. Se vendió la Seat a Volkswagen; las empresas que eran rentables se vendieron, las que no directamente se las cargaron. El régimen renunció a la industria y se confió al turismo y a la construcción. Por eso ahora, en el momento que una de las dos patas –la construcción– ya no da más de sí (tenemos más de dos millones de pisos vacíos y 400 mil familias desahuciadas) y la otra –el turismo– no puede por sí misma cubrirlo todo, nos encontramos ante un horizonte realmente desesperante y angustiante, en el que vuelven a aparecer cosas que aquí considerábamos desterradas para siempre.

Hoy mismo me enteraba de que una cadena de supermercados hace una campaña diciendo que va a destruir todos los alimentos que no se consuman y no se vendan al día porque, de lo contrario, se le hacinan las personas en los contenedores de basura para aprovechar la comida que no se compra. Cáritas y todo lo que es beneficencia están absolutamente desbordados por la pobreza. Es un escenario que, hace solo cuatro años, quienes lo hubiéramos predicho hubiéramos sido considerados locos, izquierdistas, agitadores subversivos o gente que sólo quieren provocar mal a la sociedad. Esta realidad, sin embargo, está ahí y avanza.

Es muy importante tener en cuenta, por esto mismo, que aunque haya unas movilizaciones y el régimen hasta ahora ha sabido gestionar bien la protesta, hay un cambio de variable muy importante. Y es que, hasta ahora, la protesta siempre se gestionaba postergando hacia el futuro la resolución material de los conflictos. Por poner un ejemplo muy sencillo: una persona estudiaba en la universidad y quería tener una carrera profesional; en vez de prometérsela y dársele opciones laborales creíbles al finalizar los estudios, lo que se le hacía era darle una beca (sin coberturas en el futuro: sin pensión, sin cotización a la seguridad social, etcétera) y la promesa de que algún día tendría contrato profesional.

El problema es que mucha gente de mi generación, gente que ya hemos superado los 40 años, se encuentra con que ha pasado toda su vida de becaria y no ha cotizado a la seguridad social; es decir, que va a tener pensiones de hambre, eso si es que las tiene. Y claro, esto ya no es un juego de “me paso unos años con una beca”, como si fuera esto un Estado del bienestar escandinavo, un modelo del welfare  europeo donde uno capea el temporal durante la crisis con una beca. Esto es más bien: no hay futuro ni lo habrá porque no se ha aprovechado el crecimiento de  todos estos años para abandonar el modelo productivo del turismo y la construcción, por uno a la altura de la capacitación extraordinaria de la fuerza de trabajo.

En el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) han suspendido pagos; en las universidades están echando profesores a la calle por centenares; en estos momentos, las empresas quiebran una detrás de otra o son mantenidas de manera artificiosa. El pequeño comercio está en la bancarrota; la subida del IVA en septiembre del 18 al 21 por ciento será algo demoledor. Estos señores no sólo han agravado la crisis económica, tal como venía planteada por el PSOE (Partido Socialista Obrero Español); han agravado la política de Zapatero y están acabando, a mayores, con lo que pudiese quedar de una economía que lleva siendo destruida sistemáticamente desde prácticamente el nacimiento de este régimen (y esta temporalidad no es en modo alguno casual).

Es muy duro despertar a esta realidad. Buena parte de la opinión pública y de la clase media se niega a ver esto de frente y a reconocer que este es el escenario en el que se encuentran. Al mismo tiempo,  cuando pregunto a mis estudiantes en la universidad qué van a hacer al acabar los estudios, me responden prácticamente al cien por cien: marcharnos de aquí. La gente joven no se va a quedar a ver cómo acaba esta película.

Esto es un escenario que, como es obvio, tiene un impacto sobre las movilizaciones sociales y la reconfiguración del régimen político. Habrá de notarse antes o después, se optará por una forma u otra, tendrá unos protagonistas u otros, pero está claro que nos pone ante una situación de crisis y cambio político profundo, estructural; un cambio “de” régimen, no “en” el régimen.

Ampliación de sectores en la protesta

Sí, sucede. Hemos empezado con el 15M por los sectores más jóvenes, por los que están afectados más directamente por la precariedad, porque son los primeros en sentir el tsunami que nos está llevando. Pero en esta política de recortes –esta necesidad de responder a los ajustes que se imponen desde Europa y desde las agencia de calificación de la deuda y demás dispositivos del capitalismo financiero– este tsunami va progresando y va alcanzando a sectores sociales que hasta ahora estaban fuera de ello.

Un ejemplo son los funcionarios. En España, ser funcionario es la única garantía de tener un salario digno, un contrato de por vida, la seguridad de una serie de ventajas materiales, etcétera; es, en rigor, un pilar fundamental de la clase media. Pues bien, el gobierno actual ha suprimido la paga de navidad de los funcionarios, ha reducido sueldos, aumenta horas de dedicación, recorta recursos, entre otras medidas. Desde la perspectiva de la gran masa de gente en situaciones precarias, claro está, nos reímos de lo que pueden considerar duro los funcionarios (¡ya lo quisiéramos para nosotros!). Pero está claro que por primera vez se toca a un sector social que hasta ahora había sido intocable.

Yo toda mi vida he visto como han sido precisamente los funcionarios quienes, tan obedientemente, nos han aplicado a los que estábamos en precario una reforma detrás de otra, acatando disciplinados las instrucciones de los sucesivos gobiernos, de izquierdas o de derechas, porque a ellos, en definitiva, nada de cuanto ocurría parecía afectarles o llegar a poder a afectarles nunca.

De igual manera, sectores de la industria, que por mucho que trabajen en tareas muy duras –como puede ser la minería- disponían de unas condiciones laborales y protección sindical relativamente buenas, están viendo cómo a ellos también se les lleva por delante en estos nuevos cambios. Yo no recuerdo a los mineros como tales en el 15M, pero sí he visto gente del 15M apoyando a los mineros. Que no se me malinterprete: el movimiento se amplía y es bueno, pero es absolutamente necesario comprender la composición técnica de clase del precariado si lo que queremos es invertir la situación. Dedicarse al culto al “sujeto histórico” es lo que lleva paralizando la izquierda aquí desde hace más de medio siglo.

El tsunami de la crisis avanza en una lógica donde son sectores sociales que tenían ciertas garantías, ventajas y derechos los que ven que estos son cuestionados. El sector siguiente lo vamos a ver realmente afectado a partir de septiembre: se trata del comercio. Ahí estaremos ya en el núcleo duro de las clases medias, de lo que se llamaba pequeña burguesía. Con la subida del IVA en septiembre va a haber una cantidad enorme de comercios que van a echar la reja.

Tengo una anécdota que explica bien lo que está sucediendo. En la calle Aribau aquí en Barcelona, que es céntrica y comercial, subiendo en autobús hace unos días, llegué a contar hasta siete bajos vacíos en una de las dos aceras, algo impensable en una zona donde el comercio pugnaba habitualmente por ocupar todos los espacios. Si eso es así ahora, no quiero saber cuando tengan que empezar a cerrar el balance a fin de año tras un otoño con el IVA al 21 y funcionarios sin paga de navidades. El pequeño comercio, la niña mimada del centro derecha, también se está yendo a pique.

Las consecuencias políticas a medio plazo de todo esto son importantes: la gente que en su momento votó a la derecha pensando que se podía perfectamente apretar una vuelta más de tuerca a los precarios, a los jóvenes, a las mujeres, a los inmigrantes; a todos esos sectores sociales que parece como que tienen una resistencia infinita y que siempre están ahí, como un colchón para que ellos puedan superar las crisis sucesivas de sus desgobiernos; ahora, cuando incorporan a trabajadores de industrias, a funcionarios, a otros sectores más consolidados, empieza a verle las orejas al lobo.

La caída de la derecha

Esto es lo que nos explica las caídas de apoyo social y electoral que tiene la derecha en España: la gente conservadora confió en que si llegaba Rajoy al poder, llegarían los señores del dinero. Aunque muchos no lo eran, creían que llegando los señores del dinero, como es obvio, habría más explotación, más precarización, pero también un relanzamiento económico y una salida de la crisis (a la manera de ciclos anteriores). Creían que saldrían indemnes. Ahora se ha encontrado con que también ellos están en el paquete que tiene que pagar la crisis y esto sí que es sorprendente.

Hay un fenómeno muy sintomático en estas mismas encuestas que hemos visto en los últimos tiempos: el auge de la UPyD (Unión, Progreso y Democracia), que es un partido político ideológicamente fundado en el nacionalismo español más rancio y postfranquista que se pueda imaginar, pero que, claramente, se predica a sí mismo como un partido moderado de centro; un partido, digamos, óptimo para canalizar ese descontento de clase media. De hecho ahí está: sube algo así como del 3 al 9 por ciento, triplica expectativas en muy poco tiempo. Es un partido que canaliza un populismo y una defensa del modelo del Estado español de toda la vida; canaliza ese descontento de sectores sociales que nunca se creyeron que pagarían la crisis.

La gestión de la crisis está demostrando, en definitiva, que el Partido Popular (PP) está claramente al servicio del 1 por ciento, que no ha sido casual que De Guindos sea un hombre de Lehman Brothers; que no es casual que Mariano Rajoy, cada vez que va a Alemania a entrevistarse con Merkel, acate a pies juntillas todas las medidas que se le imponen. Como es evidente se acabarán pagando las consecuencias de todo esto. A medio o corto plazo, probablemente, nos iremos encontrando con un desgaste del sistema de partidos como el que se apunta en las encuestas.

No hay que perder de vista una cosa: si Grecia tardó desde el 2008 hasta el 2012 para que Syriza fuera una alternativa de gobierno, aquí parece bastante claro que el hundimiento del régimen puede durar un poco de tiempo (más de lo que desean muchos activistas y gentes movilizadas), pero va siguiendo unas pautas demasiado familiares. ¿Hasta dónde pueden jugar, hasta qué extremos pueden tentar a la suerte las élites del régimen esperando esto? ¿Hasta qué punto no será ya aceptable Rajoy, se le provocará su dimisión y se nos impondrá un gobierno tecnocrático como en Italia o Grecia? ¿Hasta qué punto habrá, o no, un rescate total de la economía que provoque una crisis aún mayor de la que hay?

Todo está por verse, pero desde luego los escenarios no pintan de manera demasiado halagüeña. Lo que sí está fuera de toda duda es que nos esperan años muy duros y de gran conflictividad social, guste que no.

El movimiento social y la crisis del régimen

Hace casi dos años vaticinaba de alguna manera que aquí lo que se está produciendo no es un cambio “en” el régimen, sino un cambio “de” régimen. Esta tendencia se está confirmando: asistimos a un desplazamiento inequívoco hacia la política del movimiento. El conflicto social está dejando de ser canalizable a través de las instituciones del régimen y pasa a formularse desde fuera y contra las instituciones. Su agencia política –el movimiento– madura y se consolida aceleradamente.

Hay un ejemplo muy visual y sencillo: hace cosa de un año tuvimos el bloqueo del Parlament de Catalunya, el parlamento autonómico del gobierno catalán. Esto escandalizó: toda la extrema derecha mediática salió diciendo que esto era un golpe de Estado, que no era tolerable y otras barbaridades para amparar un despliegue policial aberrante. Artur Mas, presidente de turno, amenazó con un baño de sangre que sólo gracias a la inteligencia de los manifestantes no tuvo lugar. Todos los partidos políticos (la izquierda subalterna incluida) se alinearon contra unos manifestantes que, en un impresionante ejercicio de desobediencia civil, intentaron impedir la aprobación de los recortes que están arrasando el país. Unos días después, tuvo lugar una de las manifestaciones más grandes que se recuerdan en Barcelona contra la represión policial. En definitiva, todo el régimen se puso por vez primera a la defensiva.

En realidad, el movimiento no hacía nada que no se estuviera viendo hacer en la plaza Syntagma, en Grecia. Con el progreso de la crisis y al grito del “no nos representan”, el conflicto se desplaza de las instituciones a las calles, a la autonomía. Por más que a continuación (por ejemplo, durante la modificación de la Constitución hace un año), la izquierda se haya querido desmarcar del consenso entre PSOE y PP, su posición sigue siendo de una subalternidad pasmosa respecto al régimen. No se olvide que Izquierda Unida (IU) es hija del Partido Comunistas de España (PCE) y éste, uno de los padres legítimos de la Transición española y su régimen.

Pero la cosa dista mucho de haber acabado. El próximo 25 de septiembre, Mariano Rajoy tendrá que que hacer frente a una situación semejante, no ya al nivel de una comunidad autónoma, sino en el conjunto del Estado. Para el 25S se ha convocado la ocupación del Congreso en Madrid. De manera sibilina y cobarde los partidos del orden ya han comenzado una campaña más o menos encubierta de descalificación: por las redes sociales se “infoxica” diciendo que detrás de la convocatoria está la extrema derecha. Una vez más estamos viendo cómo se opera en estos momentos una mutación de la política del movimiento: cada vez se lucha menos por mejoras dentro del régimen (éste, de hecho, deja cada vez menos espacio para la negociación) y se lucha más por cambiar el régimen.

El 15M era muy significativo y apuntaba al problema de la representación política cuando decía “No nos representan”. Muchos quisieron interpretar este problema como un problema del Partido Socialista, diciendo “bueno, el gobierno de Zapatero no es representativo, pero cuando haya elecciones y haya un nuevo gobierno, éste sí será representativo”. Sin embargo, lo que estamos viendo es que no, que con lo que la gente se moviliza y contra lo que la gente lucha cada vez más son los símbolos de un régimen político; símbolos como el Parlamento, institución central del gobierno representativo. “Ocupa el Congreso” es una convocatoria que refleja muy bien este desplazamiento de la política del movimiento al que me refiero. En este sentido, el 25S este desplazamiento irá un paso más allá de otros que ya conocemos.

Es muy sintomático también lo que ha sucedido con el ciclo de movilizaciones de los mineros asturianos, que se manifestaban habitualmente por su problema particular. Como trabajadores de un sector determinado de la industria tenían sus sindicatos, sus procesos de negociación, sus convenios salariales, y entonces hacían sus huelgas, anunciaban sus situaciones particulares y ahí se acababa la película. Ahora nos encontramos con que hay un gobierno que no atiende ni está dispuesto, bajo ningún concepto, a mantener ningún tipo de negociación. Hemos vuelto, de hecho, al nivel de negociaciones colectivas de 1981. Se vulneran claramente los Pactos de la Moncloa, forjadores de este modelo económico español que imitaba al modelo europeo de la economía social de mercado, donde el trabajo era implicado en el propio desarrollo de la economía. Esto se agota y, por el contrario, lo que vemos emerger es un proceso de movilización por parte de los mineros en el que confluyen con el 15M, con otras figuras del trabajo –funcionarios, bomberos, e incluso fuerzas de orden público, a las que hemos visto manifestarse, para nuestra sorpresa-.

En esta confluencia, que es la de una serie de sujetos compleja y múltiple (la multitud que sale a las calles), ya no nos encontramos en el escenario de una lucha entre trabajadores de un sector con las autoridades que tienen que negociar sus condiciones laborales. Nos encontramos, por el contrario, inmersos en la multitud, en medio de un cuerpo social que deslegitima al régimen político, que llama a su derrocamiento y que lo que quiere es renegociar el contrato político sobre el que se basa el gobierno en el que vivimos.

No pinta que la situación económica vaya a mejorar, sino todo lo contrario: el rescate ha hipotecado nuestras economías por un montón de años –me refiero a todas las economías, desde las economías domésticas de las familias y de los sectores y entidades más básicas, hasta los grandes sectores productivos–. A la vista de que esto es así, no parece que se vaya a atemperar o a dulcificar la oposición al régimen. Visto además que éste está muy enrocado y recurriendo mucho a la violencia extrema para contener las luchas sociales, no sería sorprendente tampoco que hubiera a mayores un endurecimiento creciente de la respuesta social.

Esto es algo que quienes gobiernan no lo tienen muy claro ni muy presente. Creen –porque llevan gobernando 30 años, y con la excepción del País Vasco, nunca han tenido una resistencia fuerte– que tienen un pueblo de mantequilla que traga con lo que sea. Puede haber, en muy poco espacio de tiempo, un proceso sorprendente de radicalización y de reemergencia de repertorios de acción colectiva, de formas disruptivas, contenciosas, duras, de confrontación, que tendrán efectos que me da la impresión que las élites del régimen actual no comprenden o no alcanzan a comprender. Se creen que únicamente con la represión policial ya hay suficiente.

Hay indicadores que, aunque no son sintomáticos de un cambio estructural, sí son indicadores de por dónde van las cosas, como puede ser el disenso de la policía, la confrontación dentro de las fuerzas de orden público, o de los policías con los bomberos; situaciones de conflicto que van aumentando y nos van situando en una perspectiva inédita desde la Transición, en los años setenta.

Y, por lo tanto, veo un escenario de endurecimiento, de movilización muy masiva, de crisis del régimen, que habrá que ver si es canalizado por la izquierda, por la derecha, si da lugar a la emergencia del fascismo, si es canalizado por la UPyD en ese lenguaje suyo tan demagógico y populista de centro –de extremo centro, que se dice– o si Izquierda Unida sale de las catacumbas estalinistas y opta, de una vez por todas, por plantear realmente la reconfiguración de una interfaz representativa del movimiento que comprenda los cambios en la composición de clase y lo que está sucediendo; algo que, de momento, no se ve por ningún lado, pero que en una situación de tantas movilizaciones y de intensificación tan fuerte de las luchas, pudiera llegar a ser.

Mientras tanto, paso a paso, siguen fraguándose las instituciones de un régimen de poder alternativo: cooperativas, centros sociales, asambleas de barrio, universidad u hospital, colectivos activistas de todo tipo, etcétera. Si desde la izquierda no se sabe leer lo que sucede, el 99 por ciento no esperará.

Publicado 13 de agosto 2012

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