El infierno se llama Síntagma

Testimonios de K1 de Koupepkia y Dimitis Agorastós Traducción: Marina Demetriadou

Los dos testimonios que se presentan a continuación son de manifestantes que se reunieron afuera del parlamento griego el día que se votó el segundo acuerdo de préstamo con nuevas medidas de austeridad. A la manifestación siguieron tres días de huelga general.

Pensamientos del día siguiente

Éramos muchos, vivimos juntos momentos inolvidables de cacería, enfrentamientos en las calles y después difamaciones por los medios de comunicación. Y cuando digo que éramos muchos, quiero decir que éramos incontables. No había visto tanta gente desde los indignados de mayo y junio de 2011.

Me impresionaron las familias. Jóvenes de 20 años que tal vez solían ir a las marchas con o sin sus papás, trataban de respirar entre tantos gases lacrimógenos y al mismo tiempo, dentro del humo y el ruido, se preguntaban: “¿dónde está mi mamá?”.

No estábamos preparados para esto. Íbamos a la manifestación como si fuéramos a una excursión escolar, sin pañuelos, sin melox,[1] sin máscaras y demás equipo. “Será una reunión”, pensamos. Pero no…

La gente era mucha antes de las cinco de la tarde, que fue la hora de la cita para manifestarnos enfrente del Parlamento. Nos acercamos a la plaza Síntagma alrededor de las cinco y media, junto con muchísima gente que iba sin organización, bloques o mantas. No pudimos llegar a la plaza. Una cuadra antes llegó el olor del gas lacrimógeno y la gente se retiró en orden de Síntagma. Nosotros también. Cuando la cosa se relajó un poco, hicimos un recorrido para entrar a la plaza por otro lado. Llegamos hasta una esquina antes. La gente gritaba “nos fumigan” y se retiraba.

Admiré el autocontrol y la impavidez de una multitud que se ahogaba, que se quemaba, gente a  la que  fumigaban como a cucarachas, pero no hubo una estampida, la gente no se fue por miedo. Las voces que llegaban de todos lados decían: “No nos vamos, que nadie se vaya de acá”. Los más preparados untaban melox a los que no llegaron tan equipados y todos nos  animábamos unos a otros.

Lograron replegarnos cinco o seis cuadras, hasta el edificio histórico de la Universidad de Atenas. Nunca había visto tanto humo. La avenida Panepistimíu (Universidad) parecía un campo de batalla. Nos quedamos un buen tiempo allá. Piedras y bombas molotov por un lado, químicos y macanas por el otro.

Y en este tiempo sucedió algo inesperado: la gente animaba a los que se defendían del ataque de la policía, alentaba a los que tiraban bombas molotov, tomaban piedras para ayudarlos. La única consigna que se oyó durante un largo tiempo fue: “policías, cerdos, asesinos”. Nadie hablaba contra los acuerdos de préstamo, ni del gobierno, ni de las medidas de austeridad.

En las marchas me molestan mucho los idiotas que van a romper y desorientan a la gente de lo que importa, sólo preocupándonos por los “incidentes”. Ayer fue la única vez que me sentí solidaria con los defensivos (los “destructores” según los medios de comunicación) y deseaba que lo rompieran todo, que no quedara nada intacto, para tomar venganza por todos. No he visto tanta violencia, tanta agresividad sin provocación, tanta furia por tantas horas por parte de la policía antimotines.

Ayer lograron transformar a miles de pacifistas en cazadores de policías, personas dispuestas a romperlo todo para mostrar cuánto les ahoga el humo, los químicos, la razón. Fue como si la piedra que todos queríamos tirar pudiera pegar en el corazón de la realidad ficticia para comprobar cuántos, cómo y porqué estábamos allá. Por un lado, lo podrías llamar éxito…

Cómo viví el intento de asesinato masivo en plaza Síntagma

Son las 11:40, de la noche del domingo. Acabo de regresar de Síntagma. No sé exactamente cuándo voy a subir este texto, porque no tengo internet estable. Pero quiero registrar todas las cosas monstruosas y sin predecente que viví esta tarde.

Desde las cinco y media, cuando llegamos a la plaza Síntagma, enfrente del parlamento, empezamos a escuchar ruidos fuertes y a oler gases lacrimógenos que tiraban desde otros lados. Pero en general todo estaba bien. La gente aumentaba paulatinamente. De lo que entendí, alrededor de las ocho de la noche la policía antimotines recibió la orden de intensificar sus acciones para vaciar la plaza. Los gases lacrimógenos empezaron a caer como lluvia, principalmente en la parte baja de la plaza y de la avenida Stadíu. Nosotros estabamos al sur del parlamento y allá también, por la aglomeración de gente, el aire fue muy pesado. Cada respiración requería mucho esfuerzo. Por fortuna, algunas personas tenían melox y nos lo rociaban en el rostro. Con un poco de esto y un poco de agua, logramos sobrevivir al primer ataque.

Poco a poco la gente empezó a concentrarse otra vez en la plaza. La atmósfera era pacífica. Nos paseábamos entre los grupos organizados de personas, platicábamos y todo parecía tranquilo, aunque se escuchaban ruidos fuertes desde lejos. No vi chicos que rompieran cosas, no vi gente tirando objetos, en general no vi ninguna provocación. Entonces, alrededor de las diez, de repente tiraron dos o tres gases lacrimógenos al lugar en el que estábamos en el parlamento; al mismo tiempo, la policía antimotines empujaba a la gente hacia la plaza. Del otro lado, escuchamos el lanzamiento de dos o tres gases lacrimógenos más. Como resultado, la gente quedó atrapada en la plaza. Naturalmente todos trataban a salir hacia la parte baja de la plaza. Mientras la gente pedía ayuda (yo también, porque no podía ver ni respirar), los granaderos tiraron gases lacrimógenos hacia donde estaban las personas. Esto lo puedo asegurar porque el gas cayó exactamente atrás de mí. Francamente no sé cómo logramos a salir de este infierno. Nos movimos hacia el sur donde el aire fue más limpio, y los granaderos “nos hicieron el favor” de dejarnos salir.

No sé si los incendios fueron un plan organizado,[2] pero el ataque asesino de la policía antimotines en la plaza fue completamente organizado. Su meta no fue solamente repeler a la gente, sino francamente matarla. No puedo explicar de otra manera cómo es posible tirar gases lacrimógenos a tantos miles de personas que se manifiestan en paz. Simplemente por eso el ministro de seguridad debe dar explicaciones y retirarse.

Francamente lo que viví no querría que lo viviera nadie nunca más. Fue la primera vez que estaba entre gases lacrimógenos y debo decir que es diferente ver estas cosas feas a través de la tele que vivirlas de cerca. Los cobardes que nos ahogaron en gases lacrimógenos son despreciables, tanto los que dieron las órdenes como los soldaditos que las cumplieron. Esas imagenes estarán siempre en mi memoria, como en la memoria de todos los que casi morimos por los químicos del Estado frente al parlamento.

¿Hay todavía gente que se pregunta por qué la gente grita “policías, cerdos, asesinos”? Si la hay, pues que se den una vuelta por la plaza Síntagma en la siguiente marcha.

Debemos agradecer a los artistas invitados del PAME (la Unión de Trabajadores del Partido Comunista), que nunca llegaron hasta Sintagma, pero con orden y felicidad movían sus banderitas frente al Templo de Zeus (a dos cuadras del parlamento hacia el sur) mientras nosotros tratábamos de respirar.

 


[1] Medicina para el estómago que untada en el rostro puede ayudar por algún tiempo contra los gases lacrimógenos.
[2] Se quemaron las entradas de bancos y de dos cines, todos edifícios clasificados como históricos.

Publicado el 02 de Abril de 2012

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