Semiesclavitud en el trabajo migrante en Italia

Alejandro González Ledesma y Gloria Muñoz R. Foto: Simona Granati

Roma, Italia. El sector agrícola es casi la única posibilidad de trabajo para quien llega a Italia sin papeles, sobre todo en el sur, que es en donde hay menos controles y más abusos. En Campania, Calabria, Puglia y el Lazio, zonas donde la economía y la política se relacionan con las diferentes mafias, existen lugares donde las condiciones del trabajo migrante son muy cercanas a la esclavitud. La cuestión, explican Anna y María, de las Brigadas de Solidaridad Activa (BSA), en entrevista con Desinformémonos, es que las leyes sobre migración que actualmente existen en Italia crea muchas dificultades para que las personas se regularicen, y gracias a esto los patrones cuentan con un ejército de trabajadores dispuestos a todo con tal de mantener su trabajo. Hoy en día, quienes sufren más esta situación son los africanos, sobre todos los que vienen de países del África Subsahariana: Ghana, Gambia, Senegal, Burkina Faso, Nigeria, Eritrea, entre otros.

“En el norte”, indican las activistas, “descubrimos que entre los trabajadores está naciendo la idea de desarrollar una forma de lucha interterritorial”. Al norte se van sobre todo los migrantes regulares, ahí hay lugares en los que casi no hay caporales y los trabajadores tienen una relación directa con los propietarios. En muchos sitios son las mismas autoridades las que ponen las casas en el campo. Es curioso, dicen, “porque pareciera que ahí están mejor, pero el trabajo migrante en el norte es tratado como una emergencia natural. A los migrantes los tratan como si hubieran sido desalojados por un terremoto, pero es a un sector entero de la economía al que tratan de esta manera. Es como si por un lado quisieran controlar a los trabajadores migrantes para evitar que se organicen, mientras que por el otro tratan de ocultarle a los italiano que las leyes migratorias sirven para deprimir el salario y los derechos sociales en este país.”

“Lo que sucede en el norte”, añade Anna, “es que existen otras formas de engaño y de abuso hacia los migrantes. A veces les hacen contratos de medio tiempo cuando en realidad trabajan diez horas, entonces les pagan legalmente una parte y la otra –siempre menor con respecto a lo que debería ser–, la pagan en negro. En estas condiciones tampoco pueden tener prestaciones de ningún tipo porque estos contratos no lo permiten. El resultado es que hay una flexibilidad total del trabajo, que los hace moverse de un lado al otro; es como una migración dentro de la migración. De nuestra parte, como organización estamos construyendo una red de trabajadores en donde exista la oportunidad de que la gente se conozca e intercambie experiencias, y que cuenten, además, con la oportunidad de recibir asesoría legal. Lo interesante de esta red es que no sólo hay trabajadores del campo, sino también pequeños productores y grupos de consumo solidario.”

En las Brigadas de Solidaridad Activa están convencidos que el sector agrícola no tiene porque ser un laboratorio político y económico donde se experimenta con lo peor del sistema: “Nosotros vemos que mucho de lo que ahí han ensayado lo están aplicando a los trabajadores italianos. Nuestro análisis, y en eso coincidimos con Vía Campesina, es que se están aprovechando de la gente que ha abandonado el campo en otros países, para ejercer presión sobre los salarios, en este caso de los italiano. Suena simple, pero es una dinámica compleja esa de crear una  guerra entre los pobres.”

Para los partidos políticos de derecha, como la Liga Norte, la migración es uno de los puntos más delicados en la agenda. En el pasado han conseguido aprobar leyes que vuelven todavía más difícil la situación de las personas que no tienen papeles. A decir de Anna, estos partidos aparentan estar al lado de la gente, pero no es así. “Si tu como italiano aceptas una ley que vuelve permanente la irregularidad, estás ejerciendo presión sobre el tu trabajo regular, te bajan poco a poco tu nivel de vida y te ponen a competir con mayores desventajas todavía.”

“Por eso es necesario conectarse con otras luchas. Es decir, no son los migrantes, los pobrecitos, los últimos del mundo a quienes tenemos que ayudar en una forma muy humanitaria, no: somos trabajadores todos. Es un trabajo muy complejo y estamos al inicio. Ahora intentamos unirnos como asociaciones principalmente en Roma y en Milán. Nuestra organización se ocupa principalmente del sector agrícola, pero nos estamos moviendo bajo la idea de una perspectiva más amplia, para relacionar las luchas del trabajo en los distintos sectores, en diferentes territorios. Italianos e migrantes juntos, pues.”

Las Brigadas de Solidaridad

“Nuestra organización nace en 2009, luego del terremoto en L’Aquila”, comenta María. “En ese entonces la Protección Civil había organizado los campos de refugiados como si se tratara de un estado de excepción: la gente no podía salir ni hablar con nadie de afuera; no podía leer periódicos y mucho menos consultar internet. Nosotros impulsamos la creación de un campo autogestionado. Fue una experiencia de transversalidad, horizontalidad y organización desde abajo que a partir de entonces tratamos de llevar a otros lados.”

“Y justamente hace dos años comenzamos a trabajar en Puglia, junto con los compañeros de las asociación Finis Terre, en la creación de un campo alternativo en el que los migrantes pudieran vivir y organizarse autónomamente durante el periodo de las cosechas.” Por lo general los migrantes recién llegados duermen donde pueden hasta que son reclutados por los caporales –que funcionan como mediadores entre los terratenientes y la mano de obra. La mayoría de las veces a los migrantes se les obliga a permanecer en casas abandonadas o campamentos improvisados en medio de los sembradíos, ahí se les retiene el pasaporte hasta que termina la cosecha. Quienes viven en estas condiciones, además de trabajar entre 12 y 15 horas al día, deben pagar el hospedaje y los alimentos; el trasporte que los lleva a recolectar y, por si fuera poco, deben entregar al caporal un porcentaje de lo que ganan al día como pago por la “oportunidad” de trabajar.

 “Ante esta situación, además de impulsar la auto organización al interior del campo”, explica María, “informábamos a los trabajadores sobre sus derechos, porque la gran mayoría de ellos los desconoce.” Una situación que se repite año con año, porque “quienes trabajan en las cosechas difícilmente saben que existen leyes que deberían protegerlos, ya que están aislados y son marginados y controlados por los caporales. Por ello la idea del campo alternativo era tratar de romper el aislamiento y visibilizar las contradicciones de este tipo de trabajo a nivel nacional. Hacer ver que existe el problema, pues. Nosotros fomentamos la organización autónoma de los trabajadores acompañándolos, sosteniéndolos, pero jamás guiándolos. Lo único que hicimos fue darles los instrumentos informativos para que se organizaran.”

El trabajo de Finis Terra y de las Brigadas de Solidaridad Activa se reflejó en el aumento de contratos regulares que se registraron en 2010. Anna señala que en ese periodo los patrones hicieron 200 contratos de entre los 600 trabajadores que había en aquellos momentos. “Pareciera no ser un aumento considerable, pero si se tiene en cuenta que un año antes se habían firmado solamente diez contratos…”

Sin embargo, en el 2011 las cosas se complicaron mucho debido a la caída del precio de la sandía. La fruta comenzó a llegar mucho más barata de Túnez, Grecia y España, por lo que aumentó el desempleo entre los migrantes que, sin saberlo, seguían llegando a Nardó. “Nosotros teníamos esta campaña contra el trabajo ilegal en medio de un contexto de desocupación alarmante, era muy difícil continuar con la denuncia. Había sobrepoblamiento en el campo y los servicios no alcanzaban para todos. Los otros campos estaban cerrados ya que a los patrones ni siquiera les convenía cosechar; las sandías se pudrían al sol.”

Con este ambiente de tensión se llega a julio, cuando comienza el periodo del jitomate. Los caporales, señala María, “se vuelven mucho más cabrones con los migrantes, porque la falta de trabajo del mes anterior los tenía desesperados y se aguantaban. Pero a finales del mes, mientras cuarenta trabajadores de estaban haciendo su jornada, el caporal se les acercó para decirles que tenían que trabajar el doble, ellos –obviamente- piden más dinero a cambio; el caporal dice que no, entonces los trabajadores regresaron al campo. Al otro día se declaran en huelga.”

La lucha de la Masseria Boncuri, como se le conoció en los medios de comunicación de todo el país durante los 13 días que duró el conflicto, sorprendió a una opinión pública que, como comenta irónicamente Maurizio Ricciardo, del blog connessioni precarie, “veía que los migrantes no sólo no se resignaban a su destino de víctimas, sino que reivindicaban algunos derechos genéricos de ciudadanía (contratos regulares, jornadas de trabajo de ocho horas, atención médica, etc.), sabían organizarse e incluso ponerse en huelga.” Para Anna y María se trató de un momento muy positivo de construcción colectiva que se reflejó en el ánimo y en el trabajo tanto de la gente de Finis Terre como en los integrantes de las Brigadas de Solidaridad Activa.

“Apoyábamos a los trabajadores como podíamos” dice María y, reflexionando, agrega: “una cosa que me llevaré hasta la muerte es que nosotras fuimos parte de ese proceso porque para nosotras la solidaridad es horizontal.” Los cuarenta trabajadores de Nardó lograron una mesa de negociación con las autoridades de la provincia de Lecce, ahí denunciaron los abusos, la explotación y el maltrato del que son sistemáticamente objeto. Presentaron también sus demandas: contratos regulares para todos, jornadas de trabajo de ocho horas, salario digno y trato directo con los dueños de las tierra, o sea, terminar con el caporalato.

“Sin embargo no hubo respuesta a las demandas concretas de los trabajadores. Al final el gobierno aprobó una ley que castiga penalmente la práctica del caporalato. Antes sólo se pagaba una multa de 50 euros y terminaba todo, ahora tendrían que ir a la cárcel. De todos modos sabemos que esta ley es un adorno porque no castiga a las empresas, que son las que se aprovechan del trabajo migrante irregular. Y luego es muy difícil comprobar que una caporal trabaja de caporal, ¿me explico? Pero es mejor que nada… no es que nos alegre que  hoy se hable de cárcel, sino del reconocimiento de un problema que existe desde hace muchos años en Italia.”

Para Anna, la huelga de los trabajadores de la  Masseria Boncuri fue muy importante para las BSA, porque también les ayudó a ponerse en contacto con asociaciones de todo el país que trabajan alrededor del tema de los migrantes y la agricultura. “En Calabria, Basilicata, Campania… en todo el sur y varias regiones del norte hubo contactos. Hemos conocido a tanta gente gracias a los trabajadores migrantes, porque ellos se van moviendo por el país con los ciclos agrícolas, y en su camino conocen a otras organizaciones que trabajan con ellos.”

 Publicado el 23 de julio 2012

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