Sueños que habitan tras el muro

Testimonio recogido por Sergio Adrián Castro Bibriesca en la Ciudad de México

Eran las nueve de la mañana, íbamos tres en un carro además del conductor, no conocía a los que iban conmigo. En el camino pasamos a desayunar y el coyote me dijo que tenía que comprarme ropa de cholo, me dijeron que tenía que estar vestido como los del otro lado. Me tuve que disfrazar para que no me deportaran. Compré una camisa, un pantalón y tenis. Me daba miedo, pero intentaba verme seguro.

Después de un rato, el coyote comenzó a dar rondines esperando el momento propicio para entrar. La gente que vas conociendo te dice que te encomiendes a la virgen y te van dando a su manera sus bendiciones. Al llegar a la línea te encuentras con un terreno baldío, grande, parecido a un cementerio, está lleno de cruces. Todo el que quiere cruzar debe de clavar su cruz. Le pones tu nombre y la fecha, en la parte de atrás pones tus metas, que quieres ir a trabajar y regresar con bien. Cuando regresas bien, debes ir y quitar la cruz como un símbolo de agradecimiento, y cuando no lo logras o falleces en el intento, es el único medio de saber algo de ti, de todos los que intentaron cruzar.

Cuando llegué a la línea me di cuenta de que había mucha gente esperando el momento justo para entrar. Una gran fila, todos con gran actitud. Cuando estás por pasar, la misma gente de ahí te anima, te apoya y te da toda la buena vibra. Para ingresar a los Estados Unidos existen algunas formas de pasar; la primera de ellas es por la línea, en auto, te consiguen papeles de gente que se parezca a ti; la otra es meterte en la cajuela, ya los autos vienen equipados con oxigeno; también puedes entrar nadando o caminando por el desierto, yo brinqué el muro. El coyote me quería pasar por la línea pero no se pudo, luego me quisieron meter en la cajuela, pero yo no quise, porque yo veía como la gente llegaba a morir, pues algunos te dejan en el auto, por ahí abandonado.

La forma en que operan es toda una red, cada coyote tiene sus lados y sus formas para pasar a la gente. Yo tenía a mi coyote, él me dejó por unas horas con otro. En ese lapso prácticamente estás secuestrado. El coyote con el que estuve trató de extorsionar a mi familia pidiendo dinero para un rescate, pero no prosperó. Pasaron unas horas hasta que regresé con el coyote que era mi encargado. El destino final era Anaheim.

Ya era tarde, casi noche, llegué a Santa Ana, en California, ahí una mujer me pasó hasta allá. Cuando cruzas del otro lado, antes de entrar a las ciudades hay otro tipo de retén para los inmigrantes que lograron pasar el primer filtro. Cuando íbamos a pasar nos rebasó una camioneta con las luces apagadas, se adelantó, hizo una señal parpadeando tres veces las luces y se fue, pronto las tres unidades de policía que se estaban acercando, siguieron a esa camioneta, lo que nos dejó el camino libre. Nosotros pasamos, todos los que pudimos. A aquella camioneta la detuvieron con muchos migrantes. Ahí me dijeron que unos son la carnada y otros son los que pasan. Los nuevos normalmente son la carnada y los que ya fueron, son los que pasan a la siguiente oportunidad. Yo tuve la suerte de pasar rápido. Eran las cuatro de la mañana del siguiente día y yo ya había llegado a mi destino.

Muchas veces me preguntaba que qué hacía yo allí, sin embargo, la necesidad es la que te hace fuerte. La primera semana en Estados Unidos tuve pesadillas. Soñaba que no podía pasar, que me regresaban, que me moría.

Cuando no logras pasar y la migra te deporta durante las horas de la tarde o noche hay un problema. La misma gente mexicana o guatemalteca que se queda sin cruzar, forma sus banditas. A los hombres los golpean, les quitan lo que tienen, los llegan a matar. A las mujeres las violan y también las llegan a asesinar. Dice la gente que es preferible que nos quedemos encerrados toda la noche con las autoridades gringas y que nos dejen por la mañana. En la tarde es muerte segura.

Me fui para los Estados Unidos en octubre de 2002. Tuve que dejar mi país porque me orillaron las necesidades económicas que había en casa, las deudas, la desesperación de querer comprar algo y no poder hacerlo. Cuando me fui estaba emocionado por llegar a un país primermundista, porque podría cumplir el sueño americano. Mi idea era llegar y acomodarme, tenía contemplado quedarme por allá y ayudar a mis padres.

Salí de la Ciudad de México, me fui en avión a Tijuana. Se canceló dos veces el vuelo, la primera vez se descompuso algo en el avión, la segunda por mal tiempo. Mi papá me dijo que me quedara, que tal vez era una señal. Cuando llegué a Tijuana esperé tres días a mi coyote. Él me cobró 2 mil 500 dólares.

Encontré trabajo en la construcción, ahí trabajé tres años. El primer problema al que me enfrenté fue el idioma, no entendía mucho, tardé como seis meses en entender completamente las órdenes de mi jefe.

El regreso se dio porque tenía la necesidad de tener a la familia cerca, ver a mis amigos y continuar con la vida, seguir con tus metas. Quería terminar mi carrera, quería estudiar medicina.

Yo estaba deslumbrado por la vida en Estados Unidos. Además estaba soltero y solo. Pero llegó un momento donde ya todo era rutinario. Comencé a pensar en el regreso a casa. Yo pensaba en volver a ver a mi familia, pero buscaba una señal o algo. Por donde vivía había una casa que yo tenía muchas ganas de comprar, me gustaba mucho. Un día pensé que esa señal tendría que ser un peso mexicano, encontrarlo en la calle. Uno de esos días, caminé y pasé por la casa, me detuve, la admiraba y me veía viviendo ahí. Justo en ese momento recordé el detalle de la moneda, miré hacia arriba, vi la casa, estaba ya por irme, cuando una voz dentro de mí, de esas voces interiores, me dijo que mirara hacia abajo, agaché la mirada y recuerdo que dije ¡en la madre!

Ahí estaba la señal. Era una zona gringa, no era una zona hispana y encontrar un peso mexicano ahí… no había más señal que esa. Fui al banco, saqué todo mi dinero, vendí mis cosas, y al otro día ya estaba en México.

Uno piensa que el tiempo no pasa, piensas que vas a regresar y encontrar todo igual, a tus padres igual de fuertes, a tus amigos en el mismo rollo, pero no, el tiempo pasa y adaptarse es lo más difícil al regreso.

Me llamo Rafael Martínez Ramos y tengo 31 años. Soy ingeniero petrolero y ya trabajo, no me va mal. Tengo pensado regresar por mi cruz allá en la línea, en octubre de 2012. La cruz la tienes que dejar con la virgen que está ahí, como agradecimiento por cuidarte en el camino y allá, en los Estados Unidos.

Publicado el 05 de Marzo de 2012

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