Madrid se vuelca con los mineros o cuando la alegría se impone

Lola Sepúlveda Foto: Javier Bauluz (Periodismo Humano)y Álvaro Minguito

Madrid, España. La Puerta del Sol ya estaba repleta cuando llegaron los mineros; “Madrid entero está con los mineros”, insistíamos; “Este pueblo, sí nos quiere”, respondían ellos con el puño en alto. Ahora sí, ya estaban en Sol, ya estaban en casa.

Horas antes, a las 9:30 de la noche, aún con la luz del sol sobre nuestras cabezas, el tramo final de la calle Princesa estaba cerrado al tráfico y la gente avanzábamos sobre la calzada, hacia la Plaza de la Moncloa, camino a nuestra cita para recibir a la Marcha Negra que llegaba a Madrid desde las distintas cuencas mineras, en un recorrido a pie para exigir al gobierno que nos desgobierna, el cumplimiento de los acuerdos sobre la minería del carbón.

Unos metros más adelante, ya era difícil caminar; poco después, prácticamente imposible. Había grupos de gente que cantaban “En el pozo María Luisa”, también conocida como “Santa Bárbara bendita”, canción popular que relata un accidente en una mina y que está considerada como el himno minero; de hecho, esta canción ha estado acompañando las distintas columnas que se dirigían a Madrid y con su música eran recibidos en las localidades por dónde pasaban. Muchas personas llevaban playeras negras de apoyo a los mineros; otras, verdes de apoyo a la educación; había algunas banderas de partidos políticos, incluido un pequeño grupo del PSOE al que la gente miraba con cara de “¿y qué hacen estos aquí?”, banderas republicanas y enormes mantas de distintos grupos, asociaciones y Asambleas Populares del 15M, dando la bienvenida a los caminantes. Y muchas personas se habían colocado linternas sobre la frente, al modo de las luces que los mineros llevan en sus cascos para trabajar.

En un lado de la plaza estaban los “Yayoflautas”, jóvenes abuelos de edades superiores a los 70 años “nacidos” como grupo al calor del 15M; un poco más adelante, frente a las escaleras por las que se accede a la calle Fernández de los Ríos, repletas de gente, la Solfónica había instalado sus atriles y partituras, había afinado los instrumentos musicales y templado sus voces, y entonaban el himno minero: “En el pozo María Luisa/tranlaralará, tranlará, tranlará/murieron cuatro mineros./Mira, mira Maruxiña, mira,/como vengo yo” y todas las gentes que les rodeábamos, las que estaban en las escaleras, las que se habían situado  en el alto del Intercambiador de autobuses de Moncloa, cantaban con ellos: “Traigo la camisa roja/tranlaralará, tranlará, tranlará/de sangre de un compañero/mira, mira Maruxiña…”.

Ya empezaba a oscurecer; en la Solfónica también había quien llevaba luces sobre la frente que, además, les permitía ver las partituras. Tras el himno de los mineros, siguieron algunas canciones emblemáticas de los años finales de la lucha contra el franquismo; cantaban “habrá un día en que todos/al levantar la vista/veremos una tierra/que ponga libertad”, de Labordeta, y recordaban la conversación entre Siset y su nieto sobre esa estaca podrida a la que si tu tiras para aquí y yo tiro para allá, la tumbaremos y nos podremos liberar, y toda la gente cantábamos a pleno pulmón las estrofas de L’estaca de Lluís Llach: “segur que tomba, tomba, tomba,/i ens podrem alliberar”.

Y todas esas voces y esos cantos se repetían y se repetían entre la gente de la plaza y llegaban un poco más al fondo, hasta el centro, dónde se alza el Arco de la Victoria, construido entre 1950 y 1956 para conmemorar la victoria de Franco, justo en el sitio que fue el campo de batalla de la Ciudad Universitaria, el lugar de la defensa de Madrid, dónde se paró el primer avance que hicieron sobre la ciudad de las tropas alzadas contra la legalidad republicana.

Para entonces, la gente se extendía más allá del Arco, en el camino que conduce a la Ciudad Universitaria, en la que habían estado descansando los mineros, ya juntas todas las columnas de la marcha.

Se les esperaba sobre las 10 de la noche, pero fue solo hora y media más tarde cuando les vimos llegar. Abría la marcha un grupo de Bomberos de Madrid, siempre solidarios; atrás, encabezados por las banderas de sus regiones, caminaban los mineros con las linternas de sus cascos encendidas; quienes esperábamos, les recibimos con el grito de “Madrid entero se siente minero” y ellos daban las gracias, y nos respondían “Nunca podremos olvidar esto”; se sucedían los gritos que coreábamos como una sola e inmensa voz: “Hoy con banderitas, mañana con dinamita”,  “Si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra”; y es que los mineros ya no solo representan la lucha por salvar sus puestos de trabajo, sino que son el símbolo en el que confluyen las distintas luchas en las que estamos inmersos en este país, luchas en la que nos jugamos un futuro digno.  Y por eso, y por esa noche, modificamos la famosa consigna del “No nos representan” del 15M y les dijimos a los mineros “¡Qué sí, qué sí nos representan!”, sin faltar un recuerdo para la Eurocopa, coreando a su paso “Estos son nuestros verdaderos campeones”.

Tras su paso, nos fuimos sumando al cortejo, juntándonos, mezclándonos con quienes les acompañaban, con sus familias que habían llegado hasta Madrid para marchar con ellos, “aquí están, estas son, las mujeres del carbón”, gritaban con fuerza un grupo de ellas tras una manta. Avanzábamos despacio, muy despacio, pues si por detrás la cantidad de gente que nos habíamos unido ya a la marcha era muchísima, por delante aún les esperaba una calle Princesa totalmente abarrotada de gente.

La delegada del Gobierno de Madrid, encargada de “velar por el orden público”, sea lo que sea eso, había dicho que la concentración en Sol estaba autorizada hasta las 12 de la noche. Imposible la tarea de tapar el sol con un dedo; era ya medianoche y la marcha apenas había iniciado su recorrido: calle Princesa, Gran Vía, calle Alcalá y finalmente, Sol. Casi tres kilómetros y medio que pueden recorrerse en 60 minutos, fueron testigos de una multitudinaria marcha nocturna, que no llegó a su punto de destino sino hasta las 2 de la madrugada.

El día siguiente en la mañana, mientras el presidente Rajoy anunciaba en el Congreso unos recortes que castigan duramente a las clases menos favorecidas del país, entre los aplausos de su grupo parlamentario, y el comentario de una diputada del PP que gritó “¡que se jodan!” cuando anunció el recorte de las prestaciones por desempleo, en otra multitudinaria marcha encabezada de nuevo por los mineros, nos dirigimos hacia el Ministerio de Industria, en el Paseo de la Castellana; si durante la noche anterior no se había visto prácticamente ningún policía, esta vez estaban apostados a lo largo de la vía, vestidos con el uniforme de “antidisturbios” y con los cascos colgados del cinto. Tal despliegue no presagiaba nada bueno, y lamentablemente así fue; la policía cargó con una violencia absoluta, atacó a personas que avanzaban con las manos en alto, disparó pelotas y balas de goma desde furgones en marcha y golpeó a periodistas y fotógrafos, mientras mucha gentes les recriminaba y les recordaba que “también a vosotros os han quitado una paga”, en referencia a los recortes decididos por el gobierno.

Por la tarde, ya sin los mineros que iban ya de regreso a sus localidades de origen, estaba  convocada otra marcha en apoyo a sus reivindicaciones; nuevamente numerosa, su recorrido terminaba en Sol, pero al llegar allí, de nuevo la policía intervino de forma indiscriminada,  disparando con sus bocachas las pelotas de goma y golpeando  a todo el que estuviera en Sol y en las calles aledañas, ya fuera manifestante, turista, jóvenes que hacían cola en la puerta de un cine  o ciudadanos sentados en la terrazas de un bar, compartiendo con unos amigos el calor de la noche madrileña. Daba igual. Las tiendas y estaciones de Metro fueron nuestro refugio porque cualquier persona que caminara por las calles alrededor de la Puerta del Sol, podía ser golpeada y detenida.

Una compañera de la Solfónica, participante activa en una Asamblea Popular del 15M, envió un correo al día siguiente de estos sucesos, donde cuenta lo ocurrido: “Ayer fue un día tremendo. Ya desde por la mañana la policía se empleó a fondo. Por la noche estaba cantando en Sol con la Solfónica, cuando de repente la policía cargó y todo el mundo salió corriendo. Dejaron a un chico en el suelo tirado con la espalda toda señalada de la porra. Quisieron llevarse a otro por hacer fotos. Una chica de la Solfónica perdió el atril y las partituras. Nos quedamos unos poquitos y nos pusimos a cantar. Éramos cuatro gatos y casi no se nos oía, pero poco a poco la gente fue volviendo a la plaza y se nos unió, formando un coro todos juntos cantando. La policía se quedó sin saber qué hacer, nosotros cantábamos Santa Bárbara, Labordetta, La canción del pueblo, Luis Llach… una y otra vez. Cada vez se nos unía más gente. La policía nos rodeó, pero no intervino y al final se fue retirando. Nos fuimos todos afónicos pero emocionados, la gente nos abrazaba. Es importante estar unidos y perder el miedo. Un abrazo. Ana”.

Publicado el 16 de julio 2012

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