Leer o no leer , un libro sobre la lectura en México

Marcela Salas Cassani

México DF. Al terminar de leer las páginas de Leer o no leer. Libros, lectores y lectura en México “uno se descubre melancólico, como en declive o extinción, pues se da cuenta de que somos parte de un grupo minúsculo, ése que compra, atesora y lee libros”, dice Camilo Ayala Ochoa, de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM, en el marco de la presentación de la obra de Juan José Salazar Embarcadero, un conjunto de textos sobre la situación de la lectura en México.

Al hacer un repaso de la historia de la edición en el país, el autor recalca cómo desde los inicios de la industria editorial en México se ha visibilizado la dependencia de España. México es el primer importador de libros españoles: por cada euro que México le vende en libros a España, ésta le vende a México 180 euros.

En Leer o no leer, uno encuentra un panorama poco alentador: escasos lectores y políticas insuficientes de fomento a la lectura. Las cifras son escalofriantes: en el 94.56 por ciento de los municipios del país no hay una librería y el 13 por ciento de los mexicanos jamás ha leído un libro completo. De acuerdo con el autor, bestsellers, libros de autoayuda y el “mar sepia” (revistas estilo Lágrimas y Risas y Memín Pinguín) conforman el grueso de las lecturas en el país. “Es preocupante”, advierte Salazar, “pues este tipo de lectura no está sustentada en conceptos y no permite enriquecer el discurso en el espacio público. Son lecturas que no tienen ninguna relevancia”.

No fue hasta 1980 cuando la poca importancia que tenía la lectura comenzó a ser visualizada como un problema nacional. Durante ese año, el promedio de libros leídos por persona en México era de medio libro al año.

En el 2001, el diario La Jornada publicó un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación (UNESCO) sobre la lectura. Los números eran alarmantes: de 147 países, México ocupaba el penúltimo lugar con 2.8 libros leídos al año. Años más tarde, en el 2005, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) realizó una encuesta nacional de lectura. Los resultados no fueron mucho más alentadores que cuatro años antes. En promedio, cada mexicano leía 2.9 libros al año. Entre la medición de la UNESCO y la de la UNAM hubo muchos esfuerzos por promover la lectura, pero el crecimiento del público no fue significativo.

“Este fracaso”, opina el autor de Leer o no leer, se debe a que los programas de lectura no llegan a toda la población -el Programa Nacional de Lectura, por ejemplo, está diseñado para alumnos de primaria y de secundaria-, y en muchos casos no tienen incidencia en las regiones más apartadas del país. La mayoría de las ferias del libro que se organizan en México están pensadas para niños y adolescentes. Es decir, que “estas políticas no contemplan el fomento de la lectura en adultos”, indica Juan José Salazar. El autor apunta que en México “la gente sí lee, el problema es lo que lee. Cada semana se tiran 2 millones 750 mil ejemplares de TVyNovelas, y Editorial Televisa, la editora de revistas en lengua española más grande del mundo, vende 2.5 revistas por segundo todos los días”.

Otros de los problemas a los que se enfrenta la lectura es el dominio del mercado que tienen las grandes editoriales como Alfaguara, Planeta y Urano, entre otras, que “inundan los canales de distribución con bestsellers y dejan rezagadas a las editoriales independientes”. Además, las grandes librerías como Gandhi y El Sótano han acaparado el mercado y gracias a los descuentos que les ofrecen las editoriales por comprar al mayoreo, pueden vender más baratos muchos títulos, “lo que pone en grave desventaja a las pequeñas librerías tradicionales que simplemente no pueden competir con los precios y están desapareciendo”, señala el editor y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Juan Carlos Rangel. Pese a todo, el libro y los lectores sobreviven.

A pesar de la popularización de nuevos soportes de lectura (ebooks), el público asiduo al papel y la tinta sigue buscando títulos, tanto en las grandes cadenas libreras como en las pequeñas librerías “de viejo”. “El libro no está condenado a desaparecer”, asegura Salazar, “es posible imaginar que los libros intelectualmente valiosos se seguirán imprimiendo en papel, pues la cultura de libros exige competencias muy diferentes que no se pueden desarrollar con los dispositivos electrónicos. Y a fin de cuentas, leer seguirá siendo una actividad que nos vuelve más humanos y nos da las herramientas para movernos en la sociedad”.

Publicado el 14 de mayo 2012

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