De nuevo en Génova

Fabrizio Lorusso Con información de Global Project Fotos: Simona Granati

Genova, 22 de Julio de 2011.diez años despues el G8

Diez años, pocos para la regla con la que medimos los tiempos de la historia, muchos para la crónica y la inmediatez de los medios, bastantes para razonar sobre la conciencia y los errores de un país. Durante el G8, entre el 19 y el 22 de julio de 2001, Italia vivió quizás, unos de los peores momentos de su accidentada vida democrática, con el ocaso de la libertad y los derechos humanos, el regreso de la represión brutal y el fascismo policíaco, justo en el corazón de la vieja Europa (dizque) “civil y culta”.

A unos días e incluso años de distancia, algunos hablaron de “noches chilenas” y “carnicerías mexicanas” para describir la violencia estallada en esos días y, al mismo tiempo, para tomar cierta distancia de los hechos con alusiones a realidades lejanas y llamativas, como para subrayar la excepcionalidad extrema de lo que ocurrió en Génova, casi como si no se tratara de la Italia y la Europa que conocíamos. Pero sí lo eran. Se usaron unas comparaciones cruentas para evocar terribles represiones que fueron unas “jornadas italianas” de autoritarismo en que los toletes de la policía no hicieron distinciones entre jóvenes y viejos, hombres y mujeres, y trajeron su guerra al pueblo, golpeando a su gente. Hubo marchas masivas durante ese fin de semana con la participación de más de 300 mil personas cada día. La tensión era alta.

Muchos denunciaron los hechos y aún recuerdan, claro que recuerdan. El método no fue nada nuevo, aquí como allá: infiltrados violentos salen de la retaguardia de las fuerzas policíacas que los dejan pasar, así rompen los frentes de los manifestantes, incluso de los grupos más indefensos, y, luego, crean disturbios. Cuando la situación se sale de control y la reacción explota, finalmente se justifica la carga de las “fuerzas del orden”, los “defensores de la legalidad” con sus lacrimógenos, botas, escudos, armas y toletes. Por otro lado, por parte de algunos grupos minoritarios, hubo saqueos, destrucciones y ataques que explotaron dentro de la contestación que mantenía su alma pacifista en la mayoría de los casos. Finalmente, se habló de guerrilla urbana y tumulto, de provocaciones insultantes y reacciones desesperadas, pero sólo después se pudieron contar las víctimas de unas jornadas que el gobierno manejó de la peor manera: 526 heridos, 329 detenidos y un muerto, Carlo Giuliani, de 23 años de edad.

Hoy, Plaza Alimonda, donde Carlo murió por el disparo del carabinero Mario Placanica, ya ha sido bautizada Plaza Carlo Giuliani por la gente, los que estaban y los que no. En la noche del 21 de julio, unos policías irrumpen en la escuela Diaz, en la que se estaban quedando decenas de jóvenes manifestantes, y sacan a todo el mundo con lujo de violencia con el pretexto de que tenían armas que, en realidad (se demostró después), habían sido introducidas por los mismos policías. Algunos jóvenes son detenidos y llevados al cuartel de Bolzaneto, donde las torturas y violaciones continúan toda la noche. Mario Placanica acabó absuelto porque, según los jueces, actuó en su legítima defensa. Hubo condenas por la “violencia gratuita” de la escuela Diaz y de Bolzaneto, al final, y se esperaron las sentencias definitivas hasta el mes de mayo del 2010. No obstante, los jefes y los ejecutores siguen allí sin mayor perjuicio a su imagen y carrera.

La prensa y la televisión tacharon inmediatamente de delincuentes a los manifestantes, se popularizó el término “Black Bloc”, concepto indefinido pero útil para los medios y la desinformación, y se afirmó un periodismo del miedo con titulares armados ad hoc para la criminalización de los movimientos. La figura del Black Block, hasta la fecha, no ha dejado de transformarse en un mito, con el fin de espantar al público televisivo. El BB se ha convertido en un peligroso espantapájaros global, siempre vestido de negro, experto del riot, violento y sin nacionalidad, es como un monstruo ubicuo en la cabeza de la gente y de los periodistas del mainstream, es quien aparece en toda marcha para legitimar la intervención de la mano dura del estado. La realidad, sin embargo, es algo más compleja.

Justo en estos días, se volvió a escuchar la palabra Black Bloc para demonizar a otro movimiento que lleva mucho tiempo luchando en contra de la destrucción ambiental de la región norteña del Valle de Susa, cerca de Turín: aquí, los trabajos para el TAV, o sea el tren de alta velocidad, se pretenden llevar a cabo contra la voluntad de los habitantes, con costos enormes para el medio ambiente y la población local, que lleva años protestando y, en los últimos meses, está respondiendo con marchas multitudinarias y campamentos permanentes en la zona de las excavaciones. De todo el país han llegado para apoyar a los pobladores del Valle y hubo varias acciones represivas de la policía que trata de defender de los intentos de ocupación de la gente el área designada para los inminentes trabajos. Y lo hace con gases lacrimógenos cancerígenos e ilegales en los otros países de Europa. Así, el movimiento llamado No Tav se ha ligado al recuerdo y al espíritu de Génova 2001 y de Génova 2011, y sigue resistiendo pese a los ataques mediáticos y políticos de prácticamente todos los partidos en su contra.

Después de Seattle en 1999, fue Génova en 2001: por un lado, el hartazgo desató la lucha en contra de la globalización, más bien, en contra de sus miles de facetas y efectos a lo largo y ancho del mundo y también dentro de cada sociedad, con sus nuevas explotaciones y distorsiones; por otro lado, se exploró la búsqueda de alternativas, redes, propuestas, sostenibilidad y equidad global. Quién estaba y quién no estaba. Todos recordamos, en Italia y en el mundo, los días de protesta y rebeldía, el llamado “movimiento de los movimientos”, conformado por muchas almas que luchaban por un mundo diferente y que, de pronto, cayeron bajo la misma etiqueta simplificadora y mediática de globalifóbicos o No Global.

Fuera de propagandas, de todos modos, era y es algo distinto de lo que pretendían representar los jefes y poderosos de los países más industrializados que, ese año, fijaron en Génova la sede de su cumbre itinerante, el G8, es decir, la reunión de los “ocho grandes”, los países industrializados que tratan de hacer acuerdos sobre el destino de los demás. En las calles, en cambio, había desempleados, precarios, católicos, jubilados, ecologistas, centros sociales, comunidades, autonomías, barrios, partidos, movimientos sociales y políticos, trabajadores, estudiantes, ecologistas, organizaciones no gubernamentales, colectivos, escuelas, sindicatos, familias, hombres y mujeres de toda la sociedad civil, viva y presente, entre los que fueron para decir “No” y debatir sobre el destino del mundo de otra manera, desde las bases. Después de menos de dos meses, dos aviones derrumbaron las torres gemelas. De repente, como que el mundo pareció distinto y, asimismo, cambiaron los discursos legitimadores de los Estados Unidos hacia ese mundo, se multiplicaron las guerras “preventivas” y las restricciones a las libertades con base en la lucha contra el terror empezada por Bush (hijo), de la mano con el desmoronamiento de su poderío global.

El día 23 de julio de 2011, muchos volvieron a Génova para recordar y proponer alternativas. Unas 30 mil personas se juntaron de nuevo en las mismas calles, ahora como antes, para mostrar su vitalidad y seguir debatiendo, sin olvidar lo que pasó, pero con ganas de seguir luchando. Después de unos cinco kilómetros de marcha, en la tarde, hubo conciertos y momentos de fiesta, pero también se estableció la asamblea nacional del movimiento “Juntos en contra de la crisis”, en la que un centenar de delegados y representantes de distintas realidades sociales pudieron discutir acerca de las alternativas para salir del estancamiento permanente en el país. La invitación final fue para el encuentro del 17 de septiembre en Roma en el que se podrá fijar un calendario de movilizaciones nacionales a partir de octubre y se pondrán las bases para la elaboración de un plan político incluyente y compartido.

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