L'amour sí tiene fronteras

Traducción: Arthur Lorot

La propuesta de Nicolás Sarkozy de condicionar las visas de cónyuges extranjeros a que puedan comprobar recursos económicos no será aplicada, pero amar a un extranjero sigue siendo un calvario.

En este contexto, la asociación Les amoureux au ban public ofrece apoyo jurídico y moral a las parejas que luchan por llevar una vida amorosa sin el miedo permanente del arresto y de la deportación.

A continuación, tres testimonios de parejas que acudieron a Les amoureux au ban public buscando una solución a su situación.

 “No me rendiré”

Soy interventor social para un servicio que se ocupa de personas extranjeras en situación irregular. En este contexto conocí a mi esposa, de origen togolés, en enero de 2009.

Había llegado a Francia con el pasaporte de su hermana canadiense. Ella misma había vivido en Canadá y en Estados Unidos durante más de 10 años, y allá había realizado sus estudios universitarios. Pidió un permiso de residencia por razones médicas –tiene una enfermedad genética- en Bretaña, usando el nombre de su hermana. Fue un error fatal que estamos pagando muy caro hoy. Fue delatada por un miembro de su comunidad y fuimos arrestados, ella por usurpación de identidad y yo por ayuda a estancia irregular. Después de 48 horas de detención provisoria y un acuerdo con el procurador, los cargos fueron retirados.

Nos casamos en septiembre de 2010, y fuimos a la prefectura a pedir un permiso de cónyuge que nos negaron. La única solución propuesta por estos funcionarios desdeñosos, que se permitieron insultar a mi esposa, fue el regreso a Togo. Sin otra opción, ella regresó a Togo en noviembre de 2010 para pedir una visa, que le fue negada porque, dijeron, “tenía que pagar las consecuencias de sus actos”, aun cuando los cargos habían sido retirados.

Luego, después llevar una multitud de facturas comunes: de contrato de inquilino común, de cuenta bancaria común, y testimonios y fotos para la encuesta de la prefectura, avisaron a mi esposa que se le negaba su estancia porque la encuesta había “revelado la inexistencia de relaciones matrimoniales”.

Seguimos con un amparo y esperamos noticias. Nos dicen que Francia no puede recibir a cualquiera persona, pero no lo es, es mi esposa. Soy nieto de un integrante de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, tataranieto de un soldado de la Primera; mi historia familiar me enseñó la perseverancia.

“Ya no puedo más”

Soy Geralda y soy haitiana. Me casé en marzo de 2010 con Jonathan, quien es ciudadano francés.

Hace ya un año que deposité mi acta de matrimonio en la embajada de Francia. Me llamaron una vez porque mi esposo no había mandado la copia de todas las páginas de su pasaporte. Luego me marcaron para hostigarme y la persona que me entrevistó consideró que mi esposo y yo no nos conocemos bastante. Desde entonces, no tuvimos ninguna noticia.

Después de un año de ausencia, mi marido regresó a Haití para informarse y le dijeron que nuestra acta estaba pendiente de comprobación.

Pasé un año pensando en el suicidio. Estaba obligada a vivir lejos de mi marido porque se niegan a transcribir nuestra acta. Ya no puedo más, no creo poder vivir otra vez lo que viví durante la ausencia de mi esposo.

“Mientras viva me indignaré por todas estas situaciones”

El mío es sólo un testimonio entre muchos otros, pero espero que devuelva la esperanza a todos en estos tiempos difíciles para amar a un extranjero. Mi esposo es argelino y estamos enamorados desde agosto de 2008. Él era lo que llaman, con o sin razón, un “sin papeles”.

Créanme, empezamos a amarnos muy pronto, y también muy pronto su situación administrativa nos alcanzó. En diciembre de 2008 ocurrió el arresto brutal, y la expulsión a finales de enero de 2009. Luego vinieron las visitas al Centro de Retención Administrativa, presentación de recursos frente al juez y después, el avión un miércoles en la mañana con destino a Argelia.

Un año… un año de esperar su visa para regresar a Francia a mi lado, a través de otro país de la Unión Europea. Tengo suerte de contar con los recursos y el empleo que me permitieron compartir todas las vacaciones escolares con él.

El resto del tiempo lo pasábamos en skype durante largas noches de entrevistas a solas vía la pantalla de la computadora. Nunca dudé de nuestro reencuentro. Llegó a finales de enero de 2010, un año después, y nos hemos instalado de inmediato en pareja. Presentamos el expediente de matrimonio a un teniente alcalde recalcitrante, a quien tuvimos que recordar la ley. ¡La pura ley! Le hicimos saber que no se puede oponer a un matrimonio, a menos que sospeche de un matrimonio por conveniencia. Extrañamente, poco tiempo después mi esposo fue detenido y pasó un día en detención provisoria. Fui a quejarme en la oficina de los oficiales de policía y expliqué nuestra historia. Confieso no saber bien por qué, pero lo liberaron con un aviso de repatriación a la frontera, y nos casamos tres días después con el miedo de un arresto a último momento.

La oficina de los extranjeros nos llamó al día siguiente para amenazar a mi marido de expulsión y de enviar fuerzas policiacas a casa. Fueron dos meses de escondernos en casas y redes de amigos, el tiempo necesario para encontrar una buena abogada especializada en derechos de los extranjeros.

La abogada encontró una jurisprudencia en Lyon, que se amparaba en los acuerdos franco-argelinos de 2001: un argelino con un aviso pendiente de repatriación a la frontera y casado con una francesa no está obligado a regresar a Argelia para obtener su visa de cónyuge, puede quedarse en el territorio francés con su familia y debe obtener un permiso de residencia.

Armados con esta jurisprudencia y en compañía de nuestra abogada, fuimos a la “oficina de los extranjeros” para reclamar la aplicación de nuestros derechos y el fin del hostigamiento: nos dieron la razón. No pudieron hacer más que aplicar esa jurisprudencia, es decir, ¡aplicar la ley!

Mi esposo y yo compartimos momentos intensos de felicidad, pero también momentos de gran desaliento, de ira, de miedo… Miedo de estar separados de nuevo, como ya nos ha pasado. Estos sentimientos mezclados no se pueden describir. Nos hacen sentir solos frente a una máquina administrativa injusta, amenazante y además, mentirosa. Nunca olvidaré en qué país vivo: un país que hoy en día niega los derechos humanos. Mientras viva, me indignaré con todas estas situaciones. No se rindan, luchen hasta el final. Las cosas pueden cambiar, y el derecho de las parejas mixtas a llevar una vida familiar es irrenunciable.

Publicado el 14 de mayo 2012

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