Tres puntos suspensivos a diez años de la Marcha del Color de la Tierra

Ángel Luis Lara

1.
Pese a lo multitudinario y masivo del proceso que supuso la Marcha del Color de la Tierra, su valor es más cualitativo que cuantitativo. Como el propio movimiento zapatista, la marcha tuvo la forma de un enorme y potente cúmulo de paradojas. Al mismo tiempo que la iniciativa apelaba al orden para que éste reconociera la autonomía y la cultura de los pueblos indios de México, su desarrollo diario iba activando una multitudinaria desocupación del orden por todo el país. A su paso, la marcha iba haciendo visible la dura realidad del México de abajo a la par que tejía un espacio político que ya no era el del orden, sino una esfera pública no estatal imposible de reconocer en las pautas tradicionales de los partidos y de las instituciones, una nueva cualidad de democracia, de comunicación, de política, de deseo de vida colectiva.

En este sentido, al mismo tiempo que la marcha apelaba al orden para que éste reconociera los derechos de los pueblos indígenas de México, se fugaba de él constituyendo la semilla de otro orden posible, de otro país. El hecho de que la propia iniciativa fuera posible, es decir, que la gigantesca infraestructura de tal movilización se construyera con la energía y el esfuerzo de la gente común, fue la prueba manifiesta de que esa propuesta de desocupación del orden era real y efectiva: durante todo su recorrido la marcha demostró que el México de abajo podía autogobernarse y autoorganizarse sin el poder. Durante esos días, los pueblos indios no sólo pusieron su bota manchada de barro encima del tablero de juego de los poderosos y se presentaron como el otro jugador, tal y como escribió el Subcomandante Marcos, además propusieron otro tablero y otro juego.

Desde este punto de vista, esa multitudinaria desocupación del orden que fue la Marcha del Color de la Tierra tuvo un carácter destituyente y constituyente al mismo tiempo: apelaba al orden para desnudarlo y con su paso iba arrancando de la tierra la imagen de otro orden posible. En realidad, con esa movilización los zapatistas no hacían más que actualizar la propuesta de oximoron que nos llavaban haciendo desde que supimos de ellos en 1994: la marcha nos invitaba a un éxodo colectivo más allá de las coordenadas del orden establecido a través, paradójicamente, de un evento que buscaba la inclusión de la autonomía y la cultura de los pueblos indios en el mismo orden establecido al que desafiaba. Muy probablemente esa contradicción en términos puede servir para definir la naturaleza y el sentido del zapatismo hasta esa fecha. La Marcha del Color de la Tierra ha sido quizá el acontecimiento zapatista que ha condensado de manera más bella y más potente la materialidad de otra política posible: la paradoja de un ejército rebelde que recorre desarmado un país y que, sin pegar un tiro, toma la plaza central de la capital arropado por cientos de miles de hombres, mujeres, ancianos y niños.

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