Los indignados: el retorno de la política

Marcos Roitman Rosenmann(1)

1. Introducción

Vivimos de incertidumbre, y no puede ser de otra manera. La vida es un proceso sin caminos preestablecidos. Algo similar ocurre con el capitalismo. Sus certezas no son tales. Quienes diseñan sus trazados lo saben; razón de peso para crear diques de contención desde los cuales controlar el movimiento de las aguas. Si el nivel sube a límites peligrosos, deben abrirse las compuertas, y liberar presión. Ante todo seguridad. La luz roja nunca se apaga. Los hacedores de políticas son conscientes de ello, sobre todo quienes, desde el tablero, mueven, cuando pueden, las fichas con el fin de controlar la partida. El sistema social busca jugadores respetuosos de las reglas. Patear el tablero no se contempla. Y si por una casualidad la partida no transcurre o se ajusta al itinerario, se puede acusar al adversario de utilizar malas artes, y descalificarlo.

Así vive el capitalismo, sobresaltado, agazapado tras la razón de Estado y las fuerzas armadas, evitando el desborde. El enemigo interno, otrora el comunismo, era la fuerza para la cual se planificaban los diques. Hoy, el enemigo muta. Desde el ataque a las torres gemelas y el pentágono en setiembre de 2001, su espacio lo ocupa el llamado terrorismo internacional. Y acorde a los intereses políticos de occidente y los Estados Unidos, el calificativo de terrorista puede recaer en cualquier organización o persona que Occidente y los Estados Unidos consideren un peligro. Desempleados, campesinos, trabajadores, juventud, estudiantes, mujeres, pueblos originarios, inmigrantes, afectados por las hipotecas, grupos de liberación sexual, gais, lesbianas y transexuales. La criminalización de los movimientos sociales, su ilegalización y persecución forma parte de esta visión totalitaria. Así lo entiende la derecha cuando habla de una alianza anti-sistema y anti-globalización. Sus miembros, señala: «aglutinan a la izquierda que fracasó en mayo de 1968, a los que jalearon el comunismo y hoy ven con complacencia la pulsión anti-occidental del islamismo yahaidista, a los antiglobalizadores altermundistas y a las distintas manifestaciones del indigenismo, del populismo y del fanatismo religioso (…) esta alianza no es solo teoría. Hay coincidencia de actuación entre Venezuela, Iran y Siria.»(2) Ya no es el movimiento comunista. Hoy, el enemigo es gelatinoso, y la posibilidad de ser adjetivado como terrorista aumenta según se le considera un peligro para el orden social. En América latina, el mismo documento informa que en la triple frontera, Argentina, Brasil y Paraguay «aumenta la inquietud por la actividad terrorista de los grupos islamistas al ser un centro neurálgico de financiación tanto como de la venta de armas, drogas y contrabando (…) Europa debe hacer ver que América Latina está inmersa en la amenaza de Al-Qaeda y es su objetivo».

Con esta laxitud en la definición de terrorismo, resulta fácil deshacerse del opositor incómodo. El ejemplo más claro en esta dirección lo encontramos en el conflicto Palestino-Israelí. «He constatado -y no soy el único- la reacción del gobierno israelí confrontado al hecho de que cada viernes los habitantes de la pequeña ciudad de Bil’in, en Cisjordania, van, sin lanzar piedras, sin usar fuerza alguna, hasta el muro contra el cual protestan. Las autoridades israelíes han calificado esta marcha de «terrorismo no violento». No está mal. Hay que ser israelí para calificar de terrorista la no violencia. Tiene que resultar embarazosa la eficacia de una no violencia que tiende a suscitar apoyos, comprensión, la complicidad de todos aquellos que en el mundo son adversarios de la opresión.»(3)

En momentos de crisis, como el que vive el capitalismo, su organización y estructura requiere introducir innumerables parches a fin de evitar el colapso. Sus arquitectos, ingenieros y vigilantes actúan en esta dirección. Hacen que las piezas del mecanismo funcionen al unísono. Los diques deben estar en perfecto estado de conservación. El caudal controlado, los imprevistos considerados y las grietas selladas. Cualquier alteración debe ser tomada en cuenta. Adelantarse a los acontecimientos, en eso consiste el trabajo de los planificadores del capitalismo futuro. Controlar la lucha de clases alarga la vida del dominador. La concesión de beneficios sociales y económicos y la ampliación de derechos políticos a las clases trabajadoras suponen ganar tiempo. Pero lo imprevisible es parte de la política, el futuro no puede ser clausurado con un diseño de escritorio. El capitalismo es un orden político, responde a la voluntad de los individuos que lo articulan. Y como aprendices de brujo, los capitalistas desatan fuerzas incontrolables, saturando su capacidad interna de absorber conflictos. De esa manera, el dique de contención se resquebraja hasta producir un fallo generalizado. Lo que en principio podría parecer una nimiedad puede acabar cuestionando el sistema en su totalidad.

En estas circunstancias, juegan un papel decisivo los llamados atractores. Son los desencadenantes de las crisis. Esa gota que desborda el vaso. En Islandia, por ejemplo: «Cuando el primer fin de semana de octubre de 2008, el músico Hordur Torfason, iniciador de la protesta, se plantó frente al parlamento -de Islandia- con una cacerola y cincuenta compañeros, sus compatriotas se quedaron perplejos. Enarbolaban tres demandas centrales: la dimisión del gobierno, la reforma constitucional y limpiar cargos en el banco central. Casi cuatro meses después, el 24 de enero, la plaza estaba llena con siete mil personas (la población de la isla es de 320 mil almas) gritando ‘¡Gobierno incompetente’! Dos días después, el gobierno dimitió.»(4)

Esta circunstancia se ha repetido en todos los últimos movimientos socio-políticos habidos en el mundo. Los atractores funcionan en las situaciones más disímiles. Son los llamados acoplamientos estructurales que amplifican y someten las crisis a una tensión imprevista, haciéndola incontrolable. En Túnez, Mohamed Bou’aziz, un joven egresado de informática, que trabajaba vendiendo frutas y verduras por las calles de su ciudad, Sidi Bouzid, fue impedido de seguir haciéndolo por carecer de permisos legales. Su protesta consistió en inmolarse. Su acto fue el comienzo de la protesta. Otros jóvenes siguieron su ejemplo y también se prendieron fuego. Pero la impotencia, el no hay salida se transformo en revuelta, extendiéndose por todo el país. Lo que hasta el año 2009, era un Estado modélico, felicitado al aplicar correctamente las políticas de ajuste, dictadas por el Banco Mundial, el FMI, vería, en el plazo de un año, como su presidente Zine el Abidine Ben Alí, era derrocado. No fueron la pobreza, el desempleo o la represión política, ejercidas con mano de hierro durante dos décadas, el punto de inflexión, fue la inmolación de Mohamed lo que desbordó el dique de contención, amén de organización, resistencia y luchas por la democracia. Todos juntos posibilitaron la caída de Ben Alí.

En España, el llamado movimiento de «indignados», comenzó siendo parte de una manifestación «marginal», de las adjetivadas como periféricas, sin el apoyo de los sindicatos y las fuerzas políticas mayoritarias. Dos plataformas: «democracia real ya» y «Juventud sin Futuro, sin trabajo, sin empleo, sin casa, sin miedo» se dieron cita para protestar un domingo de mayo. Sin muchas expectativas, fue un atractor. Minoritaria, en principio, acabó en acampadas en las plazas públicas de la mayoría de ciudades del estado español. Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Pamplona. Pero fue la intervención de las fuerzas del orden público, intentando desalojarlos, lo que prendió la mecha. En Madrid, la Puerta del Sol se convirtió en símbolo de resistencia. Sirvió de acicate. La protesta se generalizo y el 15M tomo cuerpo. Fue una suma de factores, al igual que en Túnez, Islandia, Egipto y hoy en Israel.

En estas circunstancias, la salvación de los regímenes tiránicos y autocráticos pasa por clausurar espacios democráticos, reprimir libertades civiles y desarticular la ciudadanía política. En esta labor, el capitalismo no tiene escrúpulos. Si es necesario sacar a las calles al ejército lo hará sin remordimientos. Los muertos son efectos colaterales. La razón de Estado se enroca en una estrategia de violencia. En ella, los aparatos y cuerpos de seguridad, fuerzas armadas, policía, servicios de inteligencia, ganan protagonismo. Es el comienzo de un nuevo tipo de guerra cuyo objetivo es romper la cohesión social. Desarticular las redes de ciudadanía, hasta lograr el control total de población, por la vía del chantaje. Es decir, el coste de la protección y la seguridad supone la pérdida de derechos. En esta línea se mueve la orden del gobierno de la Comunidad de Madrid, en manos del Partido Popular, para bloquear y denegar el acceso, desde las computadoras públicas de la comunidad en bibliotecas públicas, por política de seguridad, a las páginas web de los indignados y el 15M. Si alguien intenta acceder sale el siguiente mensaje: «Acceso denegado por política de contenidos. Usted está intentando acceder a contenidos no permitidos» (5).Así se explica, en parte, la militarización de las sociedades para «combatir» las manifestaciones ciudadanas y de paso encubrir todo bajo el manto de la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico. En México, un informe redactado para el Secretario de Gobernación deja constancia del problema: «El 2010 fue el año más violento del sexenio al acumularse 15 mil 273 homicidios vinculados al crimen organizado, 58% más que los 9 mil 614 registrados durante el 2009, de acuerdo con la estadística difundida por el Gobierno federal. De diciembre de 2006 al final de 2010 se contabilizaron 34 mil 612 crímenes, de los cuales 30 mil 913 son casos señalados como ‘ejecuciones’; tres mil 153 son denominados como ‘enfrentamientos’ y 544 están en el apartado ‘homicidios-agresiones’ (6).

Pero el objetivo de la militarización de la sociedad y la criminalización de los movimientos político-sociales busca: «…una imposición, por la fuerza de las armas, del miedo como imagen colectiva, de la incertidumbre y la vulnerabilidad como espejos en lo que esos colectivos se reflejan. ¿Qué relaciones sociales se pueden mantener o tejer si el miedo es la imagen dominante con la cual se puede identificar un grupo social, si el sentido de comunidad se rompe al grito de ‘sálvese quien pueda’? De esta guerra no sólo van a resultar miles de muertos… y jugosas ganancias económicas. También, y sobre todo, va a resultar una nación destruida, despoblada, rota irremediablemente.»(7)

Los ejemplos se expanden. No sólo en México. En Gran Bretaña, esta perspectiva se ha puesto en práctica. No sólo se criminalizan a los manifestantes. En un alarde de fuerza y prepotencia, para evitar sorpresas y actuar impunemente, el gobierno autoriza la instalación de quinientas cámaras de video, en plazas y centros públicos de Londres, para identificar manifestantes, detenerlos y encarcelarlos. En España, se hace lo mismo y en Chile, las fuerzas de Carabineros utilizan perros  para actuar contra los manifestantes. Su función, perseguir, atrapar, morder y no soltar la presa hasta la llegada de su amo. Lo mismo que en tiempos de la dictadura, los perros educados para violar a mujeres en los centros de tortura, son reciclados para mantener el orden en las ciudades. Las crisis agudizan el ingenio para el control social. Esta necesidad de control requiere invertir y mantener una línea de investigación, dedicando a científicos al desarrollo continuo de nuevas técnicas de represión y tortura (8).

2. Como explicar la insurgencia ciudadana. El rescate de la política

Debemos comenzar preguntándonos si, realmente, como pretenden los teóricos e ideólogos del sistema, el desborde político, se puede etiquetar como un movimiento nacido en la red. Son muchos quienes se decantan por esta opción de internautas revolucionarios ad-hoc. Toda una generación de jóvenes conectados a internet, configurando nodos desde los cuales llaman a la insurrección, la insumisión o la desobediencia civil. Los encargados de ponerla en circulación son los llamados, por el Subcomandante Insurgente Marcos, especialistas en producir teoría chatarra, que: «como la comida ídem, no nutre, sólo entretiene(…). Cuando estos expendedores de teoría chatarra miran hacia otras partes del Mundo y deducen que las movilizaciones que derrocan gobiernos son productos de celulares y redes sociales, y no de organización, capacidad de movilización y poder de convocatoria, expresan, a más de una ignorancia supina, el deseo inconfeso de conseguir, sin esfuerzo, su lugar en ‘LA HISTORIA’. ‘Twittea y ganarás los cielos’ es su moderno credo.»(9) Queda dicho, se trata de otro problema. Organización, capacidad de convocatoria, movilización y si se me permite agregar, los atractores o desencadenantes no previstos mencionados anteriormente.

Debemos proponer una explicación menos ligada a la sociedad espectáculo y para ello es necesario rescatar la memoria histórica. Si retomamos el ejemplo de la gota que desborda el vaso, podemos mirar al techo y ver como se crea, cae y desborda el vaso. Pero esta no es una buena opción. Debemos considerar el contexto y la existencia primero de un vaso lleno. Bien señala Weber, para evitar caer en el empirismo abstracto, todo hecho supone estar en presencia de una verdad particularmente evidente, pero no toda verdad particularmente evidente, es explicación causal del hecho. Resultaría estéril centrar la explicación en tratar de explicar el ángulo de caída de la gota acorde a la teoría de las probabilidades. Lo realmente destacable es que el vaso se encontraba lleno y al borde de la saturación. La última gota responde a la contingencia, a lo que Aristóteles denominó con acierto, futuros contingentes.

Las actuales movilizaciones son el resultado de un lento proceso donde se reúnen fuerzas, experiencias, y el malestar que se organiza. Cuando se reivindica “democracia, libertad y justicia”, y se protesta contra la corrupción de los partidos políticos, el poder omnímodo de banqueros y el capital financiero, las políticas de ajuste, el paro juvenil, el sistema electoral, la privatización de la salud, la enseñanza o el calentamiento global, se desnudan sistemas políticos donde prima la injusticia, la desigualdad y la explotación. Tras la superficie de las protestas, no hay espontaneísmo, fluye una corriente de aguas profundas que nutre y da fuerza a esta pléyade de reivindicaciones. Las aguas circulan bajo la forma de hartazgo, de rabia. El descontento se hace visible, se exterioriza, el malestar aflora a la superficie. El resultado inmediato es la recuperación de los espacios públicos. Se toman las plazas, convirtiéndolas en fortines de ciudadanía. En ellas se construye la democracia como una práctica plural del control y ejercicio del poder, al tiempo que se demandan libertad, justicia y dignidad.

A pesar de los problemas que tiene encuadrar movimientos tan heterogéneos como los llamados indignados, el esfuerzo es obligado. No se trata de justificar su emergencia, de mostrar sus debilidades, carencias o fortalezas, sino de comprenderlos. Tampoco de hacer taxidermia o diseccionarlos como si de bichos raros se tratase. Se busca desenredar la madeja, encontrar el hilo conductor capaz de explicar, desde una perspectiva del pensamiento crítico, su desarrollo, alcance y perspectivas. Viejas preguntas para nuevos problemas. Para esta labor, podemos tomar el 15-M. Su aparición se ha convertido en paradigma. Su presencia ha traído nuevos aires al quehacer de la política. Asambleas, participación, dialogo y un debate con lenguaje propio.

Si sólo fuese por lo apuntado, deberíamos darle la bienvenida. Quienes participan de su entramado han tenido la virtud de resucitar el sentido ético de la política. Rescatarla de las garras del mercado y devolverle la centralidad, que nunca debió perder, en favor del poder económico. No son apolíticos, ni ingenuos o utópicos. La gran distancia que separa al 15M de los movimientos existentes, es el camino propuesto. Hacer política desde abajo, romper el círculo de la hegemonía de los partidos y de los movimientos político-sociales tradicionales, sindicatos y ONGs. Sin despreciarlos, ya que muchos de quienes integran y participan en el 15M pertenecen a partidos de la izquierda anticapitalista, sindicatos anarquistas, autogestionarios o Izquierda Unida, buscan confluencias. Pero su ritmo y su pulso vital tienen vida propia. Si no son posibles los acuerdos, se continúa avanzando. Eso genera conflictos, incomprensiones y rechazos. Es parte consustancial del 15M y supone una nueva manera de sentir la política y dar consistencia a un proyecto común. Elaborar colectivamente un programa en el cual se sientan identificado todos sus miembros. Delimitar propuestas y sumar voluntades. Así se han creado comisiones abiertas: economía, problemas jurídicos, género, organización, largo plazo, cultura o comunicación, entre otras. En su interior se discuten, se aprueban y presentan a las asambleas de barrio para ser ratificadas y por último se articulan en la Asamblea General de Madrid. Esto se puede generalizar a todo el estado español. Sin embargo, según las comunidades autónomas, los barrios y las ciudades se redefinen y adecuan a las condiciones del lugar. Pudiéndose rechazar o modificar. Así, se ha logrado, a propuesta de la Comisión de Economía, consensuar una plataforma reivindicativa de dieciséis puntos (10).

La búsqueda de consensos desde abajo es una experiencia donde se reconoce la ciudadanía. Las convocatorias para las asambleas de barrio, pegando carteles en las paredes de las calles más transitadas del barrio, donde se expone el orden del día, son seguidas regularmente por un colectivo numeroso, en el cual participan jóvenes, mujeres, ancianos, profesionales, trabajadores, o intelectuales. Es una escuela de hacer política.

Los discursos de los militantes de partidos, acartonados y esquemáticos, son rechazados o simplemente arrinconados. Llamados al orden, en la misma plaza, tienen que reinventarse si no quieren ser sobrepasados. Igualmente, los jóvenes e inexpertos en el arte de la política se gradúan haciendo uso la palabra y rompiendo la barrera del miedo, transformándose en protagonistas. Los jubilados, los sin empleo, las amas de casa, los estudiantes, todos participan. Algo los une, la crítica a una manera de hacer la política de arriba, al margen de los problemas reales. Son un ejemplo para los parlamentos y el poder legislativo. Unos y otros se respetan los turnos, no se insultan, ni se descalifica. Se pide respeto y paciencia. Nadie puede ser interrumpido en el uso de la palabra. Sin embargo, en un lenguaje de signos, si el orador se repite o alarga innecesariamente su intervención, los asistentes rotan sus brazos para expresarle la necesidad de ir abreviando. Los personalismos se combaten bajo el esquema de portavoces rotativos.

En el nuevo ágora no sirven los galones del partido, el estatus social o el apellido. La política está ligada a los problemas reales del barrio, pueblo, ciudad y sus habitantes. En este sentido, la ciudad se redefine. Las plazas públicas dejan de ser expresión de monumentos turísticos. Resulta aleccionador y gratificante, al mismo tiempo, observar cómo, mientras unos niños juegan en la plaza, en su centro neurálgico, las madres, los inmigrantes, jóvenes y transeúntes escuchan los debates, haciéndose corrillos de cien o más personas, según sea el caso y el tema tratado. Sentados en aceras, apoyados en balaustradas o en los bancos del ayuntamiento, se convierten en participantes del cine-fórum donde se abordan los problemas más variados. Así, se politiza y se educa en la cultura cívica. Temas como la crisis financiera, el desempleo, la corrupción política, el aborto, la guerra o el cambio climático son el pretexto para construir de otra manera el espacio público. «La ocupación del espacio público, hoy en día, no es simplemente una cuestión táctica, sino un ataque frontal al modelo de ciudad realmente existente, en la que el espacio público se ha convertido en una interzona de una capa metropolitana inacabable donde el ciudadano pasivo, el ciudadano consumidor pasa para acudir al último bar de moda o el centro comercial. Por lo tanto su recuperación es en sí misma la negación de un modelo de ciudadanía y la reivindicación de otro: el del ciudadano crítico» (11).

3. ¿Quiénes son los indignados?

Como una forma de calificarlos, los medios de comunicación, no de forma desinteresada, les han colgado el mote de «indignados». Propuesta que se hace coincidir con el título del libro escrito por Stéphane Hessel (1917) exhortando a la juventud de Francia a tomar partido contra la infamia mundial. Hessel levantó las conciencias. Con noventa y tres años, no era un advenedizo, había formado parte de la resistencia anti-nazi, trabajado junto al General de Gaulle, detenido y encarcelado en el campo de concentración de Buchenwald hasta el fin de la II Guerra, y tras la creación de Naciones Unidas, nombrado Embajador de Francia, siendo uno de los miembros de la comisión redactora de la Carta Universal de Derechos Humanos de 1948. Y para más inri, durante las últimas décadas se ha convertido en un militante de la causa Palestina. Uno de sus capítulos del ensayo recién mencionado está dedicado a describir la situación que padece la población palestina en Gaza y Cisjordania. Hessel llama a una insurrección pacífica, a la necesidad de actuar, de indignarse, de romper la indiferencia (12).

¿Cuáles son, a juicio de Hessel, las razones que obligan a indignarse?: «Es cierto, las razones para indignarse pueden parecer hoy menos nítidas o el mundo, demasiado complejo. ¿Quién manda?, ¿quién decide? No siempre es fácil distinguir entre todas las corrientes que nos gobiernan. Ya no se trata de una pequeña élite cuyas artimañas comprendemos perfectamente. Es un mundo vasto, y nos damos cuenta de que interdependiente. Vivimos en una interconectividad como no ha existido jamás. Pero en este mundo hay cosas insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar. Yo les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor actitud es la indiferencia, decir «paso de todo, ya me las apaño». Si os comportáis así, perdéis uno de los componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que sigue. Ya podemos identificar dos grandes desafíos 1) La inmensa distancia que existe entre los muy pobres y los muy ricos, que no para de aumentar. Es una innovación de los siglos XX y XXI. Los que son muy pobres apenas ganan dos dólares al día. No podemos permitir que la distancia siga creciendo. Esta constatación debe suscitar de por sí un compromiso. 2) Los derechos humanos y la situación del planeta…» (13).

Este llamado a la juventud francesa ha sido mal interpretado. Para los teóricos del pensamiento chatarra, el exhorto es sólo, y está dedicado, a la juventud. De tal manera que el movimiento se corrompe si se incorporan trabajadores, parados, amas de casa, inmigrantes, profesionales, artistas y representantes de la cultura. Se les considera intrusos, manipuladores y se desautoriza cualquier propuesta. Este reduccionismo, distorsiona el sentido del movimiento de los «indignados» y lo condena a ser mera expresión de una juventud díscola. Interesadamente se la compara con los movimientos hippies y pacifistas emergentes en los años sesenta del siglo pasado. Las analogías con el mayo francés de 1968 o las protestas contra la guerra de Vietnam, caricaturizan el actual movimiento de indignados, que traspasa la barrera de lo generacional. Bien es cierto que en muchos casos quienes más relevancia tienen son los jóvenes, debido, entre otras causas a ser un sector profundamente afectado por la crisis. El paro juvenil sobrepasa en mucho el 40 por ciento y las expectativas de encontrar un trabajo digno son escasas. La flexibilidad del mercado laboral, el empleo basura, el despido libre y los salarios irrisorios constituyen el espacio donde se mueven sus reivindicaciones. Sin duda es uno de los colectivos más fuertes entre los indignados, pero no el único. Sobresalen los parados de larga duración, los trabajadores precarios, las mujeres y un número destacado de profesionales e intelectuales. No es un problema generacional. Tampoco Hessel lo considera de esta forma. Cada insurrección pacífica, como hemos anotado en los ejemplos anteriores, tiene sus peculiaridades. Desde Túnez, Egipto, España hasta Israel o Chile. Su conexión es la crítica abierta y descarnada al poder omnímodo y arbitrario ejercido desde la razón de Estado y a un capitalismo depredador y sin escrúpulos. Es cierto que también coinciden en determinadas reivindicaciones. Entre ellas destacan la falta de democracia, la corrupción, el aumento de la desigualdad social, las guerras interimperialistas, y la total impunidad con que actúan los bancos y el capital financiero.

Levantar la bandera de la paz, la libertad y la democracia real, es luchar contra la injusticia, la desigualdad social, la explotación, la destrucción del planeta, la corrupción. Mantener alto el pabellón compete a todas las generaciones. Nadie puede permanecer indiferente a las prácticas donde el ser humano es despojado de su dignidad. No en vano los peores momentos de la ignominia política se relacionan con regímenes cuyo estandarte es y ha sido la muerte. La Alemania nazi, los centros de extermino, los campos de refugiados, las cárceles como Guantánamo o las casas de tortura en Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay o Brasil son parte integral de la modernidad del capitalismo en su forma más grotesca. Hoy algunos métodos se han perfeccionado y siguen utilizándose. En Colombia, por ejemplo, se han incinerado durante el gobierno de Uribe, a miles de campesinos, para no dejar pruebas, en otros casos se levantan los falsos positivos. Su objetivo: hacer estéril cualquier resistencia y protesta. Pero la realidad se ha mostrado siempre esquiva. No hay régimen político que se pueda mantener sobre el miedo, la censura o el odio. Tampoco el asesinato ni las desapariciones pueden acallar las voces de resistencia.

Hoy, el capitalismo se retuerce, se ve entre las cuerdas y busca sacar fuerzas de flaqueza. Nada mejor que generalizar el desánimo y crear una mentalidad sumisa con la que se logre el control del individuo. Su triunfo supondría ahondar en el proceso despolitizante, iniciado en los años setenta del siglo XX, cuando la banca, los empresarios y las transnacionales pasaron a la ofensiva poniendo en circulación el discurso neoliberal de la flexibilidad del carácter, afincado en el pensamiento débil y la postmodernidad. «En la actualidad, el término flexibilidad se usa para suavizar la opresión que ejerce el capitalismo. Al atacar la burocracia rígida y hacer hincapié en el riesgo se afirma que la flexibilidad da a la gente más libertad para moldear su vida. De hecho más que abolir las reglas del pasado, el nuevo orden implanta nuevos controles, pero estos tampoco son fáciles de comprender. El nuevo capitalismo, es con frecuencia, un régimen de poder ilegible.»(14)

La guerra por la palabra cobró vital importancia. El lenguaje se convirtió en el principal campo de batalla. Conceptos como gobernabilidad, gobernanza, alternancia, globalización, partidos catch all, escoba o atrápalo todo, se adueñaron del espacio teórico y político. Ya nada era lo que parecía. Las palabras cobraban nuevos significados y la realidad se volvió borrosa. Uno de los primeros conceptos que se vería afectado por esta guerra sería el significado de la voz: izquierda. La crisis del comunismo realmente existente fue el caldo de cultivo para proponer el nacimiento de una nueva izquierda, cuyo referente debería ser, la socialdemocracia”. Felipe González “…afirmaba ese gusto por la libertad, cualesquiera que fueran sus riesgos, que había, en cierto modo, gobernado todas sus decisiones políticas y que iba a continuar gobernándolas: el socialismo democrático contra el comunismo; la economía de mercado contra el estatismo dirigista; la pertenencia a la alianza de países democráticos contra el aislacionismo o el neutralismo tercermundista»(15). Sin duda González era el prototipo de nuevo dirigente socialdemócrata comprometido con la razón cultural de occidente, anticomunista y defensor a ultranza del liderazgo imperial de los Estados Unidos en la guerra contra la URSS y el pacto de Varsovia. Sus palabras no dejan lugar a dudas. En plena guerra fría, y siendo presidente de gobierno señaló que: «prefería morir de un navajazo en el Metro de Nueva York, que en un hospital psiquiátrico en la URSS». Sus palabras no cayeron en saco roto. Se trataba de mostrar al mundo que la socialdemocracia había expiado su pecado original. Se había deshecho y renegado del pasado común que le unía a la tradición marxista y socialista. Ahora sus orígenes había que reubicarlos en la economía y la mano invisible del mercado. Mientras tanto la derecha se frotaba las manos. Quienes emprendían la casa de brujas era la socialdemocracia.

Tras la debacle de la URSS y el bloque de los países del Este, los partidos comunistas occidentales y la izquierda anticapitalista tiraron al niño con el agua sucia dentro. Frustración y harakiri. La idea de derrota se extendió entre sus militantes. La diáspora política concluyó con muchos de sus cuadros, por decepción o pragmatismo, en la derecha neoconservadora o en la socialdemocracia progresista. Mientras tanto, la revolución neoliberal campó a sus anchas despolitizando y culpando a las víctimas de la crisis del Estado de bienestar.

Dar respuesta a las demandas democráticas y ampliar los derechos económicos, políticos y sociales de las clases trabajadoras buscando su integración y participación, era contraproducente. Las políticas distributivas e intervencionistas creaban conflictos y provocaban ingobernabilidad. Era necesario recular y replantearse la relación capital-trabajo. Con este argumento: «desde la óptica neoconservadora se sostiene, en defensa del sistema capitalista, que la crisis de la democracia, y su expresión más patente, que es la crisis de gobernabilidad, se debe a la multiplicación de demandas, tanto políticas como sociales que se dirigen al Estado democrático y que van desde una exigencia caótica y descontrolada, por parte de los ciudadanos, de querer intervenir en todos los procesos políticos, hasta un incontenible aumento de los gastos públicos, en especial en educación y protección social. Todo lo cual, como defiende el informe de la Trilateral de Crozier, Huntington y Watanuki, no solo hace inviable la satisfacción de una voluntad de continua participación política, que se compadece mal con la complejidad propia de las sociedades contemporáneas, sino que en el ámbito social no puede, por razones económicas, responder de manera satisfactorio a tantas peticiones, lo que tiene como consecuencia la degradación de los servicios que presta. Degradación que genera un descontento, cada vez más amplio, entre los beneficiarios a los que se destina y que fragiliza el funcionamiento de las instituciones y reinstala, en el mismo cogollo, el cuestionamiento sobre la legitimidad democrática del sistema capitalista.»(16)

Así, a la pregunta de ¿quiénes son los indignados?, la respuesta debe ser contundente. Los indignados son quienes, desde la rebeldía y la digna rabia, luchan por una ciudadanía inclusiva, plena, donde la vida suponga el despliegue de todas las facultades humanas y la dignidad sea el referente ético para la libertad de realización, personal y colectiva asentada en el bien común. ¿Y por qué hay que indignarse? Bien lo señala Jose Luis Sampedro en el prólogo al texto de Hessel: «porque de la indignación nace la voluntad de compromiso con la historia. De la indignación nació la resistencia contra el nazismo y de la indignación tienen que salir hoy la resistencia contra la dictadura de los mercados. Debemos resistirnos a que la carrera del dinero domine nuestras vidas. Hessel reconoce que para un joven de su época indignarse y resistirse fue más claro, aunque no más fácil, porque la invasión del país por tropas fascistas es más evidente que la dictadura del entramado financiero internacional. El nazismo fue vencido por la indignación de muchos, pero el peligro totalitario en sus múltiples variantes no ha desaparecido. Ni en aspecto tan burdos como los campos de concentración (Guantánamo, Abu Ghraid) muros, vallas ataques preventivos y ‘lucha contra el terrorismo’ en lugares estratégicos, ni en otros mucho más sofisticados y tecnificados como la mal llamada ‘globalización’ financiera.»

4. Los indignados, la política y los intelectuales

Lo dicho tiene consecuencias directas para la construcción de una ciudadanía política inclusiva. El discurso neoliberal caló hondo y cambió, sin duda, la forma de concebir la política tanto como la democracia y sus fines. El pragmatismo ha sido el vellocino de oro codiciado por los políticos, y la política con mayúsculas, ligada a la solución de los problemas cotidianos, aquella que no se rige por el mercado y el marketing, se transformó en el chivo expiatorio. Era mejor sacrificar esta visión ética de la política fundada en la búsqueda del bien común.

La política del pragmatismo articulada a la gestión privada, es compatible con la economía de mercado, cuyo fundamento es el individualismo extremo y el egoísmo. Una vez aceptada su nueva función, comparsa del mercado, la política se reduce a una visión instrumental, de corto plazo, servir de correa de transmisión a los intereses de las transnacionales y las élites económicas.

La pregunta: ¿para qué sirven la política y los políticos?, es hoy recurrente y está en boca de una mayoría que no ve con buenos ojos el accionar de la mal llamada clase política. Sus signos externos crean rechazo. Caracterizada por el despilfarro, la corrupción y la impunidad, con sueldos desproporcionados, en algunos casos vitalicios, y una vida llena de privilegios y lisonjas, se han ganado el desprecio de la ciudadanía. Los dirigentes de los partidos son visualizados, con o sin razón, como crápulas cuyo trabajo se limita a esquilmar fondos públicos para ver como aumentan sus cuentas bancarias. Dedicarse a la política, en las últimas décadas, se relaciona con ascenso económico y aumento de poder. Siempre al borde del escándalo, los dirigentes políticos son conocidos por motivos totalmente ajenos a su deber en el desempeño como legisladores. Acusaciones de violación, cohecho, alcoholismo, drogadicción, son entre otras, las noticias que se pueden leer o escuchar en los medios de comunicación social cuando se menciona la clase política.

En España, el último baremo del CIS, de julio de 2011 es desalentador. A la pregunta ¿Cual es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España?, la respuesta de los encuestados situó en tercer lugar a la clase política, por detrás del paro y la crisis económica. Curiosamente, por delante de problemas, que según los políticos preocupan a la población y tanto gustan debatir en televisión, como la inmigración y el terrorismo, que por más que se empeña el Partido Popular y el PSOE, no llega ni siquiera a concitar el interés del 1 por ciento.

Esta percepción, real o deformada, está presente en el movimiento de indignados, uno de cuyos eslóganes más coreados ha sido: ¡no nos representan! Para la mayoría de indignados, el político es un input de consumo, una mercancía. La ley de la oferta y la demanda los muta en meretrices. En esta lógica, cobran relevancia las agencias de publicidad, cuyos asesores, deciden el discurso, los eslóganes y desde luego la vestimenta. El fotoshop se generaliza. La manipulación de la imagen prevalece. Si hay que quitar arrugas, canas, cejas pronunciadas, ojeras, patas de gallo o verrugas, se hace sin ningún escrúpulo. El único límite a que están sometidos los candidatos es, sin duda, la cantidad de fondos para sus campañas. Para ser diputado, senador, alcalde o gobernador, se requiere dinero. Bancos, empresas, grupos financieros se dejan querer. Así, opera la democracia de mercado. Quien logra contar con más capital se garantiza mejores campañas, más minutos en la radio, en la televisión, y en la prensa escrita. Eso sí, cuando termina la bacanal electoral, los partidos políticos están hipotecados. Los bancos son los verdaderos ganadores. Sea quien sea el partido que gane en las urnas, ellos tendrán la sartén por el mango. Los partidos políticos, endeudados hasta el cuello, sin independencia, se encuentran atados de pies y manos ante los consejos de administración de las empresas y los bancos, quienes realmente gobiernan desde la trastienda. ¿Cómo hemos podido llegar a semejante situación?

Desde luego, la respuesta, se encuentra, en gran parte, en lo ya expuesto. En España, aunque la situación es general en las democracias representativas de Europa occidental, salvo excepciones, como de costumbre, resulta lacerante que un 24 por ciento de la población considere a la clase política y la política como un problema y no como parte de la solución. Pero las noticias no son mejores si analizamos América latina. En el informe elaborado por el PNUD en 2004, La democracia en América Latina, se advierte la minusvaloración política de la democracia. Más de un 50 por ciento de «los latinoamericanos y latinoamericanas estarían dispuestos a sacrificar un gobierno democrático en aras de un progreso real socioeconómico.»(17) Hay que hacer ímprobos esfuerzos para convencer del beneficio que supone, para una sociedad de libertades, la existencia de organizaciones políticas y más aún, relacionar las libertades políticas con el desarrollo de la ciudadanía democrática. El movimiento de indignados es una clara demostración de lo apuntado. En sus filas, una parte importante de miembros se declaran apartidistas, y descartan a los partidos, mayoritarios como interlocutores válidos para solucionar sus problemas.

Primero el abstencionismo, luego el descrédito y por último el rechazo, encuadran la desconfianza de los nuevos movimientos de la sociedad civil hacia los partidos políticos. Los carteles que acompañan la movilización de indignados y sus consignas lo dejan claro. «No nos representan»; «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros»; «Que se vayan». No en vano, desde el 15M y los movimientos de indignados se subraya la contradicción entre democracia real y formal: «la llaman democracia pero no lo es«. De aquí, la importancia que tiene reivindicar el retorno de la política con Mayúsculas.

El sentido refractario de los indignados hacia la política de mercado afecta a todos los partidos con representación institucional, mayoritarios o minoritarios. Sin embargo, en esta crítica, sin duda justa, anida uno de los peligros que se deja ver en el informe del PNUD y que el movimiento de indignados constata, se trata de la emergencia de conductas autoritarias, racistas y xenófobas. Aprovechándose del descrédito de la política, se lanzan alternativas totalitarias. Europa y España caminan por esta cuerda floja. La emergencia de partidos xenófobos y racistas, junto con un discurso chovinista suma adeptos, minando el desarrollo democrático. En las últimas elecciones autonómicas, en Cataluña, el Partido Popular gana alcaldes culpando del desempleo, el colapso sanitario en las urgencias, la baja calidad de la educación pública, el aumento de la inseguridad, la violencia machista y la delincuencia al colectivo de inmigrantes, sean legales o ilegales. Este discurso cala en los sectores sociales más castigados por la crisis. El enemigo se visualiza como el extranjero. El radicalismo xenófobo crece al interior de los partidos neoliberales y conservadores al tiempo que se crean otros cuyos programas tienen como eje la lucha contra los inmigrantes.

Hoy, el movimiento de indignados aporta una nueva perspectiva en la lucha por las libertades y la democracia. Sin duda, se incorpora a otra experiencia señera que en los años noventa del siglo pasado rompió moldes e inicio una revolución desde abajo y a la izquierda, me refiero a la emprendida por Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Su presencia cambio formas de actuar y pensar en la izquierda, recuperando para la política el valor ético y poniendo en el orden del día la necesidad de otro orden social. Este camino abierto, no se cierra ni con la represión, la descalificación o el silencio cómplice de los medios masivos de disuasión social. Sin embargo, los manipuladores de cerebros son conscientes de que tienen que cerrar espacios, creando un cerco protector que los haga invisibles y permita reprimirlos sin costes políticos.

En esta dinámica, el intelectual, no el ideólogo, ni el teórico chatarra, comparsa del poder, tiene asignado un papel irrenunciable. Su dejación supondría la muerte como intelectual y la traición a los principios éticos sobre los cuales se articula su compromiso. Su deber es levantar las conciencias críticas. El mejor ejemplo de este deber del intelectual lo constituye la acción del ensayista y escritor Émile Zola, autor entre otras obras, de Germinal. Pudiendo gozar de los parabienes y la fama en la sociedad de su tiempo, optó por defender al capitán Alfred Dreyfus, condenado a prisión perpetua en la Isla del Diablo, por supuesto delito de traición a la Patria. No sólo publicó sus propios panfletos, distribuyéndolos en mano, destacando su exhorto a la juventud francesa, además, el 13 de enero de 1898, L’aurore, el diario parisino de la élite ilustrada, publicó, en portada, su carta abierta dirigida a Félix Faure, al entonces presidente de la República francesa. Bajo el título J’accuse!, denuncia con fervor y lucidez la trama de imposturas, manipulaciones y mentiras, llenas de un patriotismo ramplón y antisemitismo de los miembros del tribunal que redactaron la sentencia. Yo acuso, desde su publicación se ha constituido en el acto legitimador y el modelo de la intervención de los intelectuales en los asuntos públicos. No en vano la palabra «intelectual», fue acuñada para describir la actitud adoptada por Zola, que Anatole France definió como «un momento privilegiado de la conciencia humana»(18). “En cuanto a la gente a la que acuso, no les conozco, nunca les he visto, no siento ni rencor ni odio contra ellos. Para mí son tan solo entes, espíritus de la maldad social. El acto que realizo aquí es solo una forma revolucionaria de adelantar la explosión de la verdad y la justicia. Solo tengo una pasión, la de la luz, en nombre de la humanidad que ha sufrido tanto y tiene derecho a la felicidad. Mi protesta ardiente es sólo clamor de mi alma. ¡Que alguien se atreva a hacerme comparecer ante un tribunal y que el juicio tenga lugar a la luz del día! Estoy a la Espera.»(19) La respuesta no tardó. Fue perseguido, difamado y llevado a los tribunales, teniendo que ir al exilio, a su regreso a Francia, años más tarde, Zola moriría en extrañas circunstancias.

Curiosamente la palabra intelectual, hoy expresión de conciencia crítica y rechazo a la razón de Estado, fue utilizada por los detractores de Zola, en sentido despectivo, para indicar lo inadecuado de la participación de escritores, pintores y científicos en los asuntos públicos. Con el tiempo esta acepción ha desaparecido y más bien alude a la valentía y voluntad de crítica del intelectual frente a los abusos del poder. En esta lógica, como señala Charles W. Mills, la tarea política del intelectual es «…imputar a los que tienen el poder y lo saben, grados variables de responsabilidad por las consecuencias estructurales que descubre por su trabajo están directamente influidas por sus decisiones(…) y a quienes regularmente carecen de tal poder y cuyo conocimiento se limita a su ambiente cotidiano, les revela con su trabajo el sentido de las tendencias y decisiones estructurales en relación con dicho ambiente y los modos como la inquietudes personales están conectadas con los problemas públicos; en el curso de esos esfuerzos, dice lo que ha descubierto concerniente a las acciones de los más poderosos. Estas son sus principales tareas educativas y son sus principales tareas públicas cuando habla a grandes auditorios.»(20)

En este momento de crisis del capitalismo, la palabra es un arma fundamental para cambiar el mundo. Si no se tiene un lenguaje que nos identifique, el poder y el sistema, se encargarán de producir los conceptos transformándonos en el muñeco del ventrílocuo que no tiene voz propia, sino la prestada por su amo. Por eso, una virtud del movimiento de indignados, entre otras, consiste en tener voz propia. Nadie habla por ellos. Son sus miembros quienes, con el fin de proponer, denunciar y construir alternativas, han creado su propio lenguaje. En esta causa no están solos. Su experiencia, sin duda única, se suma a las luchas por la dignidad, la justicia y la democracia, cuyas raíces pasan el grito ¡Ya basta! lanzado desde la selva Lacandona el 1 de enero de 1994, por el Ejercito zapatista de Liberación Nacional. Su emergencia, anticipó el carácter, abajo y a la izquierda, de los movimientos y luchas, que en pleno siglo XXI, marcan el camino contra el neoliberalismo y en defensa de la humanidad.

5. ¿Y ahora qué? Organizar la indignación

Suele pasar, al asombro inicial, las solidaridades y las muestras de afecto hacia el movimiento de indignados, le sucede un vacío seguido de la pregunta ¿Y ahora qué?

En esta dinámica surgen y se dibujan múltiples escenarios. Las comparaciones proyectan modelos de actuación y patrones de comportamiento. Hay quienes ven en las acampadas y el 15M el germen de una revolución horizontal. Otros se decantan por construir un nuevo partido político y buscar alianzas con las fuerzas de izquierda ya existentes. En medio un sin fin de opciones. Los argumentos se agolpan en pro de unas u otras, pero todas confluyen: sin organización no hay continuidad. El problema es para que se quiere y como se construye. Es aquí donde surge el desencuentro entre los hacedores del 15M. Han sido muchos los que se han incorporado a posteriori, sobre todo los militantes de la izquierda española procedentes del Partido Comunista, Izquierda Unida, pero también de las juventudes socialistas, los grupos anarquistas y los llamados progresistas. A muchos de ellos, el movimiento 15M les pilló fuera de juego. Seguían confiando en los circuitos tradicionales. Si los grandes sindicatos no convocaban manifestaciones, se rehuía cualquier contacto con plataformas autónomas, redes alternativas y desde luego muy politizadas.

Hubo múltiples convocatorias para tomar las calles contra la privatización del agua, la externalización de los servicios de salud pública, por una vivienda digna o el rechazo al Plan Bolonia. Lo común fue la poca asistencia y escasa cobertura de prensa. Se volvieron invisibles. La convocatoria del 15 de mayo era una manifestación entre otras cuyo común denominador era lo marginal de sus convocantes. Curiosamente, contó con un despliegue informativo sin precedentes. Estaban las televisiones, la prensa escrita y las radios. ¿Por qué? La respuesta es aún misterio.

Han trascurrido tres meses, en ellos se han producido marchas a Madrid, la toma de la Plazas y su posterior abandono, en el otro lado tenemos una generalización de la represión policial. Se acabó el contemporizar. En este ir y venir, no todo lo que brilla al interior del movimiento es oro. Acólitos y críticos se cruzan descalificaciones. Quienes ven con recelo la deriva del 15M centran sus argumentos en el discurso antipartidista. Ni de derechas ni de izquierdas. Esta declaración es suficiente para que militantes de izquierda unida se sientan interpelados. En su defensa arguyen que hay que diferenciar entre el bipartidismo PSOE y PP y su coalición. Dudan del discurso «apartidista». Lo tachan de confuso o directamente reaccionario. No son conscientes de haber desarrollado un entramado light para enfrentar los recortes salariales, la falta de democracia, las políticas privatizadoras y los megaproyectos. Miran hacia otro lado, declarando lo impoluto de su organización en temas de corrupción y tráfico de influencias. No son conscientes que tras las últimas elecciones, sus dirigentes, en algunos ayuntamientos sellan alianzas con el PSOE. En parte en eso consiste el malestar de los indignados hacia el comportamiento de los partidos políticos y su rechazo a la política pactada desde arriba.

En el otro lado, aquellos que se consideran impulsores del movimiento apelan al sentido inclusivo del movimiento 15M, donde caben progresistas, apartidistas, anticapitalistas, antisistémicos, gentes de izquierda y también de centro derecha. Proabortistas, antiabortistas, defensores de la universidad laica o religiosa, pública o privada. En ello estriba, dicen, su fuerza y también su debilidad. Integrados en las asambleas y comisiones influyen rebajando el nivel de las propuestas. Censuran y discriminan. El carácter asambleario y de comisiones supone  un tope a sus acciones. Se practica la democracia pero se burocratizan las decisiones. La necesidad de aprobar por consenso no garantiza el cumplimiento de lo acordado. Es un arma de doble filo, se confunde con unanimidad y si hay quien se declara radicalmente en contra, la propuesta se elimina del consenso. La casuística para sortear escollos es variopinta. Así avanza un movimiento entre cuyos principios irrenunciables está cuestionar y poner en evidencia las malas artes de la clase política. Mínimo imprescindible para abrir la puerta y construir una plataforma desde abajo. Nadie puede vaticinar su futuro en el medio y largo plazo. Sin duda, su presencia ha cambiado por completo el panorama político en España. Una juventud con la cabeza bien amoblada, dispuesta a trabajar y sacar adelante una plataforma de mínimos democráticos es un oasis en medio del desierto. Han creado prácticas democráticas allí donde había verticalismo, falta de diálogo y sectarismo. La sola convocatoria de asambleas de barrio y pueblos en cientos de ciudades de España, era algo impensable hasta el 14 de mayo de 2011.

Hay mucho camino que andar. Aprobar propuestas por consenso obliga a dialogar, extender y ejercer la crítica. Sin duda, retrasa las decisiones, pero es un verdadero ejercicio democrático. En esta lógica, las asambleas de barrio y pueblos permitirán dar continuidad a un proyecto nacido desde abajo y en pro de recuperar el espacio público una vez desmanteladas las acampadas. Se trata de hacer visible la protesta donde jóvenes, estudiantes, desempleados, amas de casa, trabajadores jubilados y profesionales se reconocen en la participación política y pública. Ha sido una catarsis donde los ciudadanos, en su dignidad y en su lucha contra la injusticia, la corrupción y la desigualdad, ponen en común sus propuestas, la rebeldía y la indignación.

Sin embargo, nada se cambia de la noche a la mañana. Hay que ir paso a paso. Sumar voluntades. Unos aportando experiencia y aprendiendo nuevas prácticas con humildad y sin protagonismos mediáticos. Mientras tanto, otros, una generación que pisa fuerte se hace protagonista de su futuro. Entre todos, debemos rescatar la política de quienes la han secuestrado haciendo de ella un oficio espurio, alejado del bien común y dependiente de los poderes empresariales y financieros. El esfuerzo vale la pena. Ojalá entre todos logremos el objetivo, por ello la indignación se organiza.

NOTAS

[1] Profesor Titular de sociología. Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid.

2 Cortes, Miguel Ángel, Hirselfeld, Guillermo: Una agenda para la Libertad. Ediciones FAES. Madrid 2007. Págs. 32 y 33.

3Hessel, Stéphane: ¡Indignaos! Editorial Destino , Barcelona, 2011.Pág. 45.

4Hernández Navarro, Luis: «El 15M: la hora del despertar.» ; en La Jornada dominical. http://w.w.w.jornada.unam.mx/2011/08/14.

5″El gobierno de Madrid censura los contenidos del 15-M en las bibliotecas públicas». En http://www.rebelión.org. 13/08/2011.

6 Citado por el Sub Comandante Insurgente Marcos en:» Apuntes sobre las guerras. Carta primera a Don Luis Villoro Toranzo. Enero-Febrero 1011″  Revista Rebeldía. año 9, Nº 76. Pág. 40.

7 Ibídem. Op. cit. pág. 41.

8 Hay países que entre sus líneas de investigación financian la tecnología e instrumental para la represión. Sus beneficios son incalculables. España, Israel o Estados Unidos figuran entre los primeros lugares de la lista.

9 Sub Comandante Insurgente Marcos: «De la reflexión crítica, individu@s y colectiv@s» (Carta segunda del intercambio epistolar sobre ética y política); en Revista Rebeldía Nº 77. Año 9 Mayo 2011. México. Página web: http://revistarebeldía.org

10 Cuando se acusa al 15M de no tener propuestas, cobra mayor importancia relevar esta propuesta. Por ello se detallan, a continuación, sólo sus enunciados, abstrayendo el desarrollo interno de cada uno de ellos. Veamos. 1. Sometimiento a referéndum vinculante la última reforma laboral y de pensiones; 2. Reducción efectiva de la jornada y de la vida laboral; 3. Dación en pago para saldar la deuda hipotecaria de las familias en condiciones de precariedad y paralización de los desahucios; 4. Creación de un parque de vivienda público en régimen de alquiler social; 5. Incremento de los ingresos fiscales mediante la profundización en la progresividad del sistema fiscal y la lucha contra el fraude; 6.Prohibición de expedientes de regulación de empleo en empresas con beneficios; 7. Someter a referéndum vinculante un eventual rescate y cualquier medida de ajuste o recorte impuestos por organismos internacionales; 8. Paralización inmediata del expolio y privatización de las cajas de ahorro y reforzar el sistema financiero público bajo control social; 9. Control democrático y transparencia de las actividades bancarias públicas y privadas; 10. Abolición de los paraísos fiscales; 11. Crédito público para las pequeñas y medianas empresas; 12. Cumplimiento de la ley de pronto pago; 13. Moratoria del pago de la deuda externa de países terceros con el Estado español hasta la realización de una auditoría integral por expertos independientes y agentes sociales; 14. Moratoria del pago de la deuda externa pública del estado español hasta la realización de una auditoría integral; 15.Cumplimiento por parte de las empresas transnacionales de titularidad y capital español de la legislación más garantista en materia de derechos, y 16. Implantación de un sistema de impuestos global orientado que garantice una redistribución progresiva de los recursos a nivel global.

11 Romero Ortega, Aitor: «Reflexiones accidentales sobre el Movimiento 15-M.»; en Hablan los Indignados. Propuestas y materiales de Trabajo. AA.VV. Editorial Popular.  Madrid 2011. Pág. 25.

12  Existen ediciones en todas las lenguas. Su lectura fue un atractor para promover la lucha contra la indiferencia apostando por la insurrección pacífica. En Francia vendió más de un millón y medio de ejemplares en menos de un año. En España, su primera edición de febrero de 2011 pasó casi inadvertida. Tras el 15M, se vende en los centros comerciales, El Corte Inglés, VIPS y librerías de barrio. Un Best-Seller a pesar de las intenciones de su autor. Lo cual no le resta un ápice de verdad a su denuncia.

13 Hessel, Stéphane: ¡Indignaos! Ediciones Destino. Barcelona. 2011. Págs. 32 y 33.

14 Sennett, Richard: La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Anagrama. Barcelona, 2ª edición 2000. Pág. 10.

15 Semprún, Jorge: Federico Sanchez se despide de ustedes. Tusquets editores. Barcelona. 2011. Pág. 48.

16 Vidal-Beneyto, José: La corrupción de la democracia. Libros de la Catarata. Madrid 2010. Pág. 54.

17 La democracia en América latina. Hacia una democracia de ciudadanos y ciudadanas. PNUD. Buenos Aires 2004. Pág. 11.

18 Véase el Prólogo de Maurice Blanchot al texto de Zola; en Zola, Emile: Yo acuso. Editorial Viejo Topo. Barcelona 1998. Págs.  3-19.

19 Zola Émile: Yo acuso. Editorial Viejo Topo. Barcelona 1998. Págs. 97 y 98.

20  Wright Mills, Charles: La imaginación sociológica. FCE. México. 1976. Pág. 238.

Publicado el 01 de Septiembre de 2011

Etiquetas:

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de  Num. Anterior   los nuestros  

Una Respuesta a “Los indignados: el retorno de la política”

  1. videnteuno

    parece que se viene lo peor y sucedio italia despues quienes si la crisis no hay ningun resultado todo por el petroleo hecho por los 7 grandes poderosos economicos alli tienen las concecuencias quien seguira espana, holanda, belgica quisas inglaterra, acaso estan esperando que vengan los extraterrestres, o lo que dijo la vidente mijarna de yugoslava o estan esperan que se tiren las primeros misiles nucleares……………………

Dejar una Respuesta